FAMILIA

Los matrimonios, cada vez más tarde y más breves

Casi uno de cada cuatro divorcios afecta a parejas casadas hace menos de cinco años. El momento crítico para un matrimonio sigue estando situado entre los seis y diez años, cuando se dan la mayor parte de rupturas

CÉSAR COCA

Domingo, 31 de agosto 2014, 13:54

Casarse a una edad avanzada, con la experiencia previa de otros noviazgos y con frecuencia tras un período de convivencia no garantiza una mayor estabilidad de la unión. Al menos eso es lo que pasa en España: los matrimonios se producen con los miembros de la pareja ya bien instalados en la treintena (casi 34 años para los varones en su primera boda y cerca de 32 para las mujeres) y sin embargo duran cada vez menos. Tan poco que 25 de cada mil matrimonios se rompen incluso antes de los dos años. Y casi uno de cada cuatro divorcios corresponde a una pareja que se ha casado en hace menos de cinco años. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) dibujan un horizonte familiar muy distinto al de hace solo unos años, con unos matrimonios cada vez más tardíos e inestables. Otro cambio social que apunta hacia nuevas y profundas modificaciones en los modelos familiares.

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El momento crítico para un matrimonio sigue estando situado entre los seis y los diez años. La mayor parte de las rupturas se dan en ese período, lo que explica que buena parte de los recién divorciados sean personas en torno a los cuarenta años y que a esa edad muchos emprendan una nueva relación en busca de una segunda oportunidad. Lo llamativo es el aumento de los divorcios en los primeros años de matrimonio.

Y ese aumento es muy notable. En 2012, último ejercicio del que existen datos detallados, casi un 7% de los divorcios estaban protagonizados por parejas con dos o menos años de matrimonio. En 1998, cuando por primera vez se hizo una estadística detallada de este fenómeno demográfico, eran menos del 2,5%. Conviene aclarar que entonces no era posible divorciarse antes de cumplirse el primer año de matrimonio. Solo a partir de la reforma de la ley, en 2005 (la popularmente conocida como 'ley del divorcio exprés'), una pareja puede solicitar en el juzgado la ruptura de su vínculo cuando lo desee, sin esperar a que transcurra plazo alguno.

El acortamiento de la vida de los matrimonios es más evidente si se analiza lo que sucede con los divorcios registrados en los primeros cinco años de las uniones. En 2012, suponían aproximadamente el 23,5% del total. Un cuarto de siglo antes, eran el 15%. Estas cifras se refieren a los matrimonios, tanto los solamente civiles como los que también son canónicos, y únicamente a los formados por personas de distinto sexo. El, por comparación, escaso número de bodas gays y el poco tiempo transcurrido desde su legalización hacen que los datos sobre divorcios no sean aún significativos. De la misma forma, no hay información sobre qué está sucediendo con las parejas que conviven sin formalizar su situación, pero nada parece indicar que su estabilidad sea mayor.

Una paradoja

¿Cómo se explica que los matrimonios sean más inestables cuando las circunstancias en las que se producen apuntarían hacia lo contrario? La convivencia previa, la madurez que se supone que proporciona la edad y la existencia de experiencias anteriores deberían ser la base sobre la que se asentaran uniones matrimoniales estables y mucho más duraderas que las de hace tres o cuatro décadas, cuando esas circunstancias no se daban o se daban en mucha menor medida.

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María Silvestre, exdirectora de Emakunde, socióloga y profesora en la Universidad de Deusto, cree que el fenómeno está relacionado «con las expectativas de respeto en una relación y con la autonomía de cada una de las partes». A su juicio, la aceptación completa del divorcio en la sociedad española y la mayor independencia económica de la mujer explican tanto el aumento del número de rupturas como el hecho de que se produzcan antes.

A las razones sociales se suman otras de ámbito más personal. Leire Iriarte, doctora en Psicología, profesora en Deusto y psicoterapeuta en Psicología y Psiquiatría Barraincua, sigue la senda de Zygmunt Bauman en su célebre 'Amor líquido'. En un mundo donde lo individual prima sobre cualquier otra cosa, también las relaciones amorosas son menos profundas y con un compromiso menor. «Predomina una tendencia cada vez mayor a la recompensa inmediata, a la estimulación continua», dice Iriarte.

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La primera etapa del enamoramiento está repleta de emociones, explica. Pero esa fase se consume pronto y da paso a otro tipo de relación donde «hay que integrar los aspectos positivos y negativos de la pareja». Eso es algo que un número creciente de personas se niega a aceptar, y en cambio desean repetir la primera etapa del enamoramiento, desbordante de emociones. Es decir, vivir una especie de noviazgo eterno, lo que de alguna forma está cambiando las reglas del juego y hace que los matrimonios 'para toda la vida' empiecen a ser no una utopía pero casi.

Otro cambio importante respecto de lo que sucedía en los ochenta es que el nacimiento de un hijo ya no es un factor de estabilidad. Antes lo era: significaba la consolidación de la pareja, la entrada en una nueva etapa menos pasional y más profunda. Ahora, la llegada de un bebé, explica Iriarte, cambia las rutinas, reduce el tiempo que cada progenitor tiene para sí mismo, modifica los roles y hasta cambia las relaciones íntimas. Aproximadamente la mitad de las parejas que se divorciaron en 2012 tenían hijos menores de edad. «Si no son capaces de integrar los cambios o el matrimonio tenía problemas previos, es posible que se precipite la ruptura», añade.

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Varias convivencias

Una comparación de las cifras de divorcio y la duración de los matrimonios con las de Estados Unidos y los países europeos desvela que la tasa de estabilidad de las parejas «es alta aún», asegura María Silvestre. En España, la familia sigue siendo una institución muy fuerte y muy bien valorada socialmente, según todos los estudios que se han realizado. Por eso, no cree probable que llegue a ser común un fenómeno que sí lo es en EEUU: la sucesión de tres o cuatro matrimonios a lo largo de una vida. «Nuestra sociedad no está cerca de ese modelo habitual en Norteamérica y en algunos países nórdicos».

Sin embargo, los datos apuntan que cada vez son más frecuentes las biografías que recogen varias largas convivencias, aunque no hayan sido registradas -o no todas- como matrimonios. Ello deriva en «hogares muy diversos, nuevas realidades que están aflorando y son completamente aceptadas», añade María Silvestre.

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El poeta, compositor y diplomático brasileño Vinicius de Moraes -que debía de ser un experto en el tema porque se casó ocho veces- dijo que «el amor es eterno mientras dura». La mayoría de los jóvenes españoles sigue soñando con «casarse para toda la vida», pero al tiempo tienen un concepto muy idealizado de la pareja que conduce fácilmente a la decepción porque rara vez se da esa unión perfecta en todos los sentidos. «Somos esclavos de un modelo de amor muy romántico que nos hace daño. Al ser deudores de eso, cuando acaba la relación idílica, las parejas se rompen», advierte la socióloga María Silvestre. «Quizá con un concepto menos 'rosa' del amor, las parejas durarían más». La pasión irrefrenable no siempre es una buena aliada de la institución matrimonial.

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