El pórtico invisible

En su momento, mi madre me aseguró que no acordarse de que los chavales llamáramos puerta de Brandenburgo al pórtico que flanqueaba la entrada de las escaleras que pasan sobre las vías del tren no quería decir que la falta del nombre rimbombante lo hiciera invisible a sus ojos. Ni mucho menos. Ella, como otros vecinos, como otros donostiarras, sigue a la espera de que la puerta de Brandenburgo vuelva a esperar a quienes llegan desde el puente de María Cristina como ha hecho durante tantos años.

No, no es que sea invisible, es que no está, como si alguien esperase a que el olvido de la estructura acabe justificando su dejadez. Claro que en el Ayuntamiento casi olvidan que la estación de autobuses ya no está en la glorieta de Pío XII, que está en Atocha y que por más que su vida bulla bajo tierra, sus vehículos tienen que entrar y salir por las carreteras que la circundan. Al final, Duque de Mandas será la dársena de los autobuses durante toda la mañana del maratón. En fin, madre, cómo están las cosas.