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Xiao Wang no responde

Xiao Wang no responde

Un estudiante chino que hace ocho años vendió un riñón para comprar un móvil de alta gama vive postrado en una cama. Cada año se realizan más de 12.000 trasplantes ilegales en el mundo, el 10% del total

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Miércoles, 16 de enero 2019, 07:36

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En un mundo donde abundan los desesperados por comer y los desesperados por tener, el comercio ilegal de órganos humanos constituye un negocio tan repugnante como boyante. ¿Se han preguntado cuánto podrían obtener por una de sus vísceras sin que, a priori, les fuera la vida en ello? La Organización Mundial de la Salud (OMS) conoce bien este deplorable mercado. Según sus datos, en la India, un riñón se cotiza a unos 17.500 euros; en China, pueden llegar a sobrepasar los 35.000; mientras que en Israel alcanza los 140.000. Incluso más si se trata de un hígado o de un pulmón. En todos los casos se trata de tarifas brutas. Es decir, hay que descontar la suculenta comisión del intermediario, la minuta del traslado del órgano, la factura del costoso material médico... de manera que la persona que ha accedido a su mutilación con fines crematísticos apenas acaba obteniendo finalmente entre 1.000 y 8.000 euros por su víscera.

A Xiao Wang le dieron poco más de 2.600 por su riñón. No puso ninguna objeción. Le valía y le sobraba para satisfacer su aspiración: comprarse el último modelo de Iphone. Hoy, casi ocho años después de aquella anhelada adquisición, está postrado en una cama con un pronóstico dramático.

La penosa historia de este estudiante de la provincia de Hunan, en el sur de China, comenzó en 2011. Ansioso por conseguir un móvil de la marca Apple y sin tener suficiente dinero para ello, decidió poner a la venta uno de sus riñones. Tenía entonces diecisiete años. A escondidas de su familia, se las arregló para contactar con una red ilegal de tráfico de órganos, que se ocupó de la extracción. Recibió a cambio 3.000 dólares (2.630 euros al cambio), con los que corrió a la tienda más próxima con el símbolo de la manzana mordisqueada para elegir un iPhone y también un iPad.

Cuando su madre se percató de que manejaba tecnología tan puntera, le preguntó por el origen del dinero para hacer semejantes compras. Wang acabaría confesando, y sus padres interponiendo una denuncia que derivó, primero, en la detención de los miembros de esa mafia y, después, en su condena a entre tres y cinco años de prisión. La familia de Wang recibió, por su parte, una indemnización de unos 175.500 euros. El espeluznante caso recorrió los medios de comunicacion de todo el mundo. Como vuelve a suceder ahora al conocerse el trágico estado del joven.

Wang estaba convencido de que podría vivir con todas las garantías con solo la mitad de su aparato depurador. Los miembros de la red que se ocuparon de la operación así se lo aseguraron en la clínica ilegal donde le extrajeron el riñón. Sin embargo, durante la intervención el paciente contrajo una infección que derivó en una grave insuficiencia renal. Hoy, casi ocho años después, vive en una cama conectado permanentemente a una máquina de diálisis y necesita de asistencia las 24 horas del día.

Los sirios, carne de cañón

Se calcula que en el mundo hay una media de 2 millones de personas que precisan un trasplante. Sin embargo, cada año solo se practican unos 126.000. De ahí la desaforada demanda de órganos que lleva mayormente a sudaneses, iraquíes, sirios, somalíes o eritreos a ofrecerse como mercancía 'troceables'. En la cara opuesta, saudíes, rusos, estadounidenses, canadienses, japoneses, australianos y europeos son quienes compran su vísceras. Lo que para unos constituye un alivio efímero a su miseria, para otros es vida pagada al contado.

La inmensa mayoría del tráfico ilegal de órganos se centra en los riñones. Es una operación rápida. En apenas cinco horas el órgano se extrae, se limpia y se implanta en el receptor. La OMS estima que cada año se realizan en el mundo más de 12.000 trasplantes ilegales, apenas el 10% del total. En su extrema vulnerabilidad, las víctimas de los conflictos armados se convierten en presa de las mafias del tráfico de órganos. Según un estudio de la Universidad de Damasco, desde que en 2011 estalló en Siria una brutal guerra civil que ha empujado a miles de compatriotas a un exilio que en muchos casos se ahoga en su primera etapa, en el Mediterráneo, 20.000 ciudadanos de ese país han vendido un riñón. Las redes turcas resultan muy hábiles captándolos en los campos de refugiados y en suburbios del Líbano y de Jordania. Les hacen los análisis y las pruebas diagnósticas, y les emparejan con un comprador compatible. Su miseria es la garantía de supervivencia del rico.

El tráfico de órganos es ilegal en todo el mundo salvo en Irán, donde se rigen por un sistema propio de compraventa regulado.

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