Robin Le Normand hace el trabajo de Sísifo
El bretón lidera la defensa de cinco, se muestra poderoso en los duelos, marca un gol y un penalti evita lo que podía haber sido un doblete
Fue ayer Robin Le Normand el Sísifo de la Real Sociedad, ese personaje de la mitología griega destinado a empujar una roca por una colina hasta la eternidad como castigo. Bien lo conocen los consumidores de Red Bull, marca que se adueñó del Leipzig y que puso alas al sufrido personaje para vender el desarrollo de capacidades estimulantes producida por su bebida energética. El central bretón de la Real impulsó ayer una y otra vez una piedra que, antes de llegar a la cima, mucho antes, de manera previa a alcanzar siquiera la línea del centro del campo, volvía a rodar hacia abajo, hacia la meta defendida por Mathew Ryan.
La primera vez que soltó el pedrusco fue para asomarse a las vistas de arriba en un córner y tanto va el cántaro a la fuente que... la jugada acabó en gol. Liberado del peso que sobre él ejercen siempre los defensores –el futbolista de la Real más agarrado y empujado en área contraria, por mucho– se vio solo delante del portero y lanzó un chut liberador. Hubiese sido un gol más estético si no llega a dar en un defensor, pero el efecto fue más excitante que el de un litro del revolucionario refresco.
Era el minuto nueve. A partir de ahí fue sostener el peñasco alemán desde la línea de cinco colocada por Imanol atrás y de la que nombró como jefe a Sísifo Le Normand. El grandullón agarró a Zubeldia a su izquierda y a Aritz a su derecha. ¡Aquí conmigo! ¡Ahora un paso adelante! ¡Ahora un paso atrás! ¡Quietos! ¡Tensión! Órdenes de sargento de hierro. Y arriba. Arriba con la piedra.
Cuando después de mucho esfuerzo, lograba despejar el peligro, al centro del campo de la Real Sociedad le costaba mantener la posesión y la roca volvía a caer con todo su peso. Si el término «trabajo de Sísifo» se utiliza para describir una ardua labor que debe hacerse una y otra vez, Le Normand encarnó ayer esa tarea. Sus compañeros se encomendaron a él para despejar los centros laterales y solventó esa misión con la sobriedad de un rey griego.
Ordenó en todo momento a Zubeldia y Aritz, no perdió la concentración y repelió todos los balones colgados
La dificultad, y no fórmulas artificiales, es lo que siempre le ha dado alas al defensor realista y ayer se volvió a encontrar con ella cara a cara. No perdió nunca la concentración y ahí estaba para subsanar el error de Merino en el minuto 55, o para inquietar lo suficiente a Nkunku en una de las pocas acciones de velocidad del Leipzig a falta de un cuarto de hora para el final. Estuvo siempre bien colocado y repelió con contundencia los balones que quiso colgar el conjunto alemán.
Su actuación hubiera resultado heroica si llega a materializar el doblete. No estuvo lejos. Ya se disponía a cabecear el saque de esquina botado por ;Mikel Oyarzabal en la jugada en la que Gvardiol toca levemente con sus dedos el balón. Pero ese es el signo de Le Normand, forjado más como antihéroe que como protagonista estelar desde que pisó Zubieta. Lo suyo ha sido subir una y otra vez la pesada piedra de la élite del fútbol hasta llegar, en silencio, a capitanear la defensa de un equipo que compite en Europa League.
Pudo hacer un segundo gol en la jugada en la que Gvardiol hace penalti, pero su signo es el de antihéroe
Volverá a caer un pedrusco de los grandes pasado mañana en San Mamés, y otro el próximo jueves en Anoeta, pero con el Sísifo de la Real en pie, pueden sus compañeros sentirse seguros. Empujar y empujar. Eso es lo suyo. Y lo que es aún más importante. Volver al inicio cuando toca empezar desde abajo. ¡Chapeau Robin!
