«Con depresión duele mucho vivir»

Lo que en un primer momento identificó como «tristeza» derivó en «falta de sueño, incapacidad de orientación y de levantarme de la cama, entre otras cosas». Entonces, el psicólogo y la psiquiatra del centro de salud de Andoain, a donde acudió animada por su marido, le dieron la baja y la incapacitaron para trabajar. Antes de que falleciera una de sus hijas, se dedicaba al mundo de los seguros, pero tras su muerte decidió apostar por lo que le había gustado «siempre. Y trabajé durante diez años en una asociación de atención a personas con parálisis cerebral. Esto me ayudó a superar la muerte de mi hija. Y lo tuve que dejar». Fue un golpe duro para Jaione, quien desde que fue diagnosticada de depresión tiene que medicarse para sobrellevar el día a día.

Estos últimos años han estado «llenos de altibajos. Muchas veces no me reconozco en el espejo. He sufrido dos ingresos en la Unidad de Agudos, uno de ocho semanas y otro de siete», admite, mientras se seca alguna de las lágrimas que le brotan de los ojos. En esa época, «la vida no tenía sentido» para ella. «Cuando no quieres levantarte de la cama solo quieres morirte, porque afrontar el futuro duele mucho. Y a mí me da miedo. Muchas veces no me veo capaz de afrontar mi vida. Cuando ingresé, pensaba en acabar con mi vida. No podía más. No veía la luz. Ahora, por lo menos, la idea de intentar hacerme daño no ocupa mis pensamientos las veinticuatro horas del día».

Verbalizar su historia, «todo lo sufrido, no es nada fácil». Todavía hoy identifica «en muchos momentos» que «duele mucho vivir. Esto no tiene nada que ver con la tristeza. Todos en la vida hemos tenido momentos de tristeza. A todos nos tocan duelos y pérdidas. Y hay tristeza», apunta. «Pero cuando duele vivir, cuando levantarse de la cama no tiene sentido y el simple hecho de poner el pie en el suelo o abrir el ojo cuestan... Ahí está el sufrimiento». Y Jaione se ha encontrado con estas sensaciones en más de una ocasión. Aún a veces se topa con esas emociones que intenta vencer con lo aprendido durante este viaje tanto con los profesionales de Salud que le atienden como con el equipo de la asociación guipuzcoana de familiares y personas con problemas de salud mental Agifes, a quienes está «muy agradecida. En el sistema de salud público hacen falta muchos más recursos».

A pesar del apoyo que recibe tanto de estos especialistas como de su familia y amigos, «a veces» vivir «sigue doliendo. Cuesta ducharse, cuesta desayunar y cuesta mucho salir a la calle. Es una lucha contra ti misma, contra tus pensamientos». Hay momentos en los que «solo quieres descansar y dejar de pensar. Necesitas parar la cabeza. Y lo que te inunda son sentimientos de miedo y vergüenza por lo que te está pasando. Muchas veces me miro al espejo y no me reconozco. Mi depresión me limita en muchas facetas de mi vida. Ni soy la esposa que me gustaría ser, ni la madre que me gustaría ser, ni la hija que me gustaría ser, ni la hermana que me gustaría ser», se sincera.

Luchar contra «nuestro ego» es un reto. «Y más cuando tienes un problema de salud mental». Lo que «seguramente» le haya ayudado a empezar a ver su vida de otra manera, y encontrar algo de esperanza entre tanto dolor, es identificar el «autoestigma» e «intentar acabar con él». Porque «no puedo pedir que nadie me respete si yo no me respeto por tener depresión», dice. «Por supuesto hay mucha labor social que hacer en cuanto a la educación, pero muchas veces depende de aceptar nuestra situación. Si me partiera la pierna mañana y fuera en una silla de ruedas en ningún momento pensaría que mi amigo no va a querer estar conmigo por no poder caminar. Sin embargo, a veces no he querido estar en determinados entornos porque creo que estorbo o molesto», recapacita, al tiempo que fija la mirada en el horizonte.

Aceptar la depresión «es difícil, pero es clave. Si mañana me diagnostican una diabetes me voy a tener que pinchar. Y eso lo vemos de una manera. Sin embargo, tener momentos en los que te cuesta mucho seguir viviendo y no tienes ganas de ello lo vemos de otra». Y eso que Jaione se considera «una privilegiada» por el apoyo recibido por sus amigos y familiares. «Mi padre, de 92 años, vino a visitarme cuando estaba ingresada. Parece que le ayudo yo a él, pero en realidad es al revés», comenta orgullosa de su aita. Un día, estando en la Unidad de Agudos, le dijo 'yo me moriré siendo tu padre'. «No le entraba en la cabeza no venir a verme». Y se sintió «culpable», pero también se emocionó, al sentir el calor del hogar con ella.