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Una mujer llena de tatuajes de diversos colores
Los tatuajes, en el punto de mira

Los tatuajes, en el punto de mira

Los expertos alertan de las posibles complicaciones a largo plazo por la falta de estudios sobre la toxicidad de las tintas

b. campuzano / i. Sánchez

Miércoles, 22 de junio 2016, 07:04

Félix se pone los guantes de látex blanco, se gira con su taburete de ruedas hacia un lado y coge el aerógrafo. Inserta la cápsula de tinta negra, pisa el pedal y, mientras se acerca paulatinamente a su cliente, apoya con firmeza su parte baja de la palma de la mano en el dorso. Se escucha una vibración constante y de pronto, con precisión y técnica, clava la aguja. La piel tiembla. Penetra la tinta. De fondo se oye la música rock que sale de un equipo de música antiguo de color negro, de los de casetes y vinilos. Ya no hay marcha atrás, «el tatuaje es para toda la vida y hay que pensárselo bien, aunque siempre se puede poner un Paulaner donde pone Paula», se atreve a bromear este pintor de pieles. Encorvado, echando todo su peso hacia delante, mira fijamente a la espalda de un hombre que roza la cuarentena. Observa el lienzo humano que está grabando, vuelve a clavar la pistola y dispara la tinta.

Este profesional del tatuaje tiene un bigote, ancho y espeso encima del labio y estrecho, fino y alargado en las puntas. El vello le rodea las comisuras de los labios y le baja hasta el mentón. Cuando sonríe, cuando habla se le mueven los pelillos al compás de sus músculos y, de vez en cuando, se pasa la mano por encima con la intención de peinarlos. El color de su pelo contrasta con su vestimenta. Lleva una camiseta de manga corta negra que deja al descubierto los tatuajes que tiene en el brazo. Tiene un anillo de plata en el anular derecho y un pendiente en el lóbulo derecho de acero inoxidable.

Pionero en el País Vasco

Aprendiz del oficio, fue pionero en este arte en el País Vasco hace dos décadas cuando decidió cambiar las manchas de grasa de los motores por la de las de tinta. Explotó la afición que le acompañaba desde pequeño al dibujo y la combinó con sus estudios en arte y decoración. Creó Félix Tattoo, un nuevo negocio, situado en el barrio de Egia de San Sebastián, relacionado con la aerografía y todo un referente del tatuaje. En sus 24 años de experiencia, este hombre de estatura media y melena fina de color rubio - acostumbra a recogérsela en una trenza lateral que le llega hasta la mitad del pecho- ha visto, escuchado y aconsejado. «Soy como un psicólogo, pero en mejor. Aquí viene todo tipo de gente, se sientan en la silla y se ponen a contarme su problemas durante las horas que les estoy tatuando», comenta y se ríe a carcajadas mientras juega con las sombras del tatuaje.

Calaveras y espejos de estilo rococó cuelgan de las paredes azules del estudio. Los focos led iluminan los metros cuadrados en los que se refleja la esencia de Félix. Moderno, clásico y rockero. Una cristalera deja ver desde la calle el estudio. «Estoy siempre de cara al público por si alguien quiere venir y ver cómo trabajo. Yo no tengo ningún problema», comenta mirando por encima de sus gafas negras. En el interior, un biombo de madera con un mosaico de vidrieras de colores separa el local. A un lado, la entrada y el lugar donde Félix tatúa a los clientes que no necesitan estar tumbados y se sientan. Al otro, una camilla negra, un aseo y estanterías repletas de tintas ordenadas por colores.

El recorrido de este oficio, que remonta a la Edad de Piedra, ha cambiado mucho desde que Ötzi, un cazador de la era Neolítica conocido como 'el hombre del hielo', se tatuara en la espalda y las rodillas. Desde que en las cárceles, los presos usaran los tatuajes para diferenciarse del resto de la sociedad, la simbología, los materiales y la técnica han evolucionado tanto que el conocimiento sobre los pigmentos que se emplean no es equiparable a la sofisticación de los bocetos.

Usos diferentes según las culturas

Las diferentes culturas utilizaban esta práctica para expresar y recalcar algunos aspectos. Muchos consideran la Polinesia la cuna del tatuaje. Antiguamente, las tribus lo utilizaban como una ornamentación natural, que otorgaba poder a quien lo llevara. Para otros como los maoríes, llevar la piel tintada, era parte de una estrategia para asustar al contrario en la batallas. Sin embargo, en Egipto, donde se tatuaban principalmente las mujeres, se le confería al tatuaje funciones protectoras y mágicas. Mientras en Grecia y Roma, se usaban para marcar y señalar a los esclavos, en América latina, formaban parte de un ritual y cuando una persona llegaba a la mayoría de edad, se le marcaba la piel con tinta.

La historia en Occidente remonta a la década de los 60, coincidiendo con el movimiento hippie. El tatuaje llegó de la mano de las expediciones de los marineros, quienes exportaron los conocimientos que habían adquirido tras el contacto con las tribus. Al tiempo, cuando se dejaron de lado los motivos marinos y se empezaron a adecuar los dibujos y los colores con la época, esta práctica se empezó a popularizar.

