Una donación escultórica que espera
Juan Ormazabal brinda a la localidad cinco obras más como las que ya engalanan la calle Juan de Amezketa y la Residencia
Dentro de muy pocas fechas se va a cumplir un año del homenaje que el Ayuntamiento llevó a cabo en la Residencia San José en recuerdo de los cerca de cuarenta residentes que fallecieron a causa de la Covid-19 y a la vez, en reconocimiento al personal que estuvo al pie del cañón durante esa larga y difícil etapa.
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Al acto acudieron cerca de un centenar de familiares de las personas fallecidas y una amplia representación de las trabajadoras, y en el mismo tomaron parte varias de las entidades culturales de la localidad. Ceremonia que a su vez asistió a la inauguración de la escultura, obra del ordiziarra Juan Ormazabal, dedicada al pueblo de Ordizia, que desde entonces ejerce de símbolo y memoria de las personas fallecidas durante la pandemia.
Se da la circunstancia de que es la segunda obra de este autor en la localidad. Dedicado toda su vida laboral a la construcción al frente de su propia empresa, a este ordiziarra, al que la jubilación le llegaba en los días de cambio de siglo, la nueva etapa vino a ser como un corte seco que se le hizo un tanto difícil. Adiós al despertador que le trajo tiempo libre y pocas ganas de estar parado, por lo que decidió dedicar sus horas a seguir construyendo, pero esta vez por placer, centrado en lo que él deseaba: un empeño por dignificar el ladrillo, «un material que nos rodea allí donde estamos», apunta, y comenzó a unirlos con la intención de resolver una constante en la construcción. «Colocarlos en horizontal y en vertical no tiene ningún misterio –cuenta Ormazabal– ¿pero se puede poner de forma diferente, buscando una estética distinta?». Ahí surgía el reto, y bajo esas inquietudes y premisas siguió trabajando con este material y, tras realizar unas pruebas, se puso manos a la obra.
Y en el empeño por solventar un desafío estético a la ley de la gravedad, en pocos meses se hizo con varias figuras que resolvía con una buena dosis de paciencia. De aquel impulso surgieron seis construcciones, que en buena medida respondían a lo que en el mundo artístico se considera una serie; variaciones de una misma temática. Un reto por evitar que los ladrillos acabaran en el suelo; una constante en la construcción, reconoce, que a su vez debía responder, en su resolución final a una obra, a base de ladrillo caravista y mortero de hormigón como amalgama, que buscara el equilibrio, y dispensase una pieza robusta que transmitiera cierta fortaleza. Lo que supuso un fructífero periodo creativo pronto se encontró con dos serios obstáculos. Uno, un lugar donde guardar obras de más de dos metros y medio de altura y 200 kilos de peso, y dos, la necesidad de tener que recurrir al correspondiente medio de transporte cada vez que fuese necesario moverlas o trasladarlas.
Con la obra parada en un local que se estaba quedando pequeño para albergar esas grandes formas tridimensionales, Juan Ormazabal, convencido del valor de su propuesta, buscaba el refrendo. «Quería que alguien me dijera qué le parecía». Y en esto conoció la obra de Jacint Comelles, ganadora en el 'Concurso internacional de cerámica artística de Zarautz' una construcción que tampoco se le antojaba tan ajena y un material que no se alejaba demasiado del suyo. «Eso me animó mucho –cuenta– y pensé que si aquella propuesta había salido a la calle, ¿por qué no iba a hacerlo la mía?».
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Así las cosas, tras aquel estímulo de autoafirmación personal, persuadido de que desde un planteamiento artístico su trabajo como mínimo resultaba digno, trasladó a varios miembros de la Corporación su propósito de donar al municipio alguna de sus obras. La cuestión requirió su tiempo pero finalmente vio cómo el Consistorio le daba el visto bueno a su ofrecimiento y a finales de noviembre del 2003, a media altura de la calle Juan de Amezketa, en el lado derecho siguiendo el sentido en el que discurre el tráfico, Ordizia acogía 'El arco atrevido', un lugar y emplazamiento que consideraba más que apropiado.
Sin opción a solventar los condicionantes apuntados, Juan Ormazabal dejó el taller pero siguió dándole vueltas a nuevas creaciones, con ideas más avanzadas, nuevos materiales, etc. que no pasaron de la fase de boceto sobre el papel porque consideraba que si no tenían salida iba a llegar un momento en el que no iba a poder entrar a su improvisado estudio ni él. Y si en algún momento le picó el gusanillo, fue consciente de que el paso de los años no discurre en balde y que entre las cosas que le había arrebatado, quizá estaba el pulso pero sobre todo la paciencia.
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«Guardo cinco construcciones o figuras, como yo les llamo, porque utilizar el término escultura me produce cierto rubor y además yo no he esculpido nada. Obras que el día del homenaje en la residencia ofrecí y mostré mi deseo a los responsables municipales de donarlas a la localidad, donde en mi humilde opinión encontrarían el marco idóneo», señala Ormazabal.
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