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Núcleo de caseríos del barrio de Loiola, con larguísimos tenderetes de ropa secándose al sol, en 1922. San Telmo Museoa
San Sebastián

El pintoresco valle de Loiola

Este barrio rural y vinculado al río cambió a partir del asentamiento de los cuarteles militares, ahora hace un siglo, en unos terrenos que ahora están llamados a volver a transformar el sur de la ciudad

Lola Horcajo y J.J. Fdez. Beobide

Jueves, 30 de octubre 2025, 01:00

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Hace una semana, se inauguró una pequeña exposición fotográfica en la Casa de Cultura de Loiola. Las imágenes provienen de la exposición 'Recuerdo de San Sebastián', que realizó el Museo de San Telmo el otoño pasado, de las que se han seleccionado las que mayor relación guardan con el entorno del Urumea, en un intento de acercar a cada barrio un material de interés para los que no pudieron visitarla. Ello nos da pie para tratar sobre la evolución de Loiola, que hace un siglo empezó a ser una zona urbana, olvidándose, poco a poco, de su pasado rural y agrícola.

Loiola en el siglo XIX

Loiola era uno de los siete barrios extramurales de la ciudad, junto con San Martín, Amara, Egia, Lugaritz, Ulia e Ibaeta. Su actividad estaba ligada al río Urumea y a sus tierras aledañas, la mayor parte antiguas marismas convertidas en huertas. Sus gentes se ocupaban de las labores del campo y buena parte de las mujeres, además, se dedicaban al duro trabajo de lavanderas, para una ciudad balnearia con una gran necesidad de estos servicios.

Las orillas del río estaban jalonadas por caseríos y campos de cultivo, y un núcleo semiurbano formado por una veintena de caseríos en donde, más tarde, crecería el barrio actual. Algo aislado de Donostia, su acceso principal se hacía a través del alto de Egia y el puente de Astiñene, si bien, el propio río constituía una vía principal de comunicación, ya que el transporte de cargas resultaba mucho más fácil y barato en gabarras que en carros por los precarios caminos existentes.

El pintoresco valle de Loiola, hacia 1860, pintado por Petit de Meurville.

La gira náutica

Hasta los años veinte del siglo pasado, el valle de Loiola tenía la fama de ser el más pintoresco de Gipuzkoa. Situado al pie del monte Ametzagaña y a sólo 1 km de distancia por el río, su visita era una excursión muy recomendable para los veraneantes, que podían acceder a pie, en tranvía (desde 1903) y, sobre todo, en lanchas y gabarras que remontaban el río en las horas de pleamar.

Las guías de la época lo describían como «un escenario de llanuras, colinas y montes, todo cubierto de exuberante vegetación y sembrado de blancos caseríos... hasta llegar al punto más poblado donde hay unas cuantas casas reunidas con escuela, estanco y merenderos, sirviéndose en ellos leche, chocolates, licores y comidas suculentas».

A final de la temporada, el Ayuntamiento solía organizar una excursión conjunta para vecinos y forasteros denominada «la gira náutica». La que se realizó en 1887, el primer año que veraneó en San Sebastián la reina regente, se describió de esta manera:

«Salían las embarcaciones engalanadas, desde el Puente de Santa Catalina. Encabezando la comitiva iba la falúa real 'la escampavía' con la reina Mª Cristina, y más de 200 lanchas le acompañaban.

Aprovechando la marea, ascendían hasta el puente de Ergobia en Astigarraga, donde los participantes almorzaban de picnic o en sidrerías a lo largo del camino. De vuelta, la comitiva real paraba en la villa de Lopetedi, próxima al puente de Eguía, donde estaba preparada la merienda. Al anochecer volvían a embarcar, comenzando el espectáculo de 'luz y sonido'. Todas las barcas encendían las farolas que portaban y las dos márgenes del río, se iluminaban con luces de bengala y artísticas farolas, se quemaban fuegos de artificio y se disparaban infinidad de cohetes y 'marrones'.

En la primera foto, Cuarteles y barrio de Loiola hacia 1940. En primer término: caserío Matxiñene, lavadero y frontón. En la segunda, Al son del txistu y tamboril en la 'billera de Loiola', junto a la casa Kapastegi. Al fondo el caserío Plazaburu o Galtzagorriene, en 1910. y en la última, lavanderas en el Urumea. Al fondo, caserío Bolagillene. Museo San Telmo
Imagen principal - En la primera foto, Cuarteles y barrio de Loiola hacia 1940. En primer término: caserío Matxiñene, lavadero y frontón. En la segunda, Al son del txistu y tamboril en la 'billera de Loiola', junto a la casa Kapastegi. Al fondo el caserío Plazaburu o Galtzagorriene, en 1910. y en la última, lavanderas en el Urumea. Al fondo, caserío Bolagillene.
Imagen secundaria 1 - En la primera foto, Cuarteles y barrio de Loiola hacia 1940. En primer término: caserío Matxiñene, lavadero y frontón. En la segunda, Al son del txistu y tamboril en la 'billera de Loiola', junto a la casa Kapastegi. Al fondo el caserío Plazaburu o Galtzagorriene, en 1910. y en la última, lavanderas en el Urumea. Al fondo, caserío Bolagillene.
Imagen secundaria 2 - En la primera foto, Cuarteles y barrio de Loiola hacia 1940. En primer término: caserío Matxiñene, lavadero y frontón. En la segunda, Al son del txistu y tamboril en la 'billera de Loiola', junto a la casa Kapastegi. Al fondo el caserío Plazaburu o Galtzagorriene, en 1910. y en la última, lavanderas en el Urumea. Al fondo, caserío Bolagillene.

