El encargado de poner... ¡ordeeeer!
Hace unos días, John Bercow, el hombre que preside la Cámara de los Comunes, famoso por muchas cosas, incluidas sus corbatas, eligió una en azul, blanco y rojo (los colores de la bandera) para decirle al Gobierno de Theresa May que no podrá volver a presentar en la Cámara el acuerdo de salida de la Unión Europea porque las reglas no permiten votar una misma moción dos veces en la misma legislatura. El Primer Parlamentario de Gran Bretaña, que es así como se le llama formalmente, es un hombre, además, increíblemente peculiar y enormemente importante que tiene, entre otros privilegios, el de vivir en el palacio de Westminster.
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Muy popular por su manera de llamar al orden a sus señorías (los vídeos con sus gritos de ¡ordeeeeer! se han hecho virales), Bercow lleva en el cargo desde 2009. A pesar de las críticas, ha sido quien ha permitido que sus señorías dejen de llevar corbata cuando el diputado Jared O'Mara, aquejado de una parálisis cerebral, anunció que no podía seguir llevándola. También quien decidió guardar bajo llave su peluca blanca y sacarla solo en las grandes ocasiones. Pero, además de controlar lo que ocurre en la sala e impartir disciplina, el 'speaker', el nombre con el que los británicos conocen al presidente de la Cámara, es quien, en primera instancia, cuando los parlamentarios votan gritando 'sí' o 'no', intuye -según volumen- cuál es la opción más apoyada. Luego, si el resultado no está claro, votan sus señorías. Pero nada de apretar un botón o levantar la mano. Salen de la Cámara y se reparten por dos pasillos anexos, el del 'sí' y el del 'no', y allí se hace el recuento.
Aunque varias veces han intentado destituirle, acusado por sus antiguos compañeros de partido, los conservadores, de favorecer al enemigo y, por este, de respaldar a los suyos, ha logrado permanecer en el cargo. Hace meses, cuando un parlamentario le recriminó: «¿No es cierto que en su coche lleva una pegatina donde puede leerse Bollocks to Brexit! (a la mierda con el Brexit)? Él, sin inmutarse, contestó: «La pegatina en cuestión está en el parabrisas del coche de mi mujer. Ella tiene derecho a expresar su punto de vista: esa pegatina no es mía y aquí se acaba la historia». Y se acabó.
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