«Los enfermos mentales están olvidados»
Jeanet es la madre de un joven que sufre de patología dual. Vive con un miedo constante a que la esquizofrenia y las adicciones de su hijo causen una tragedia. «Estamos desamparados por el sistema sanitario», dice
El calvario de la donostiarra Jeanet Beaumont comenzó hace cinco años. Fue por entonces cuando empezó a detectar ciertos cambios en el comportamiento de su ... hijo, que tenía 23 años. Hasta ese momento había sido un joven «alegre y sociable con los amigos», pero no tardó en convertirse en una persona completamente desconocida. «Le veía con actitudes distintas, extrañas. Como madre veía que algo no funcionaba en él», recuerda. Ese fue el principio.
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Llevó a su hijo a un centro de salud mental «donde le hicieron un diagnóstico, pero no acertaron». Se vio implicado más tarde en un incidente. «Pasó algo», dice Jeanet sin dar más detalles. Su hijo acabó en urgencias, donde le hicieron un TAC. Finalmente, le diagnosticaron esquizofrenia. «Estuvo un mes ingresado y le derivaron a San Juan de Dios. Un mes después, salió con un tratamiento y parecía recuperado, pero en la calle se encontró con las mismas compañías de antes y con las mismas adicciones». Porque su hijo, además de la enfermedad mental, «era adicto a todo». Sufría lo que se llama patología dual, un término que designa a las personas que padecen de manera simultánea una adicción y otro trastorno mental.
Jeanet cuenta su historia en una cafetería de San Sebastián, ciudad en la que reside. Ha sido ella la que ha querido hacerlo, pero no para hablar de su hijo sino para denunciar la situación por la que atraviesan muchas personas como él y sus familias. Todos ellos, asegura, «están desamparados» por el sistema sanitario.
«Lo que más me alarma es oír la sirena de una ambulancia. Pienso si será mi hijo el que va allí»
La conversación dura una hora y media. En todo ese tiempo ella no sonríe ni una sola vez; en su rostro la tristeza no concede un momento de tregua. No hace mucho su hijo, llamémosle Juan porque su madre prefiere que no aparezca su nombre verdadero, se ha visto implicado en otro incidente. «Tengo sonrisa, aunque hoy no puedo. Intento ser una mujer feliz y disimular, pero hay momentos en los que me vengo abajo porque me quedo sin fuerzas. No puedo seguir así, viendo cómo se va degenerando y destruyendo» Por eso ha querido hablar, para pedir ayuda. «Como madre necesito que alguien me ayude, que me ayuden los profesionales y el Departamento de Salud, que se involucren más con estas situaciones».
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Cuando Juan fue diagnosticado comenzó para él y su madre un largo peregrinaje. «Le he llevado a centros de salud mental de pago y públicos, a urgencias, a hospitales donde le estabilizan y le dan el alta, y también ha estado en un centro privado de Jerez», afirma. Pero nada de eso ha sido suficiente. «Los pocos centros que hay para enfermos duales son privados y tenerlos internos cuesta entre 3.000 y 6.000 euros al mes, que es una cantidad que yo no puedo pagar». En cuanto al sistema público, de los centros de deshabituación «puedes salir y entrar con total libertad; son voluntarios y no pueden retener a un paciente». Lo que hacen, añade Jeanet, es «tenerlos tres días para que se estabilicen y les dan el alta, pero una persona con una trayectoria como la de mi hijo es imposible que salga adelante de esta manera».
Vivir con miedo
«¿Qué hacemos cuando les dan el alta? ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Quiénes nos apoyan?», se pregunta Jeanet. «Me siento impotente», admite. «Hace cinco días mi hijo se encontraba mal y fue al ambulatorio, donde le recetaron un medicamento. Yo pedí cita en el Centro de Salud Mental de San Sebastián, pero están desbordados y te la dan a los quince o veinte días. Eso es mucho, porque en ese tiempo en el que no te pueden atender pueden pasar muchas cosas», se queja.
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«Vivimos con miedo de que a él le pase alguna cosa, de que le dé por tomar una caja de pastillas con alcohol o que agreda a alguna persona», explica Jeanet. El miedo a que ocurra algo es constante en los familiares de personas afectadas por una patología dual. «He hablado con madres que se han encontrado a hijos muertos en la cama porque se han tomado una alta dosis de medicación», dice. Es un miedo que no cesa, que está presente a todas horas del día, es imposible desprenderse de él. «Lo que más me alarma es oír la sirena de una ambulancia. Pienso si será mi hijo el que va allí. Es angustioso, te pasas la vida pensando que va a llegar lo peor, que va a ocurrir algo grave y no lo vamos a volver a ver más. No tenemos ningún momento de descanso. Estemos aquí o a cien kilómetros, siempre andamos pendientes de ellos».
«Pido ayuda, que haya medios de retención para estos enfermos, que se les apoye a ellos y a sus familias»
Juan lleva una vida independiente. Reside en un piso y se medica, aunque no reconoce que tiene una enfermedad. «Él no es un niño, no puedo estar las 24 horas con él», lamenta su madre. Insiste en que necesita apoyo desde las instituciones y también insiste en que no lo encuentra. «Nos dicen que no hay camas para enfermos duales. ¿Por qué no existe un centro público para este tipo de patologías? La gente normal no nos podemos permitir pagar un centro privado, donde los enfermos pueden ser ingresados de forma no voluntaria».
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«Señalados por la sociedad»
«Ya sabemos que un hospital no es un hotel ni una cárcel, ni tampoco quiero eso para mi hijo. Yo no pido que hagan centros penitenciarios hospitalarios», recalca Jeanet. Lo que reclama es «que hagan un seguimiento más cercano y más continuo a este tipo de pacientes. Que estén bien atendidos y que tengan la posibilidad de estar ingresados en un centro público dos, tres meses, el tiempo que haga falta para que salgan bien».
Jeanet se hace otra pregunta. «¿Qué es mejor, atenderles o que haya una desgracia?». «Solo se acuerdan de ellos cuando ha pasado algo malo, pero el resto del tiempo están olvidados. Los enfermos mentales son los eternos olvidados y encima están señalados por la sociedad», dice. «Este es un problema silenciado. Muchas personas están sufriendo lo mismo que yo y no lo dicen por miedo o por vergüenza. Parece que, en vez de enfermos, sus hijos son delincuentes, escoria de la sociedad. Si tienes un hijo así pasas a ser 'la madre de'», se lamenta. Pero eso a ella no le importa. «Soy la madre de mi hijo y voy a seguir siéndolo. Pido ayuda, que haya medios de retención para estas personas, que se les apoye a ellos y también a sus familiares, porque nos sentimos solos», afirma.
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