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Al hilo de un artículo de Ramón Etxezarreta en este mismo periódico, hay que reconocer que es una suerte vivir aquí, porque aquí no pasan esas cosas.

Porque hay sitios donde un chaval puede morir por un puñetazo que recibe una noche en la calle.

Y donde acaban las fiestas patronales y se acumulan siete casos de abusos sexuales.

También hay lugares donde los empresarios dicen que no hay talento y que falta gente capacitada para trabajar (gratis o semi gratis, pero eso se sobreentiende porque no lo suelen añadir). Donde los jóvenes universitarios emigran a Inglaterra, Francia, Alemania o Italia, países de segunda fila con industrias tercermundistas donde sí valen sus estudios, al revés de lo que sucede en su casa, donde es tal el nivel de excelencia que no llegan. Lugares donde los empresarios tienen el valor de quejarse de que la universidad y la FP produzcan gente con conocimientos y no mano de obra barata -por decirlo en términos de Pedro Miguel Etxenike- para el aquí y el ahora, mientras a todo el mundo le parece lo normal.

Hay sitios donde la gente mea contra la pared de los parkings subterráneos y allí huele que apesta.

Hay sitios donde las zonas antiguas de la ciudad han expulsado a la gente de casa a base de precios abusivos y de haberse convertido en parques temáticos del turismo.

Menos mal que vivimos en Donostia, donde esas cosas no pasan.

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