Tolosa
CrematorioIÑIGO ROYO ETXEZARRETA
Martes, 3 de junio 2025, 20:27
El otro día, durante la feria de la carne y quizás porque el pueblo olía todo él como a crematorio, me encontré con Napoleón en ... la calle Soldadu. Me dijo que sus campañas militares nunca debieron haberse producido. Me aseguró que él siempre estuvo del lado de la paz, que hizo lo indecible para detener tanta barbarie, que su conducta se guió por el amor sin fisuras que sentía por su pueblo. Que nunca le importó su destino personal, que solo pensó en el bien de sus compatriotas y de su país al que tanto amaba y del que tan orgulloso se sentía. Que la culpa la tuvieron los otros. Que no se arrepiente de nada y que, si volviera a nacer, por sentido de la responsabilidad y por amor a la patria estaría dispuesto a repetir su destino.
El otro día, durante la feria de la carne y quizás porque el pueblo olía todo él como a crematorio, me encontré con Hitler en la calle Gudari. Me dijo que la Segunda Guerra Mundial nunca debió haberse producido. Me aseguró que él siempre estuvo del lado de la paz, que hizo lo que estuvo en su mano para detener tanta barbarie, que su conducta se guió por el amor sin fisuras que sentía por su pueblo. Que nunca le importó su destino personal, que solo pensó en el bien de sus compatriotas y de su país al que tanto amaba y del que tan orgulloso se sentía. Que la culpa la tuvieron quienes no les dejaban ser libres. Que no se arrepiente de nada y que, si volviera a nacer, por sentido de la responsabilidad y por amor a la patria estaría dispuesto a repetir su destino.
El otro día, durante la feria de la carne y quizás porque el pueblo olía todo él como a crematorio, me encontré con Putin y Netanyahu en la calle Emperador. Me dijeron que las guerras de Ucrania y Gaza nunca debieron haber comenzado. Me aseguraron que ellos siempre habían estado del lado de la paz, que estaban haciendo lo indecible para detener tanta barbarie, que su conducta se guía por el amor sin fisuras que sienten por sus pueblos. Que nunca les ha importado su destino personal, que solo piensan en el bien de sus compatriotas y de sus países a los que tanto aman y de los que tan orgullosos se sienten. Que la culpa la tienen esos ucranianos y esos gazatíes que no les dejan ser libres. Que no se arrepienten de nada y que, si volvieran a nacer, por sentido de la responsabilidad y por amor a la patria estarían dispuesto a repetir su destino.
El otro día, durante la feria de la carne y quizás porque el pueblo olía todo él como a crematorio, después de cruzarme con una manifestación multitudinaria de sátrapas que reivindicaban que sus guerras –cada uno tenía la suya– nunca debieron haber comenzado y que la culpa siempre la habían tenido los demás, me encontré con Dios en la plaza Santa María. Me aseguró que, si hubiera podido, habría estado del lado de la paz, que le habría gustado hacer lo indecible para detener tanta barbarie, que habría querido que su conducta se hubiera guiado por el amor sin fisuras por sus criaturas. Que nunca le habría importado su destino personal, que solo habría pensado en el bien de todos los seres vivos a los que tanto habría amado..., si hubiera existido. Pero que como no existe esto de las patrias no lo ha podido inventar él. Que estamos solos en este mundo. Que el silencio de Dios no tiene remedio. Que en qué cabeza cabe que un creador omnisciente vaya a crear unos animales tan imbéciles como nosotros. Que ya lo siente. Y que nos den morcilla.
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