Agur a un emblemático colegio de Gros
Claret Ikastola-Mariaren Bihotza echa la persiana tras 92 años formando a miles de alumnos. Miren, Mikel y Miren Maite, exalumna, profesor y directora pedagógica, relatan sus vivencias en el 'Miren'
Claudia Urbizu
Domingo, 10 de marzo 2019, 07:41
Tras casi un siglo de andadura, Claret Ikastola cerrará sus puertas este año, una vez todos los alumnos hayan aprobado sus exámenes en junio. Este colegio donostiarra que nació como Corazón de María en 1927, se prepara para echar la persiana empujado por la pérdida paulatina de alumnos. El cien por cien de los cerca de doscientos alumnos que este año se despedirán del colegio ya han encontrado un nuevo centro para el curso que viene.
La congregación de los claretiano abrió su primer centro educativo en la ciudad en 1920, en la calle Campanario de la Parte Vieja. Siete años después decidieron comprar el solar donde hoy está la ikastola y construyeron el colegio al que llamaron Corazón de María. Un año después se levantó la iglesia que está al lado.
«Hacia 1970 se empezaron a organizar unos grupos clandestinos de educación infantil en euskera en los locales de la parroquia», apunta Miren Maite Etxabe (1958), directora pedagógica de Claret Ikastola y profesora del centro desde hace 38 años. Debido al éxito que tuvieron, se decidió integrar estos grupos en el colegio en 1980 y en 1982 el centro pasó a ser una ikastola mixta llamada Mariaren Bihotza. El último cambio de nombre se produjo en 2016, cuando los claretianos tomaron la decisión de modificar el nombre de sus centros, en Bilbao, Donostia y Pamplona e incluir 'Claret' en la denominación de los tres.
«Me da muchísima pena que el colegio vaya a cerrarse porque siempre he estado muy unida a él», dice apesadumbrada Miren Urbieta (1983), antigua alumna de Mariaren Bihotza. La primera vez que pisó las clases fue cuando entró «a la gela de tres años» y aunque su vida académica en el centro terminó cuando tenía dieciséis, el vínculo afectivo que tiene con el colegio no ha llegado a desaparecer nunca.
«Uno de los lujos de la ikastola es precisamente la ubicación. Aunque con el mal tiempo se convertía en un lugar peligroso y había que sujetarse a la barandilla o a las farolas, cuando hacía bueno jugábamos en 'la jaula' o cancha de 'saski', íbamos a 'San Antonio', la tienda de chuches donde hoy está el Campero, a comprar algo o nos sentábamos sobre el muro», señala Miren. «Son palabras que solo entenderán los de mi generación y anteriores pero creo que, aunque son características del barrio, los del 'Miren' los hemos sentido como muy nuestros», añade. Recuerda con cariño que las quedadas de la cuadrilla eran siempre en la puerta del colegio y que los fines de semana, si hacía malo, les abrían las puertas del colegio de manera que pudiesen estar en alguna sala.
«Este colegio ha sido muy importante en lo que respecta a mi vida profesional. El 'Miren' tenía una escolanía, un coro de niños, que lo llevaba un sacerdote de la orden de los claretianos: Aita Sierra. Siempre ha sido una persona muy importante en mi vida. Fue gracias a él que yo entré en el coro con seis años y desde entonces no he dejado de cantar. Cuando él murió yo fui su sucesora como directora del coro infantil y del de adultos, hasta que terminé los estudios de canto y empecé a dedicarme a lo que soy a día de hoy», explica esta exalumna.
Respecto al cierre del colegio, Miren asegura que le da mucha pena debido a que siempre ha estado muy unida a él. «Además de cantar en el coro fui monitora en los grupos de tiempo libre y luego hice las prácticas de la universidad. Ahora que he sido madre me da pena no poder enseñarle a mi hijo el colegio dónde estudió su ama», apostilla.
