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Energías renovables

Dieta climática: Una alimentación consciente y sostenible

La forma en la que nos alimentamos también tiene su impacto en el medio ambiente y, por ello, la dieta climática es un enfoque que cada vez tiene más seguidores

Martes, 4 de noviembre 2025, 17:30

Cuando decimos que prácticamente cada una de las decisiones que tomamos en nuestro día a día puede tener su impacto en el medioambiente no exageramos y la dieta climática es uno de los mejores ejemplos para entender esta afi rmación, porque nuestra forma de alimentarnos también puede tener unos u otros efectos en el planeta.

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Es por ello que la dieta climática es cada vez un enfoque de la alimentación más en auge. Se trata de una alimentación climáticamente sostenible, que busca reducir el impacto ambiental y climático, sobre todo desde el punto de vista de las emisiones de gases de efecto invernadero, del uso del agua y de la huella climática. Es, con sus medios y con sus objetivos, una dieta que favorece tanto la salud humana como la del planeta, que impulsa el consumo de vegetales en detrimento de las carnes, que promulga un desperdicio cero y que exige también una producción responsable.

Así, esta dieta pone el foco en el consumo de la carne, especialmente la roja, para reducirlo por otras fuentes de carne más sostenibles desde el punto de vista ambiental, como es el pollo, los pescados certifi cados o los productos vegetales. ¿Dónde reside el problema en el consumo de la carne roja? Podríamos señalar varios puntos de confl icto. Uno de ellos es que la ganadería emite muchos gases de efecto invernadero. Por un lado, el ganado produce metano durante la digestión, mucho más potente que el CO2 en el corto plazo, y el estiércol y los fertilizantes para los pastos también liberan óxido nitroso. Por ello, se calcula que la ganadería representa en torno al 15 % del total de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Además, la producción de carne requiere enormes extensiones de tierra para pastos y cultivos de forraje. De hecho, los estudios señalan que el 75 % de las tierras agrícolas del planeta se utiliza para alimentar animales, pero estos solo aportan un 18 % de las calorías que consumimos: el desequilibrio es evidente.

Por otro lado, los expertos señalan que producir un kilo de carne de res puede exigir hasta 15.000 litros de agua, si tenemos en cuenta el riego, la alimentación y el procesamiento, una cantidad exagerada si tenemos en cuenta que un kilo de legumbres puede necesitar en torno a 1.000 litros de agua.

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En esta misma línea, la de los recursos que exige la ganadería, no podemos olvidarnos tampoco de la leche, cuyo consumo pide reducir también esta corriente de alimentación. Su impacto es menor que el de la carne, pero también sigue siendo alto y, por ejemplo, para un litro de leche se calcula que son necesarios 1.000 litros de agua. Además, esta dieta intenta limitar el consumo de los derivados lácteos, porque exigen procesos que en muchos casos tienen su impacto también en el medioambiente, por un lado, y porque exigen en muchos casos una importante cantidad de leche, con los recursos que ello implica.

Producir un kilo de carne de res puede exigir hasta 15.000 litros de agua

¿Debemos dejar de tomar carnes rojas o de consumir leche? La respuesta sería un 'no' desde el punto de vista tanto de la salud como ambiental, pero sí debemos limitarlo y ser conscientes, cuando las consumimos, del impacto que ello tiene en el planeta. Y, además, y esto es una máxima aplicable a todos los alimentos, debemos tener claro que siempre será mejor apostar por el producto de proximidad (productos locales y, en este caso, de ganadería regenerativa) que fomentar el consumo de otras opciones que implican una mayor huella ecológica.

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¿Qué es mejor comer?

La dieta climática apuesta, consecuentemente, por aquellos alimentos que son más sostenibles para el planeta, desde el punto de vista de su producción y su consumo. Y estos son los alimentos de origen vegetal: frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, frutos secos y se- millas tienen una huella ecológica mucho menor y, además, son más saludables e incluso reducen el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Y con el pescado, ¿qué sucede? Su consumo en esta dieta climática está más matizado que el de la carne, porque su impacto es menor que el de esta, pero también es cierto que es mayor que el de los alimentos vegetales. Así las cosas, la mejor opción es consumirlo también de manera responsable, siendo consciente de qué estamos comprando o comiendo, de dónde viene y cómo ha sido capturado. Y es que, por ejemplo, el pescado salvaje de captura sostenible tiene una huella mucho más baja que el pescado por arrastre, con el gasto en combustible y el daño a los fondos marinos que ello supone. Por ello, siempre es mejor apostar por especies locales, abundantes y de temporada antes que hacerlo por otras que pueden estar sobreexplotadas o que tienen un impacto mayor en las especies o en el mar.

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Desperdicio cero

Con el pescado, pero también con cualquier otro alimento, se promulga también el desperdicio cero dentro de la dieta climática. En este caso, se busca utilizar todas las partes posibles del pescado para reducir su desperdicio y, consecuentemente su impacto ambiental. Las espinas, cabezas o zonas menos nobles, por ejemplo, pueden ser perfectas para elaborar una sopa de pescado o un fondo que nos pueda venir muy bien en arroces. Cuanto menos se desperdicie, es mejor para todos.

Para que seamos conscientes del problema que supone el desperdicio de alimentos desde el punto de vista de la sostenibilidad, hay que señalar que un tercio de los alimentos producidos se desperdicia y que, si los gases de efecto invernadero que ello conlleva se pudiesen comparar con los emitidos con los países, el desperdicio alimentario estaría únicamente por detrás de China y Estados Unidos en este ranking.

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El desperdicio cero es una forma cotidiana de cuidar nuestro planeta desde nuestra propia alimentación, pero es una tarea que empieza desde antes de la compra y que termina después de haber cocinado y tomado esos alimentos.

Así, es muy importante planificar las comidas semanales para cuando vayamos a la compra tener una lista realista y evitar los impulsos que nos llevan, más tarde, al desperdicio. En el momento de la compra, siempre es positivo apostar por los productos de temporada, pero también por aquellos que puedas ser versátiles y puedan ser aprovechados, si hubiese un cambio de planes, en diferentes recetas.

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Durante la preparación de las diferentes recetas, intentaremos practicar una cocina de aprovechamiento en la que todas las partes de los alimentos puedan tener su papel y, con los restos, intentaremos elaborar otras recetas. Además, aquella comida que nos sobre puede ser reutilizada en otras preparaciones. ¿Existen mejores croquetas que las elaboradas con los restos del pollo asado o las puntas del jamón? Además, es importante cocinar las cantidades adecuadas y comedidas y no preparar más de lo que realmente se va a comer. Por otro lado, hay que preocuparse de conservar bien tanto los alimentos como las recetas, esforzarnos para que nada se nos caduque y utilizar frascos herméticos, apuntando las fechas, para que nada se nos olvide.

Y, una vez hayamos cocinado esas recetas y hayamos dado buena cuenta de ellas, es importante que los restos orgánicos se puedan depositar en puntos de compostaje comunitarios o municipales. Antes de ello, también conviene echar un vistazo a si algunos de los restos pueden ser utilizados como nuevos ingredientes. Por ejemplo, las cáscaras de los cítricos pueden ser ralladuras que aromaticen nuevas recetas, con los restos de legumbres podremos elaborar hummus o hamburguesas vegetales y con esos plátanos que estén a punto de pasarse podremos preparar panes o sabrosos batidos.

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