Más de 8.000 vasitos de barro, alumbraban las orillas de la ría, en toda su extensión, hasta el puente de Santa Catalina. La estación del ferrocarril, también profusamente iluminada, y grandes hogueras ardían en los montes próximos. El muro de Amara y el de la estación semejaban una especie de canal veneciano. En el anfiteatro de montañas del valle de Loiola, también se encendían hogueras, bengalas y fuegos artificiales, produciendo un efecto sorprendente la iluminación de los hoteles, villas y casas de campo situados en las faldas de esos montes como la de Puyo, de la duquesa de Bailén, Arbaisenea, Errondo, Alcano de los condes de Peñaflorida, Cristinaenea de Lasala; Alcolea, del marqués de San Felices (hoy clínica Quirón); Toledo, de la viuda de Laffitte, y el fuerte de Ametzagaina. Al pasar al pie de Puyo, en el paseo de las Cañerías (final de la calle Autonomía), donde existía un eco muy sonoro, cantaba el Orfeón. A las ocho y media de la noche, atracaban las lanchas a la rampa de Santa Catalina».

Esta celebración que marcaba el final del veraneo, se siguió efectuando hasta mediados de los años veinte, desapareciendo tras la construcción de los cuarteles.

El trabajo de las lavanderas

El trabajo de las lavanderas suponía un importante complemento de la economía de los caseríos del área de Loiola. La tarea empezaba recogiendo la ropa sucia de los domicilios de los clientes de la ciudad. Para su traslado, la colocaban en un gran cesto que cargaban sobre la cabeza hasta llegar a la zona adecuada del río. Allí, formando pequeños grupos, se metían en el agua donde, sobre unas tablas, comenzaban a jabonar, frotar y golpear la ropa repetidamente. Una vez aclarada y escurrida, la cargaban en una carretilla para llevarla al caserío, tendiéndola en cuerdas para su secado. Hasta 1928 no se construyó el lavadero público de Loiola, que permitió a estas mujeres realizar su durísimo trabajo a cubierto. Este edificio es el que alberga hoy en día la Casa de Cultura.

El tranvía y el Topo

En 1903, se inauguró el tranvía eléctrico a Hernani que recorría el valle de Loiola, lo que supuso una gran mejora en la comunicación de este barrio con el centro urbano, ya que llegaba hasta la calle Peñaflorida. En 1912, se sumó el servicio del Topo a Hendaya, cuya primera estación se encontraba en Loiola. Sin embargo, estos nuevos medios de transporte no supusieron, aun, una transformación de la fisonomía del barrio, aunque si propiciarían la construcción de la ciudad jardín, en 1917, una experiencia de casas-villa para obreros, con pequeñas huertas.

Los Cuarteles

La compra de San Sebastián al Ministerio de Guerra del Monte Urgull y de los viejos cuarteles de San Telmo, en 1921, motivó el traslado de los militares a Loiola. La construcción del nuevo acuartelamiento para cientos de soldados iba a precisar mano de obra y más servicios, como tiendas, bares, pensiones, etc. En 1922 comenzaron las obras de los pabellones militares en la orilla derecha del río, al mismo tiempo que se empezaban a construir los primeros bloques de viviendas con seis alturas en el viejo barrio, lo que iba a provocar, ahora sí, un cambio social, perdiendo peso paulatinamente la vida rural, en una transformación urbana irreversible, de mayor carácter obrero y de servicios.

Hasta los años 20 del siglo pasado era el barrio más pintoresco y se organizaban excursiones en gabarra para los veraneantes

Las mujeres complementaban la economía del caserío lavando ropa en el río de clientes de la ciudad

Los viejos caseríos del núcleo de la barriada alrededor de Plazaburu, con sus tabernas, eran el corazón del viejo Loiola, donde se formaban las billeras y se bailaba al son del txistu y el tamboril los días festivos. A partir de entonces fueron desapareciendo sustituidos por altos y modernos edificios. Para finales de los años 60 ya se habían construido las torres del grupo Patxillardegi o los bloques de la Sierra de Aralar y en los años 70 los grandes edificios de la Avenida de Loiola.

La supresión del servicio militar obligatorio a finales del año 2001 supuso una bajada de actividad notable en los cuarteles, pero, para entonces, la transformación del barrio ya era completa. El caserío Plazaburu o Galtzagorriene, uno de los últimos que quedaban, fue derribado en 1998 y hoy en día, como recuerdo, apenas queda Patxillardegi, ya deshabitado y arruinándose día a día, como tantos otros, pese a la protección máxima que le otorga el Peppuc municipal.

El próximo febrero, los cuarteles cumplirán, precisamente, un siglo desde su inauguración, si bien este aniversario conlleva su fecha de caducidad, ante su traslado a los terrenos próximos de la hípica, al otro lado de las vías del ferrocarril.

El nuevo Loiola

En los últimos años, Loiola está experimentando grandes cambios, debido a las actuaciones de regeneración de la vega del Urumea y a la construcción de nuevas urbanizaciones, como Txomin y Ciudad Jardín. La reciente compra de los cuarteles por el Ayuntamiento constituye un «gran legado» para la ciudad, como declaró Eneko Goia en su despedida de la Alcaldía. Ello conllevará un cambio mucho mayor, para este barrio rural y aislado de hace un siglo y que, en la actualidad, es un apéndice más del área urbana metropolitana de Donostia.

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