La piel del cuarentón se enrojece. Le tatuaje le ocupa parte de la espalda. Félix sombrea y los guantes se manchan cada vez de más tinta. Repasa una y otra vez los bordes de las alas hasta que consigue la tonalidad que busca. Le rocía un líquido, le pasa un trozo de papel absorbente y vuelve a clavar la aguja.

Antaño, los problemas derivados de la práctica del tatuaje estaban relacionados con la poca higiene de los locales y por los escasos cuidados. Hoy en día, los estudios a pie de calle cumplen con la normativa Real Decreto de 1997 en el que se establecen los requisitos técnicos y normas de carácter higiénico y sanitario y con las leyes vigentes en cada comunidad autónoma. No obstante, el actual dilema reside en la falta de regulación de los productos con los que se dibuja bajo la piel.

Aunque las infecciones solo afectan «a tres de cada diez personas», estima el dermatólogo, José Ignacio Aristondo, los expertos alertan de las posibles complicaciones a largo plazo por la falta de estudios sobre la toxicidad de las tintas.

Efectos secundarios de las tintas

Para evitar alergias, Aristondo aconseja que las tintas procedan de la «Comunidad Europea, que sean certificadas para su uso en pieles y, a ser posible, que tengan un distribuidor accesible por si surgen complicaciones». Félix sabe bien lo que es que las tintas produzcan efectos secundarios leves. En el tiempo que lleva dedicándose a este oficio no ha tenido ninguna complicación severa, «sólo once alergias y casi siempre por emplear tintas rojas», reconoce puntualizando con la mano derecha. Los dermatólogos reconocen que por los compuestos del tinte rojo, este es el que más alergias provoca. Algunas complicaciones surgen de inmediato si la persona es intolerante a alguno de los agregados, mintras que otras se puede da al cabo de unos días o de años. «Nunca hay que olvidar que las sustancias permanecen activas cada día del resto de nuestras vidas», aclara el doctor sentado en la mesa de su consulta.

Recientemente, un grupo de expertos, conscientes de los efectos secundarios de esta práctica, advirtió, en la revista médica The Lancet, del riesgo que conlleva el no conocer los condimentos de las tintas que se inyectan ni por qué provocan reacciones adversas. Según se informa, el problema reside en que los tintes y pigmentos que se han utilizado tradicionalmente han sido sustituidos por nuevos colorantes de los que se desconoce su composición. Aristondo, recuerda un estudio en el que « la mayoría de las tintas utilizadas no se podían emplear en la piel porque eran de uso industrial»

Actualmente, los tatuadores han denunciado los criterios de la Agencia Española del Medicamento para homologar los pigmentos de tatuaje. En principio, la agencia del medicamento comprueba las tintas y hace controles. El principal problema de hoy en día es que con internet ahora se puede comprar a cualquier fabricante, sea de donde sea. A nivel europeo, han salido varias propuestas para crear una norma conjunta que proteja a los usuarios, pero no todos los países la firman

La realidad es que la mayoría de las tintas provienen de China y Estados Unidos donde no hay ningún control oficial sobre su calidad. Para los tatuadores, adecuarse a los componentes que recomienda el Ministerio de Sanidad supone, en cierta medida, utilizar pigmentos que pueden perder calidad y tonalidad y, por tanto, perjudicar su negocio.

Para evitar complicaciones, Aristondo desaconseja ir a tatuadores callejeros o que no sean profesionales reconocidos. Félix coincide en este aspecto y da a entender que quienes trabajan en pisos y no están de cara al público son los que perjudican la profesión y los que utilizan tintas que pueden ser peligrosas «porque lo hacen por ahorrarse dinero y al final, el resultado es peor».

El ángel está terminado. Apenas queda rellenar algunas sombras de las extremidades de las alas. El hombre, sentado en la silla, mantiene una conversación en la repasan algunos de los tatuajes que Félix ha dibujado. De vez en cuando, el tatuador levanta la vista, se aleja para ver su obra en perspectiva y prosigue minuciosamente. Al final, se ríen y Félix confiesa que algunos tatuajes le «hacen reír y otros llorar».

El rockero acaricia el resultado con suavidad, le echa una crema y se levanta del taburete. Vuelve a mirar la espalda del cliente. Pasea firmemente, seguro de sí mismo por el estudio y coge el papel film y un espejo. Tras explicar al cliente los cuidados que requiere, este se pone su camiseta , paga y se marcha. Félix, solo en el estudio con la música como único acompañante, empieza a limpiar el material. Coge la base en la que ha apoyado las tintas y las pistolas y las limpia meticulosamente. Frota dentro de los agujeros y se cerciora de que no quede ningún resto. «Hay que limpiar todo bien para evitar riesgos», comenta Félix mientras espera que llegue la hora de la siguiente cita.

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