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J.M.
Lunes, 5 de mayo 2025, 15:07
Lo que para muchos puede parecer una simple costumbre cultural encierra en realidad un poderoso hábito de protección sanitaria. Y es que, quitarse los zapatos al entrar en casa no es solo una cuestión de limpieza estética sino también una barrera efectiva contra bacterias, toxinas y alérgenos que comprometen la salud de toda la familia.
Quienes crecieron con esta regla impuesta por padres estrictos quizás la interpretaron en su infancia como una manía más por el orden. Sin embargo, con el paso del tiempo, se entiende que este acto tiene un trasfondo mucho más importante.
Bajo las suelas de nuestros zapatos se esconde un verdadero laboratorio de contaminantes microscópicos. Estudios como el realizado hace unos años por la Universidad de Arizona revelan datos reveladores: el 96% de los zapatos analizados presentaban bacterias coliformes, asociadas a materia fecal. Peor aún, el 27% contenía Escherichia coli (E. coli), una bacteria capaz de causar infecciones gastrointestinales graves e incluso fallos renales en sus variantes más agresivas.
Los más vulnerables ante este tipo de agentes patógenos son los niños pequeños. Con sistemas inmunológicos en desarrollo y el hábito de jugar en el suelo o llevarse las manos a la boca, están especialmente expuestos. Pero no se trata solo de E. coli. En los zapatos también se han detectado bacterias como Clostridium, que provoca diarreas severas, y Staphylococcus aureus, incluido el temido MRSA, una «superbacteria» resistente a los antibióticos, que puede derivar en infecciones graves e incluso mortales.
Una serie de riesgos que no se limitan al mundo bacteriano, ya que el calzado actúa también como vehículo de productos químicos presentes en calles, jardines y espacios públicos. Herbicidas, pesticidas, metales pesados como el plomo e incluso residuos de hidrocarburos quedan atrapados en las suelas y se transfieren directamente a los pisos del hogar. En el caso del plomo en particular, este es altamente tóxico para los niños, ya que puede dañar su desarrollo neurológico y provocar secuelas irreversibles.
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Sumado a esto, los alérgenos como el polen se adhieren fácilmente al calzado, generando brotes alérgicos y exacerbando problemas respiratorios en el entorno doméstico, que debería ser un refugio seguro para quienes lo habitan.
Así, un gesto tan simple como descalzarse antes de entrar se convierte en una primera línea de defensa para preservar la salud dentro de casa. Adoptar esta práctica no solo reduce significativamente la carga de contaminantes interiores, sino que también promueve un ambiente más limpio, seguro y saludable para todos.
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