El papel de las tiendas de barrio en el confinamiento
Ultramarinos Begué es una de las más antiguas de la localidad
La crisis sanitaria provocada por el coronavirus asistía, por un lado, al confinamiento de la población en sus casas, y al cese de gran parte de la actividad económica, vuelta de tuerca incluida, y con ella al cierre de todos los comercios excepto los supermercados, tiendas de alimentación, farmacias, entidades financieras, y otros servicios esenciales; gasolineras, etc. Una circunstancia que por lo que al consumo se refiere asistía a un tirón al alza de la venta de productos de primera necesidad, tirón en el que el miedo inicial, provocó que se diera la acaparación de determinados artículos, y a continuación, en buena medida, el aburrimiento, se encargaba de incrementar, para alegría de algunas multinacionales en clara competencia desleal con el comercio cuya principal baza es el trato personal, el comercio, por supuesto electrónico, de toda esa gama de productos que no adquieren aquella condición.
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Y en el contexto, nuestro entorno se diría que no es ajeno a la tendencia general; aumento, mayor de lo habitual, de la venta de productos de alimentación, que quizá también se concentran a pie de tienda o supermercado por aquello de evitar desplazamientos. Y por lo que a la paquetería se refiere, presencia de compañías de mensajería, hasta ahora desconocidas.
Venta de artículos de primera necesidad que sin duda alguna tienen lugar en las grandes superficies y supermercados, pero a su vez en los establecimientos tradicionales y cómo no, en las tiendas de barrio, aquellas para las que, hace un par de décadas, algunos auguraron su desaparición y a las que denominaron 'las tiendas del olvido' por aquello de reservarles, únicamente, ese papel de opción de compra del artículo olvidado en el híper.
Sin duda alguna no ha sido fácil pero las que mantienen la puerta abierta gozan de pujanza. Tiendas de las que Ordizia cuenta con, casi, una en cada barrio, que si bien disfrutan de una clientela fiel, lo cierto es que no faltan quienes las han 'descubierto'. Una de las tiendas de alimentación más antiguas de la localidad es la que regenta Gregorio Begué, en el número 39 de la calle Urdaneta.
Un prodigio de establecimiento que en 35 metros cuadrados, baño incluido, ofrece todo lo necesario en productos de primera necesidad; alimentación, charcutería, droguería y algo de delicatesen, La mayor gran superficie en el menor espacio. Eso sí, le ayuda una hermosa acera y un cercano almacén.
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Una tienda que hunde sus raíces en aquella cacharrería (lo de menaje del hogar puede parecer pretencioso), que en 1925 abrieron en la calle Euskal Herria, Benito Redondo y Felipa Relea, que en 1933 trasladan al actual local de la calle Urdaneta. La Guerra Civil resultó traumática para la familia ya que conllevó la pérdida de Benito y la requisa de los productos del establecimiento. La vuelta a empezar la afrontaron Felipa y su hija, Tomasi, al principio, con la opción más sencilla; una cacahuetería.
En 1954 Tomasi se casa con Arturo Begué, nuevos tiempos que les lleva a dar el paso y poner en marcha el establecimiento, por tirón comercial no quede, 'Ultramarinos Begué'. La típica tienda de barrio que ha sabido adaptarse a los tiempos sin perder lo más mínimo esa esencia que les es propia; trato personalizado, que cuando la ocasión lo requiere, el mostrador le convierte al tendero en prestamista, o en su defecto en cajero del pago al apunte, en aquel que escucha y si tiene respuesta aconseja, casi en un diván, prácticamente en medio confesionario, y sin duda, siempre, en la persona que te brinda esa confianza y complicidad que te anima a volver. Eso sí, una confianza que cuando se ve defraudada, en esas contadísimas ocasiones, no se olvida.
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Una tienda que en aquellos primeros años vendía a granel (lo reclama en estos días la clientela más joven), los envases eran retornables y la bolsa; la cesta de la compra. Oferta, ahora, en la era del envase reciclable, que al igual que entonces responde al mismo concepto; buen género.
«Nuestra clientela lo valora, destaca Gregorio. La clave de nuestra pervivencia, remata, se centra en el buen servicio y en la confianza. No sé si será venta 'on line' pero desde que existe el teléfono a las personas mayores del barrio les atendemos las llamadas (atender a todos), y les llevamos la compra a casa».
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Y en este contexto llegaba el coronavirus. Al principio se dispararon las ventas. Fue una locura. Ahora las cosas se han normalizado pero vendemos más de lo habitual y a las personas mayores, más que nunca, se la llevamos a domicilio. Y como tienda de barrio, por aquello de que cunda la tranquilidad y dar servicio, abrimos los festivos por la mañana. Un tirón que, dicho sea de paso, hemos logrado atender sin que se formaran grandes colas. No ha habido ningún problema con las medidas de seguridad, subraya y «además aquí desinfectamos a todos».
Un mayor movimiento de ventas que nos ha obligado a estar muy atentos y a acudir puntualmente a nuestros proveedores, tarea en la que, como en la tienda, colabora toda la familia, mi mujer Mariaje Mujika y mis hijas, Amaia, Eukene y Ainhoa.
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Aunque en la puerta un cartel propone a los más pequeños participar en el concurso de dibujo 'Todo va a salir bien', Gregorio se muestra cauto ante el futuro. La alimentación entiendo que es y va a ser algo necesario, a partir de ahí, muchos van a sufrir.
Una tienda (donde sigue habiendo sardinas viejas) con encanto, incluido el toldo que tiene más mili que el Capitán Trueno. Un lugar donde siempre hay un motivo para arrancarte una tan necesaria como reparadora sonrisa, o en su defecto, una palabra de ánimo, que es sincera.
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Tiendas que son mucho más, y por supuesto, tan indispensables como irrepetibles.
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