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El Kursaal que pudo ser
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Hace sesenta años, con la organización del Concurso Internacional Euro-Kursaal, San Sebastián volvió a mirar de nuevo hacia EuropaCarlos Blasco
Martes, 7 de enero 2025, 00:07
El Gran Kursaal, inaugurado en 1922 como emblema de modernidad y sofisticación, se enfrentó a una profunda crisis apenas dos años después. La prohibición del juego en 1924 eliminó su principal actividad, dejando el edificio sin un uso claro y marcando el inicio de un ... periodo de decadencia.
El Casino Gran Kursaal, que aspiraba a convertirse en un referente cultural y social, se encontró en un limbo funcional. A pesar de varios intentos, reorganizar el espacio resultó una tarea prácticamente imposible, condenándolo a un prolongado deambular sin una dirección clara.
Un futuro incierto. La sociedad Gran Kursaal se enfrentó a una encrucijada: ¿qué hacer con una construcción diseñada para albergar fiestas y juegos? Las salas, amplias y decoradas para el entretenimiento, no podían ser fácilmente adaptadas a nuevos usos. Durante los siguientes cuarenta años, el Kursaal albergó todo tipo de actividades, desde proyecciones de cine hasta eventos menores, en un intento desesperado por mantener sus puertas abiertas. Sin embargo, el paso del tiempo y los embates del mar Cantábrico aceleraron su deterioro.
Los temporales. El mantenimiento del edificio del Gran Kursaal fue muy complicado durante esos años. Su ubicación frente al mar suponía un desgaste suplementario y los grandes temporales hicieron mucha mella en él. Hubo dos momentos especialmente importantes: el primero, el 6 de febrero de 1951, y el segundo, el 20 de enero de 1965.
El temporal de 1951 fue devastador. Las imágenes posteriores muestran los destrozos ocasionados. Además de destruir el muro de costa, levantó toda la avenida de Zurriola, llegando incluso hasta los portales. En el Kursaal, los daños fueron considerables, ya que la única protección eran los amplios ventanales, resguardados solo por contraventanas de madera.
Esta situación, que se repetía con frecuencia aunque no siempre con la misma intensidad, presentaba un futuro muy incierto para la Sociedad Inmobiliaria del Gran Kursaal. A ello se sumaba su tensa relación con el Ayuntamiento donostiarra.
Pleitos con el Ayuntamiento. La década de 1950 estuvo plagada de enfrentamientos legales entre la sociedad y el consistorio, que incluyeron no menos de diez litigios, principalmente por los impuestos sobre los solares edificados y no edificados. A esto se añadió la expropiación de 15.000 m2 tras el temporal de 1951 y la necesidad de reconstruir el muro de costa. El justiprecio establecido por el Ayuntamiento difería enormemente del valor estimado por la sociedad para lo expropiado.
No fue hasta 1958 cuando los letrados del Ayuntamiento y de la sociedad lograron llegar a un acuerdo. El abogado del consistorio, José Múgica, aconsejó a su cliente que era preferible llegar a un entendimiento antes que prolongar los litigios indefinidamente. En el convenio elevado a sus representados, y que finalmente fue aceptado, había cuatro puntos principales: primero, el Ayuntamiento se comprometía a terminar la urbanización del paseo que rodeaba al solar K; segundo, la sociedad inmobiliaria se obligaba a edificar, por sí misma o a través de terceros, edificios en dicho solar según las ordenanzas generales de la ciudad; tercero, el Ayuntamiento se obliga a desistir de todos los recursos contencioso-administrativos que tenía entablados sobre aplicación de los arbitrios a los solares sin edificar y edificados; y cuarto, la sociedad desistiría de los recursos contencioso-administrativos que tenía entablados en relación con dichos arbitrios.
En este nuevo ambiente, la Sociedad Inmobiliaria del Gran Kursaal se planteó dar un paso hacia adelante y buscar una salida a una situación estancada durante cuarenta años.
Odriozola, una figura clave. Una de las figuras fundamentales del Gran Kursaal fue, sin lugar a dudas, Manuel Odriozola. Tras la Primera Guerra Mundial, la sociedad inmobiliaria se vio gravemente afectada, ya que gran parte del capital era de origen francés. En ese contexto, Odriozola, junto con un grupo de donostiarras, asumió el liderazgo, logrando que el proyecto se completara con éxito.
