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«Hay que preguntar a los locales en qué y cómo podemos ayudar»Nacida en San Blas, entre el frontón, la playa y el monte, aún recuerda tiempos cuando la renta era antigua y se pagaban 60 euros ... en una zona hoy tomada por los surfers. Cuando se independizó a los 25, tuvo que compartir piso en Gros. Trabajó en hostelería, hizo prácticas universiarias en Perú, viajó y fue educadora social. Montañera, es feliz viviendo en Urnieta, tan cerca del Adarra, en vivienda de VPO. Firme creyente en que todo humano tiene derecho a una vida justa, digna y próspera, trabaja en y con Medicus Mundi Gipuzkoa y formó parte del reducidísimo equipo que filmó 'Zona Wao', el documental de Nagore Eceiza que denuncia la salud petrolizada de muchas comunidades indígenas por culpa de las extracciones realizadas por empresas que nos abastecen a todos de combustible.
–¿El Muyo?
– Podría haber hecho mis prácticas curriculares en mi zona de confort pero preferí hacerlas muy lejos de ella. Me encontré en un mundo totalmente distinto donde la vulnerabilidad de muchos se mascaba, donde no podías hablar de micromachismo porque allí la violencia machista era totalmente manifiesta, nada simbólica y la situación de la mujer, más que insoportable muchas veces. Me encontré dentro, engullida por una Naturaleza, que no tenía nada que ver con los montes que mi familia y yo amamos, recorremos, ascendemos. Aquello no se parecía ni al Adarra ni a Peñas de Aia ni al Hernio ni a tantas cumbres del Pirineo. El Muyo es un centro poblado que se ubica en el trayecto de la carretera de penetración a la selva Bagua. Estás en lo que se llama 'la ceja de la selva', su entrada, pero sientes tu irrelevancia de criatura humana. En la selva una hormiga es más grande que tú. El Muyo recibe niños y niñas de otras comunidades para que puedan cursar educación secundaria. En sus pueblos solo hay primaria. Esas fueron mis prácticas. Clases por la mañana y por la tarde, actividades extraescolares, algo que maravillaba a los chavales y chavalas. Nunca habían imaginado que se pudiera jugar en la escuela.
–La Naturaleza, exuberante, y sin embargo dices que al principio sentiste claustrofobia.
– El Muyo es, sí, un centro poblado y existen campamentos para alojar a los chavales porque muchos vienen desde lugares tan lejanos como a siete horas de camino. No pueden regresarse a sus casas al terminar las clases de cada día. Solo vuelven los fines de semana. Más allá de esos albergues, no hay ni bares ni tiendas ni nada. Un mediodía me senté con mi compañera de prácticas en un banquito rodeado de nada, solo la Naturaleza y nosotras dos. Me sentí ahogada. Había trabajado en la cervecería de Teo, el Txofre: gente, más bares, movimiento. ¿Qué íbamos a hacer allá? Claustrofobia, sí. Con el tiempo descubrí que dominaba el arte de estar estando, de ver pasar el tiempo y la vida. De mirar. Como esas magníficas señoras jubiladas que se pasan horas sentadas en una terraza sin, aparentemente, hacer nada, solo estando. 'Egonean egon' que se dice en euskara.
– Aprendiste también a bañarte en los charcos de la carretera.
– Entre nuestros alumnos había niños y niñas huérfanas que no tenían familia a la que volver los fines de semana. Se quedaban con nosotras. Y sí, más de un día la lluvia llenaba los agujeros de la carretera, los grandes socavones, y en esa charca inmunda con olor a gasolina y restos de aceite nos bañábamos, ¿por qué no?
– La mención de la gasolina nos acerca ya a dos informes realizados por Medicus Mundi Gipuzkoa con el apoyo de la Agencia Vasca de Coopeación y Solidaridad , el Gobierno Vasco y la Universidad Andina Simón Bolívar. Nos acerca también al titular de nuestra página...
– Son dos estudios que dan cuenta de los impactos socioambientales de 24 años de actividad extractiva de la empresa Repsol en el Parque Nacional Yasuni de Ecuador y denuncian la 'petrolización' de la salud y la sistemización de un eco-genocidio en la Amazonia. Y sí, son trabajos realizados a petición de organizaciones locales que querían tener, ordenadas las pruebas y sistematizados los datos que ellos habían recogido para lograr que a través de conclusiones científicas la incidencia política y social de lo que allí pasa fuera mucho más poderosa. Y por supuesto, nosotros estamos en contra, también, de ciertas formas de cooperación al desarrollo que no toman en consideración a los agentes locales.
– Siempre ha sido de buena educación preguntar qué quiere quien en su casa te recibe.
– Exacto. Fuimos a Dicario, los cuerpos están contaminados, las aguas y las almas, también. La gente se ha acostumbrado. Fuimos a Sarayaku. Allí las mujeres han dicho ¡basta! Queda esperanza.
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