El colegio escribe este año la última página de su historia motivada por la pérdida de alumnos. «Siempre ha habido dos clases por curso. De hecho, cuando el centro era solo de chicos llegó a haber unos cuatrocientos alumnos. Pero ya hacia los 80 se empezó a notar una bajada paulatina de estudiantes hasta que se tomó la decisión de cerrar la ikastola», apunta la directora pedagógica. «Hace unos seis años se mandó hacer un estudio para conocer las causas de esta problemática, pero no salió nada claro. Las familias aseguraban estar muy a gusto y valoraban mucho el proyecto educativo. No lo sé, tal vez uno de los motivos haya sido que el aspecto religioso cada vez tiene menos importancia en nuestra sociedad, cada vez más aconfesional. También nos enfrentamos a una fuerte competencia en el barrio», señala con cierta duda, apuntando que con su cierre «desaparecerá la única ikastola religiosa que existe en Donostia».
Un trato muy cercano
En lo que respecta al alumnado, el 100% de los niños ya ha efectuado la matrícula en distintos centros educativos para el año que viene, de ellos el 45% en la red pública –la mayoría en Zuhaizti-Manteo–, el 25% en ikastolas y el 22% en centros de Kristau Eskola. Actualmente, están esperando a que se les confirme si han sido admitidos o no en el centro que han elegido las familias.
Quienes aún no saben con certeza qué les deparará el futuro son los profesores. «Es el principio del final», dice Miren Maite. «No hay vacantes en otros centros de la congregación y de momento nadie ha buscado otra cosa de manera activa. Como mucho se han llegado a mandar algunos curriculum, pero habrá que apuntarse a listas de educación y oposiciones», concluye.
Es el caso de Mikel Rekondo (1965), profesor de euskera, ingurune, lengua castellana y plástica, entre otras. «Ahora me toca hacer algo de lo que nunca he tenido necesidad, que es mandar mi perfil profesional a otros colegios. Tanto los claretianos como la asociación de padres nos están ayudando con este proceso», explica. Fue en 1986 cuando pisó por primera vez los pasillos de Mariaren Bihotza. «Entré para hacer unas prácticas y tuve la suerte de que necesitaban un profesor, así que he estado aquí toda mi vida. Empecé como tutor de 5º de Educación Primaria y en 2010 acepté también la responsabilidad de coordinar pastoral, que se encarga de las clases de religión, campamentos, tiempo libre...». De sus 32 años como profesor en este centro hace un balance muy positivo.
«Al ser un colegio tan pequeño el trato con mis compañeros, los alumnos, los claretianos y las familias siempre ha sido muy cercano. Tengo recuerdos muy bonitos de dinámicas surgidas en las clases y sobre todo de los campamentos. Estuvimos muchos años yendo a un caserío en Leiza y en Agurain, desde 1987, donde los profesores pasábamos a ser monitores. Esto permitía cambiar el tipo de relación con los chavales, conocerlos más, y tenía un efecto muy positivo cuando volvíamos a las clases», señala.
Tanto Mikel como sus compañeros han creído siempre en la ikastola. «He pasado momentos preciosos de mi vida gracias a este colegio. Es precioso ver cómo los alumnos se hacen mayores y te siguen saludando cuando te ven en la calle o cómo algunos pasan a ser tus compañeros como monitores. Al final, no trabajamos con máquinas sino con personas y es muy satisfactorio saber que les va bien, que hemos podido contribuir en esto y que nuestro trabajo ha dado sus frutos».
El cierre del centro se produce especial tristeza y preocupación. «En todos estos años he dejado mucho de mí en la ikastola y también he recibido mucho. No ha sido un puesto de trabajo más debido al vínculo afectivo que se ha generado. A eso hay que sumar la preocupación de que me he quedado sin trabajo», concluye Mikel.
Una vez se baje la persiana de manera definitiva este verano, se pondrá punto final a una historia que ha ido escribiéndose durante 92 años. Sin embargo, para aquellos que lo deseen, de momento quedará un pequeño vínculo al colegio, ya que tanto los grupos de tiempo libre de los sábados, Urrats, como la tamborrada sobrevivirán a esta despedida.
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