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J. Goñi, K. Iglesias, A. Nuñez y J. Zabala
Tolosa
Martes, 29 de abril 2025, 02:00
En Tolosa, el apagón generó también numerosas incidencias en comercios o comunidades de vecinos. Pero lo que se salvó fueron las babarrunas. «Han sobrevivido al apagón, ya tienes un bonito titular», decían en el restaurante Frontón, donde se apañaron para calentarlas con camping gas, y dar de comer a sus clientes. Fue una de las anécdotas de unas horas de incertidumbre que dieron también algún susto gordo, al dejar atrapados en ascensores a varios vecinos.
Es el caso de Marisol Goenaga, de 82 años, que estuvo encerrada una hora. «He estado bastante tranquila porque los vecinos se han portado muy bien y me han ayudado», confesaba, una vez pasado el susto. Marisol se quedó atrapada entre la entreplanta y el primer piso de un inmueble en el barrio Larramendi. Pudo llamar para que le abrieran manualmente la puerta del ascensor y desde el hueco que quedaba le pasaron una silla y un botellín de agua. «Me he quedado sentada esperando tranquilamente porque, la verdad, no podía hacer otra cosa», decía. Su hija llamó a la empresa Otis y el servicio técnico acudió pronto al rescate. Justo en ese momento volvió la luz.
Larramendi fue una de las zonas de Tolosa donde más rápidamente se recuperó el suministro de energía. En varios bloques del barrio, la normalidad llegó hacia las 14.30, mientras que en el resto del municipio hubo que esperar hasta las 15.30 horas.
En Tolosa cerraron los principales supermercados y se mantuvieron abiertas las tiendas pequeñas de ultramarinos. En los restaurantes, el apagón les llegó justo cuando estaban preparando los menús del mediodía. Así, en el Frontón, Sonia Tapia confesaba que pudieron servir sólo los platos fríos además de las alubias, calentadas en las cocinas del restaurante en un camping gas. En el restaurante Bidebide, el personal se quedó de brazos cruzados y nervioso en las horas cruciales, sin poder servir las cincuenta comidas que llevaban preparando toda la mañana.
Misma situación en la céntrica sucursal bancaria de Kutxabank del paseo San Francisco. Todos los empleados salieron a la calle, sin poder trabajar en sus ordenadores y con los cajeros inoperativos, justo cuando el dinero en metálico volvió a cobrar relevancia para realizar los pagos.
Hubo algunos que sí disponían de señal en la TPV. Era el caso de la carnicería y charcutería Arozena, en la Parte Vieja, especializada en carnes y comidas preparadas. Aunque a mediodía aún no existía previsión de cuándo volvería la luz a los hogares, los clientes seguían comprando carne cruda, cortada a cuchillo y pesada sobre las básculas, que aguantaban con la batería. Aunque también había vecinos que miraban a los embutidos y la ensaladilla rusa como las únicas opciones en el menú dentro de esta situación.
El pan, alimento básico donde los haya, ganó peso como acompañante y recurso fácil al que recurrir para comer. «Al menos tengo pan, ya me arreglaré», mencionaba un cliente de Ogiberri-Opil de la calle Laskoain. Suerte tuvo, ya que según confesaban desde el otro lado del mostrador la masa no hubiera podido aguantar mucho más tiempo y posiblemente «el martes habría habido muy poco pan a la venta».
En otras localidades de la comarca como Anoeta, los establecimientos mantuvieron su horario. «'Qué nos atacan los rusos', oí decir en broma y seguido escuché el sonido de la alarma al irse la luz», comentaba una comerciante sobre los primeros momentos del apagón. A falta de electricidad, sin poder utilizar las balanzas, algunos cerraron antes de la hora al mediodía. A la tarde pudieron trabajar con normalidad.
La mayoría de los vecinos y comercios se lo tomaron con resignación. La mayor preocupación fueron los alimentos que se conservaban en los frigoríficos. Hasta hubo quien aprovechó el buen tiempo para tomar el sol en los bancos mientras se solucionaba el tema. Los establecimientos hosteleros continuaron abiertos, con bebidas frías. En Irura, en cambio, en la panadería servían con normalidad, y eran de los pocos sitios que tenían luz, gracias al generador con el que cuentan desde hace décadas, cuando estos apagones eran más habituales. El suministro volvió hacia las 15.15 horas. Algo más necesitó la cobertura de los teléfonos.
El apagón generó numerosos problemas logísticos también en Goierri. En Beasain, varios comercios cerraron temprano al no poder cobrar con tarjeta ni gestionar pedidos. «No hemos hecho ni una venta desde las 12.30», reconocía el responsable de una tienda de ropa. El polideportivo evacuó a los usuarios por seguridad, y trabajadores del polígono industrial de Salbatore abandonaron sus puestos de trabajo. «Al ver que estábamos sin red, y solo dos ordenadores portátiles funcionaban, los que vivíamos cerca nos hemos ido a casa, hasta nuevo aviso. Cuando hemos recuperado la luz, hemos recibido el aviso de que podíamos volver a finalizar las tareas». Los caseríos más aislados sufrieron además la caída total de la red móvil, y quedaron parcialmente incomunicados.
En Ordizia el corte se alargó durante unas tres horas. Los agentes de la Policía Municipal tuvieron que rescatar a los vecinos que se habían quedado atrapados en los ascensores. Además, el polideportivo Majori permaneció cerrado varias horas. Una vez que se restableció el suministro, el gimnasio y las canchas se abrieron, y la piscina también tras las pruebas de calidad de agua. Bares, restaurantes y comercios se mantuvieron abiertos en su mayoría. «Hemos ido a tomar unos potes y los bares estaban abiertos, pero tenían problemas para limpiar la vajilla», comentaba Jose Ignacio, un vecino que no vio afectada su rutina. Y las clases continuaron con normalidad.
El apagón pilló a los lazkaotarras celebrando el día del patrón San Prudencio. Algunos incluso disfrutando de las barracas, aunque no hubo que lamentar ninguna incidencia. El reparto de género en los bares de cara al 'Día de Cuadrillas' de mañana se volvía una carrera contra el reloj. «Los arcones podrán mantener el hielo que estamos descargando, pero solo unas 12 horas. Si no vuelve la luz, todo el hielo se perderá», explicaba un camarero del bar Alboka. La falta de electricidad también afectó a los planes de muchos vecinos, que tenían reservas para comer fuera. Sin red móvil, contactar con los restaurantes era imposible. «No sabemos si nos darán de comer», contaba Javi Luis.
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