Pasó por mil vicisitudes a lo largo de su gestión, pero siempre mantuvo un estilo caracterizado por la elegancia y la determinación. En 1967, José Berruezo le dedicó un sentido artículo en la revista 'San Sebastián', donde destacó su contribución a la ciudad: «Fundador y miembro del primer Consejo del Banco Urquijo de Guipúzcoa. Fundador de la Nueva Editorial, S.A., y de la Sociedad Odriozola y Berridi, todo ello en colaboración con destacadas personalidades del mundo donostiarra de las finanzas, fue uno de los impulsores del progreso de la ciudad, a la que no rehusó servir desde un escaño edilicio cuando fue requerido en tiempo del general Primo de Rivera. Pero la obra con la que se agiganta la figura de don Manuel es, sin duda alguna, la Sociedad Inmobiliaria del Gran Kursaal, que encierra en sus actas casi medio siglo de vida donostiarra».
A mediados del siglo XX, la sociedad enfrentaba nuevamente una situación crítica. Contaban con un edificio diseñado como casino que no había podido desarrollar su actividad, salvo en los dos primeros años. Las posibilidades de reconvertirlo hacia otros intereses eran nulas. Además, el deterioro causado por los embates del mar requería de una costosa rehabilitación, para la que no disponían de ingresos suficientes y cuya viabilidad era muy cuestionable.
Tras años intentando sobrevivir gracias a la taquilla del cine y al alquiler de salas para eventos diversos, y solucionados, en principio, los problemas legales con el Ayuntamiento, el Consejo del Kursaal decidió cambiar de rumbo y centrarse en el propósito original de la sociedad: la actividad inmobiliaria.
El concurso internacional. En 1964, la Sociedad Inmobiliaria del Gran Kursaal convocó un Concurso Internacional de Anteproyectos llamado Euro-Kursaal, para devolver a San Sebastián un proyecto emblemático. El nombre elegido para el concurso no fue casual: en un ambiente en el que el régimen franquista celebraba los '25 años de paz', reflejaba el deseo de algunos de recuperar la conexión con Europa.
Manuel Odriozola lideró el concurso con una visión clara: para que tuviera éxito, era esencial contar con un equipo destacado y una difusión internacional. Se editaron folletos de alta calidad que explicaban el proyecto, atrayendo la inscripción de 529 equipos de arquitectos de todo el mundo, lo que ya de por sí fue un éxito. El jurado estuvo compuesto por figuras de renombre: el presidente de honor era el alcalde, José Manuel Elosegui Lizarriturry; los titulares fueron los arquitectos Secundino Zuazo Ugalde, Pierre Vagó, Ernest N. Rogers, Heikki Siren, Julio Cano Lasso y Rafael La Hoz Arderius y el escultor Eduardo Chillida.
Las bases del concurso requerían un diseño que incluyera un hotel de lujo, viviendas, un cinematógrafo, piscina cubierta, sala de baños, oficinas, restaurantes, pista de patinaje y galerías comerciales.
Un proyecto inviable. Finalmente, se presentaron 122 anteproyectos, de los cuales 52 eran de arquitectos españoles y 70 internacionales. El anteproyecto ganador fue obra del equipo formado por el británico Jan Lubicz-Nycz, el italiano Carlo Pelliccia y el estadounidense William Zuk.
Durante la inauguración de la exposición de los proyectos en 1965, Odriozola reconoció los desafíos técnicos del diseño ganador, pero afirmó: «Tenemos a nuestro favor el importante factor de la técnica y, si esta lo resuelve favorablemente y dentro de una financiación razonable, por mucho que sea su coste y el esfuerzo, estamos dispuestos a llevar a cabo la empresa y levantar un edificio que será un timbre glorioso para nuestra sociedad y San Sebastián».
Sin embargo, los problemas técnicos superaron las capacidades de la época. Tras varias reuniones entre los autores y un equipo técnico de Agroman, se concluyó que la ejecución del proyecto era inviable. Así comenzó una nueva y larga historia para el Kursaal.
Katara Towers. Hace sesenta años, San Sebastián estuvo cerca de albergar un edificio visionario. Un proyecto que quedó en el papel pero que, sorprendentemente, ha cobrado vida en Doha (Catar). En la actualidad, esta construcción catarí, que guarda un notable parecido con el diseño original pensado para nuestra ciudad, se alza como una de las obras arquitectónicas más emblemáticas de la península Arábiga.
La comparación invita a un ejercicio de imaginación: ¿qué impacto hubiese tenido este edificio en la proyección internacional de San Sebastián? Es difícil no pensar que esta obra, de haber sido erigida, hubiera dado un impulso significativo al reconocimiento global de la ciudad, situándola como referente arquitectónico y cultural. Pero eso es algo que nunca sabremos.
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