La hora de las adivinanzas
Llega a la Alcaldía un Jon Insausti al que se le pide que gobierne «escuchando a los ciudadanos» y que se puede dar por satisfecho si logra entender qué le piden
Dice un experimentado político fogueado en numerosos y dispares cargos públicos que lo que no haces en los dos primeros años de legislatura, ya no ... lo haces en los dos segundos. Pues bien: es precisamente en esta playa en la que desembarca un Jon Insausti al que le dará tiempo a inaugurar algunos proyectos ajenos, pero que lo tendrá complicado para llegar a algo más que formular un esbozo de los propios.
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Quien más, quien menos, todos nos asomamos a los posos del café para adivinar si Insausti es el alcalde que necesita esta ciudad. De resolver la incógnita se ha encargado un PNV que puede presumir de haberse anticipado durante décadas a los sueños más ocultos de la sociedad vasca, pero que últimamente emite señales inequívocas de haber perdido sus superpoderes. Con todo, la respuesta jeltzale es que sí, que Jon Insausti es el alcalde que el PNV cree que necesita San Sebastián y de paso, también el propio PNV.
La llegada del hoy alcalde al Ayuntamiento se leyó hace menos de una década en clave de etapa de fogueo para quien estaba llamado a ser la 'gran esperanza blanca' de su partido y si en algún momento pareció que retrocedía a un segundo plano, ahora se antoja que pudo ser algo deliberado como maniobra de protección. Ha conseguido mantenerse en un perfil lo suficientemente bajo como para no ser objeto de grandes quejas ciudadanas ni críticas de la oposición. Y todo esto, desde una Delegación de Cultura y Euskera a la que después se añadió la de Turismo, teóricamente, nitroglicerina.
Una ilustrativa anécdota relatada por uno de sus más estrechos colaboradores da cuenta del gran fuera de foco que ha disfrutado hasta ahora: lo que durante años fue un rápido ir y venir entre el Victoria Eugenia y los cubos de Moneo se ha convertido en las últimas semanas en un interminable besamanos de peatones que desean transmitir a Insausti sus parabienes y seguramente, sus inaplazables propuestas.
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Del alcalde de Donostia se espera que funcione como Google municipal, con respuestas para todas las preguntas e incluso que se anticipe a ellas. Puede que buena parte de su trabajo en esta segunda parte de la legislatura consista en pasar a limpio qué tipo de Donostia debería ser la Donostia del futuro, a la manera de esas redacciones escolares de cómo te imaginas que será mañana tu ciudad y para colmo de dificultades, «escuchando a los ciudadanos», algo que supuestamente no hizo su predecesor y que atribuye al concepto «ciudadanos» la cualidad de un orfeón que interpreta la misma partitura como una sola voz.
El mejor diagnóstico sobre Donostia es el del exfutbolista ruso que sentenció: «Se parece un poco a todo»
Es una incógnita que van a tener que despejar todas las ciudades, atrapadas entre el coche y el bidegorri, las zonas de bajas emisiones y la mejora del transporte público, el modelo turístico y la crisis habitacional, 'la ciudad de los quince minutos' y la expansión territorial. Tendrá que averiguar Insausti qué quiere ser en el futuro una capital de provincia que a día de hoy aparece simultáneamente en las listas de «los mejores destinos turísticos», pero también en las de «los más caros»; en las de «mejor calidad de vida» y en reportajes sobre 'el Bronx del Cantábrico'; entre las ciudades con mayor oferta cultural y, a la vez, mayor desprotección de su patrimonio urbanístico.
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En los últimos tiempos, ninguna crítica ha entrañado la carga de profundidad que en forma de elogio lanzó hace unos días el exfutbolista ruso Andrey Arshavin, quien aprovechó su estancia donostiarra para declarar primero: «Me recuerda a Niza»; añadir después: «Se parece a Francia y Alemania»; y rematar con un demoledor: «Se parece a un poco de todo». Le faltó añadir: «Sin terminar de ser nada», pero si lo pensó, no lo dijo.
Si Billy Wilder tenía en su mesa de trabajo un cartelito con la leyenda: «¿Cómo lo haría Lubitsch?» también Insausti puede preguntarse en momentos de zozobra «¿cómo lo haría Nekane Arzallus?», que al fin y al cabo lo ha bordado en sus doce días como alcaldesa. Se dirá que son pocos, pero algunos necesitan menos para liarla parda.
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