Modelos de una Tamborrada igualitaria
Javier Llorca y Jone Goitia posaron, con medio siglo de diferencia, para los artistas que esculpieron las estatuas del tamborrero y la aguadora, una experiencia que relatan con orgullo
Ambos pertenecen a la Unión Artesana. Él, Javier Llorca, de 76 años, es el socio número 2. Ella, Jone Goitia, de 28, es la primera mujer que ingresó en la sociedad con plenos derechos, igual que los hombres. Tienen en común el amor por Donostia, su ciudad, y la pasión por la Tamborrada, tradición que han vivido desde niños. Pero lo que les unirá para toda la eternidad es haber servido de modelos para las estatuas del tamborrero y la aguadora que componen, junto al busto de Raimundo Sarriegui, el conjunto escultórico que preside la plaza dedicada al compositor.
Corría el año 1972, con Fernando Abad como directivo responsable de los asuntos tamborreros, cuando a Llorca le ofrecieron la posibilidad de posar para José Lopetegui, el artista que debía realizar la obra que conmemoraría el centenario de la Unión Artesana.
«Me hicieron unas fotos que siempre llevo encima, aunque también tuve que posar muchas horas en el estudio del escultor»
Javier Llorca
Modelo de tamborrero
«Me hicieron varias fotos, que siempre llevo encima en el móvil, pero parece que las imágenes no bastaban y tuve que ir en persona al estudio del escultor, en la plaza Easo», recuerda. Las sesiones se prolongaron más de un mes. Iba allí dos o tres veces por semana vestido con su uniforme napoleónico y durante un par de horas como mínimo debía quedarse totalmente quieto.
La estatua del tamborrero se realizó en hormigón, un material que no resistió la dureza de la calle. «Le rompieron un brazo, los palillos...», lamenta Llorca. Para poner freno al vandalismo y aprovechando las obras de reforma de la plaza, en 2002 se hizo una copia en bronce que sustituyó a la original y que fue producida en la fundición González Piriz de Irun, según recoge el Atlas de Esculturas en San Sebastián de San Telmo.
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El encargo se hizo, precisamente, a Nino Barriuso, artista palentino afincado en Hondarribia que también ha realizado la estatua de la aguadora inaugurada ayer. Con él ha trabajado en persona la otra protagonista de esta historia, Jone Goitia, quien afirma sentirse «orgullosa de poder representar a todas y cada una de las mujeres de San Sebastián».
Proceso «largo pero bonito»
Reconoce que el proceso fue «largo pero bonito». «Los dos socios que impulsaron la idea de la escultura me llevaban en coche hasta la casa-taller de Nino. Iba ya vestida, con las alpargatas puestas y todo. Fue justo después del confinamiento y la verdad es que la experiencia resultó increíble», cuenta esta joven trabajadora social.
En Hondarribia se subía a un taburete durante horas y el artista moldeaba su figura, primero con alambres y luego en arcilla. «Es un hombre encantador y nos enseñó muchísimo sobre arte. Aquellas preciosas conversaciones que manteníamos las recordaré siempre», dice con una mezcla de admiración y gratitud.
«La protagonista es la mujer, no yo. Todas somos esa estatua: las que están, las que ya no están y las que vendrán en un futuro»
Jone Goitia
Modelo de aguadora
Jone Goitia quiere dejar claro que no todas las partes del cuerpo reflejadas en la estatua de la aguadora le pertenecen: «La cara no es mía y me parece perfecto porque algo público como esta obra debe ser impersonal, anónimo». Las manos tampoco son suyas, sino una muestra femenina neutra que envió una escultora de París. El pecho se ha realzado un poco. Y el uniforme que utilizó incluye una casaca lisa cedida por Kañoyetan -la estampada de la Unión Artesana impedía a Barriuso apreciar bien los pliegues-, una herrada de la sociedad Zubi Gain, unos palillos fabricados por Erviti para la ocasión y un pañuelo de La Tienda del Bordado.
A todos ellos, Goitia quiere dar las gracias, así como a los dos socios que le brindaron esta oportunidad y a sus padres por contagiarle el fervor tamborrero. «Esta escultura es importante para la ciudad porque supone la recuperación de la mujer como parte de la fiesta. Donostia tenía esa deuda pendiente», subraya, al tiempo que advierte de que «la protagonista es la mujer, no yo. Todas somos esa aguadora: las que están, las que ya no están y las que vendrán en un futuro».