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Marijaia abraza a todos los bilbaínos en un txupinazo sofocante Juan Lazkano
Aste Nagusia 2023

Bilbao toma el testigo a Donostia con el txupinazo

Marijaia prende la mecha de la 43 edición de Aste Nagusia, que durante nueve días convierte la ciudad en capital de la alegría

Luis Pérez

Sábado, 19 de agosto 2023, 20:00

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Chup, chup, chup. Ya ha salido Marijaia con los brazos lanzados al cielo. Igual este año debería haberlos bajado para, agarrando un cucharón poderoso, revolver al gentío que la recibía y que se cocía en su propia salsa de alegría y sudor. La plaza del Arriaga era como una marmita. Bullía la multitud, saltaba y gritaba para recibir la fiesta bajo el condimento de sal y guindilla disparados por los cañones de confeti. Había entusiasmo a borbotones, calor y un meneo frenético como directamente transmitido por hilos invisibles desde la cadera de la suma sacerdotisa festiva. Chup, chup, chup. Pues sí, ya estamos en Aste Nagusia, un plato que se sirve caliente.

La edición número 43 de la Semana Grande llega con enormes perspectivas por lo siguiente: durante la pasada convocatoria, la de 2022, se batió el récord histórico de asistencia con 1,6 millones de personas disfrutando de los nueve días de fiesta. Aquel hito se explicó porque tras dos años en ayunas por la pandemia del covid había ganas de jaleo y mucha tristeza de la que resarcirse. Además, llegaron muchos turistas a Bilbao, rebasándose el millón de visitantes en todo el ejercicio, lo nunca visto.

Pues bien, en lo que va de 2023 ya se están superando con mucha holgura las cifras de 2022, de modo que todo apunta a que esta Aste Nagusia volverá a ser multitudinaria. Incluso más que la anterior. «El listón está cada vez más alto, pero los listones están para saltarlos», dijo el alcalde Juan Mari Aburto este sábado en una entrevista en este periódico.Ya no es ninguna novedad el protagonismo creciente que tienen los forasteros en la ciudad, pero a los mayores del lugar, y a los no tan mayores también, les sigue llamando la atención salir a la calle y encontrarse con tanta gente hablando inglés, francés, alemán y otros idiomas menos identificables. Como hoy, por ejemplo. Durante la mañana Indautxu y el Ensanche estaban tranquilos, poco concurridos. La gente local parecía reservarse en casa para el txupin, o quizás aún no había llegado de Bakio, Lekeitio, Sopela y otros lugares de retiro estival. Pero el Casco Viejo sí tenía gente, eso sí, muy mayoritariamente de fuera. Se les notaba mucho entre otras cosas porque se sorprendían por el escaso surtido de productos que ofrecían los vendedores callejeros, que casi en cada esquina sostenían exclusivamente racimos de pañuelos en tonos azulados. Poco más. «¡Hoy empiezan las fiestas de Bilbao!», aclaró un chaval africano a un grupo de jóvenes pálidos y muy rubios, a quienes alegró la noticia.

Pero lo del pañuelo les resultó algo incómodo. Por el calor. Claro, es que hay otra cosa que ha cambiado bastante. Antes, a las fiestas de Bilbao se bajaba con un chándal atado a la cintura o con un jersey sobre los hombros, según la adscripción de cada cual. Ahora, sin embargo, sobra la camiseta de tirantes. Así se demuestra que no es sólo la ciudad la que cambia, sino que lo hace el planeta en su globalidad.

Pero no es momento de reflexiones enjundiosas ni de mala ondita. Los jóvenes cumplen ya con su única obligación, que es exprimir el momento, hacer locuras y disfrutar sin pensar demasiado antes de que llegue la tiranía del pan de cada día, las obligaciones familiares y el pago de impuestos. Quienes han dejado atrás esa etapa vital, por su parte, encuentran en la Semana Grande un estímulo eficiente para hacer como que no.

Estos nueve días que ahora arrancan, cuidado, no sólo son para hacer el crápula y disfrutar –y padecer– los excesos. Hay en Bilbao casi un millar de actividades para todos los públicos: conciertos, danzas, espectáculos de calle, teatro, barracas, circo. Pero, sobre todo, la calle.

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