Esther Otxoa Susperregui: «El cáncer no solo te enfrenta a la muerte, te confronta con la vida»
Fotografiando el agua del contraste, las heridas y el bosque
Tuvo un cáncer ductual infiltrante de grado 2. Se lo quitó de encima con seis meses de quimio, dos operaciones, 30 sesiones de radio y ... 28 semanas de recuperación de la movilidad del brazo izquierdo. Lo sacó del centro de su vida con la ayuda de su oncóloga, de su familia, de sus amigos, de los árboles, las plantas y un puñado de cosas más. Incluida alguna cerveza, alguna fiesta, algún pitillo. Esther ha plantado una exposición de 19 fotos en la luminosa sede de la Asociación contra el cáncer.
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– Podríamos empezar citando a tu gente. Conocí a tu padre...
–¿A Pedro? Perteneció a la Agrupación Guitarrística Donostiarra.
«Le pregunté a la oncóloga qué iba a pasar con mi deseo, con mi sexualidad. Se sorprendió. Los hombres lo preguntan. Nosotras no. No tanto»
– Orquesta de instrumentos de púa y pulso. Recuerdo que estrenó una de sus obras, 'El lago sereno'... Luego está tu tío, Paco.
– De la calle Zabaleta de toda la vida. De toda la vida desde que de niños se vinieron de Bilbao. Paco, dibujante. Y con la cabeza perfectamente amueblada. Como siempre pero ahora con noventa y tantos años. Mi madre, Isabel.
– La dama de Errenteria. Por eso el primer curso de fotografía que hiciste fue en Xenpelar, en un taller de artes plásticas. Por eso tu bar de referencia mientras te recuperabas del cáncer era (y es)...
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– Un clásico, el De Cyne Reyna. Ahí me juntaba con mi cuadrilla. Como seguro que no tenemos papel para nombrarlas a todas...
– ...Mencionemos a unas cuantas en representación de tantas otras. A Elena, por ejemplo.
– A Elena, sí. Que es médica. Y a Esther. A Laura. A todas. Con ellas hice la fiesta de la gran rapada.
– Suena potente. Al cero, ¿no?
– Quizás fuera más al uno. Ya que se me iba a caer el pelo, mejor tomarle la delantera al asunto. En una fiesta. Las cejas, no. Las cejas tardaron en caérseme. Pero volviendo a todos esos nombres y esa gente. Sin ellos, sin ellas, mi historia con el cáncer habría sido muy diferente. He tenido suerte, no era maligno, detectado a tiempo, buenos oncólogos y oncólogas, pero el otro día di una charla aquí mismo, en la sede de la AECC, y una muchacha emigrante, también con cáncer, me dijo que yo era una privilegiada. Me lo digo llorando. Y yo también lloré.
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– ¿Por qué?
– ¿Por qué lloramos?
– No, por qué te consideraba una privilegiada. Y por qué sabías tú que lo eres.
– Ella está viviendo el suyo en soledad. En la soledad acompañada por la gente de la asociación pero, llegada de la Amazonia, no tiene las redes que yo he tejido y otros han tejido para mí. No tiene cuadrilla, ni madre en Errenteria, ni a Paco en Donosti. Ni puede recuperarse como lo hice yo en 'El Molino', el caserío de Ana y Guillermo en Zizurkil. ¿Sabes lo que significa levantarte por la mañana y salir a pasear con los perros entre árboles? Claro que soy una privilegiada. También porque mi Canon 550, a la que durante estos diez años le he metido mucha tralla, no me ha fallado mientras sacaba las 300 fotos de entre las que, con otra amiga más, Lucía Morate, una gran artista vallisoletana residente en Alicante, elegimos las casi 20 de esta expo.
– ¿La Canon 550 no es una réflex digital maja pero normalita?
– Sí, pero mira qué resultado da. Y sin retoques, ni filtros, ni arreglos. Y al ser digital, pues sin cuarto oscuro. Bastante química había tragado ya como para ponerme a jugar con emulsiones y líquidos de revelado analógico. Las fotos las he ido sacando a lo largo de todo mi proceso. Plantaba la cámara delante mío (siempre con permiso de quienes me estaban curando) y disparaba. ¿Te doy otro nombre de gente buena?
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– Por supuesto, es tu página.
– Jorge Fernández Bazaga, fotógrafo, psicólogo, docente y asesor pedagógico. Con él hice mi primer taller de arte y terapia en Intza, Navarra, al pie de las Malloak. Y en Málaga me gradué en el curso 'La fotografía como terapia. Más allá de la imagen estética' que impartió en la universidad junto a Carlos Canal y Álvaro Luna. Yo soy filósofa, ¿sabes? Filósofa de formación. Al salir de la UPV me sumergí en la filosofía oriental, tan conectada a la Naturaleza.
– Ahora me vas a citar, seguro, a D. G. Haskell, el biólogo poeta autor de 'En un metro de bosque' y 'Las canciones de los árboles'.
– Creo que he leído tantos libros sobre bosques como árboles he abrazado. Me gustó mucho lo que contó una vez de que cuando un árbol está enfermo, los demás se confabulan para alimentarlo y mantenerlo con vida a través de sus raíces. Así me he sentido yo. Un penúltimo nombre, Kike Segurola, de Asteasu. Director de arte. Es el autor del cartel de mi expo.
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– A pesar de tanto, luchando contra el cáncer se tiembla, ¿cierto?
– De ahí esa foto velada, desenfocada, de mis manos temblando. Al principio crees que son los efectos secundarios de la quimio. Quizás. Pero es más que se te estremecen el cuerpo y el alma. Porque el cáncer no te enfrenta solo a la muerte. Te obliga a confrontarte a la vida, con tu vida. A decidir, a los cincuenta y tantos, qué vas a hacer con el resto de tus días.
– Y a preguntarte sobre el deseo, sobre la sexualidad.
– Mi oncóloga me dijo que las mujeres no hablamos demasiado de eso. Los hombres, sí. Mucho. Qué cosas. Yo fotografié la manzana de Eva y me lo planteé muy pronto. ¿Qué, cómo, a quién desearía mi cuerpo tras haber sido herido?
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