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El Paris Saint-Germain es un club sin historia pero muy distinto a lo que era antes, cuando uno se arriesgaba a ser tomado por ... un marginal si acudía al Parque de los Príncipes en lugar de al cine, al teatro o a un restaurante. Hoy ese palco es el lugar donde hay que estar.
Todo comienza con Hamad ben Khalifa Al-Thani, padre del actual jeque, que llegó al poder tras un golpe de estado en 1995. Un país minúsculo con una capital, Doha, poco más que un poblado del desierto. Un emirato invisible a la sombra de Arabia Saudí, pero muy rico.
Tras la prosperidad del comercio de perlas en la época romana, el descubrimiento de petróleo después de la Segunda Guerra Mundial y el de gas dos décadas después ponían en manos de quien tuviera aires de grandeza recursos casi ilimitados. Ese hombre (en esas latitudes solo podía y puede ser un hombre) fue el jeque Hamad. Empezaron a elevarse rascacielos. Se construyeron museos increíbles, como el de Arte Islámico diseñado por I. M. Pei o el Nacional, obra de Jean Nouvel, ambos ganadores del Pritzker.
El jeque vio el momento de la globalización y la importancia del soft power, el poder blando, para proyectar la pujanza de su emirato. Y en ese contexto el deporte juega su papel. Con la organización de los Juegos Asiáticos de Doha en 2006 en perspectiva, surge la academia Aspire, junto al estadio Al-Khalifa. Roberto Olabe fue su director desde 2012 a 2016.
Catar cuenta con su propia cadena de televisión global, Al-Jazeera, con su filial deportiva que luego se denominó BeIn Sport. Cuando el jeque se retiró de la primera línea, cedió a su hijo Tamin un imperio coronado con el París Saint-Germain. El nuevo jeque envió a Francia para gestionar el mascarón de proa de su proyecto a su antiguo profesor de tenis, Nasser al-Khelaifi. El gran objetivo, ganar la Champions frente a su gran rival, el Manchester City de sus vecinos y rivales de los Emiratos Árabes Unidos. Un derbi en toda regla. Para el jeque, allá lejos en sus palacios de Catar, los gastos en su equipo de fútbol, menos de mil millones de euros al año, son calderilla.
En 2017, sufrió una crisis importante, cuando diversos países musulmanes entre los que se encontraban Arabia Saudí, Baréin, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, anunciaron la suspensión de relaciones diplomáticas acusando a Qatar de dar soporte a distintos grupos terroristas de la región, incluyendo a Al Qaeda y al Estado Islámico. Ese mismo verano, el PSG, en una prueba de oportunismo y conocimiento de las leyes que rigen la comunicación de masas en el siglo XXI, fichó a Mbappé y a Neymar, 180 y 220 millones, respectivamente. Soft power qatarí en estado puro.
Un poder blando que se puso a prueba con el Mundial de fútbol de 2022. El antiguo país de los nómadas, pescadores de peces y de perlas organizó la cita, madre de todos los escándalos, corruptelas, abusos y persecuciones. Las protestas no hicieron ni un rasguño a Catar, que salió triunfante. Y con Messi levantando la Copa, el resultado que habrían escogido los jeques si el ganador se hubiera podido comprar con dinero...
Catar sufre ahora la competencia de Arabia Saudí, decidida a subirse a este carro de la diplomacia a través del deporte y que ha encontrado la colaboración de estrellas poco escrupulosas con los detalles como Karim Benzema, Cristiano Ronaldo, Jon Rahm o Rafa Nadal. El aumento de los precios de los hidrocarburos en los últimos años hace que las facturas que llegan desde París a la mesa del jeque Tamin Al-Thani sean aún más baratas.
Lo que cuenta es la imagen del país, que está jugando un papel muy activo en la guerra de Gaza, como principal mediador entre Israel y Hamás. La dirección política del grupo palestino reside en Catar, que ya intervino en Siria y en Afganistán, y también avaló canjes de prisioneros entre Irán y Estados Unidos. El deporte, a estos niveles, es un juego de niños. Entretenimiento.
Pero lo de hoy es un partido de fútbol y el PSG no se libera de sus dilemas existenciales, tratando de inventar una historia que no tiene, el sueño de ser lo que no será jamás: el típico club del que los abuelos regalan camisetas a los nietos. Un sueño inalcanzable.
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