Sin dorsal 10
Agostino di Bartolomei, romano y romanista como Totti, acabó pegándose un tiro en el pecho
Tampoco será para tanto remontar un 2-0 a un equipo que juega sin dorsal 10 porque no encuentra a nadie que dé la talla ... para llevarlo. En muchos aspectos, entre ellos el fútbol, Roma es el sur y el club giallorosso se maneja con la alegría y la despreocupación clásicas meridionales, pero hay algo que no se toca: el 10. Se lo ofrecieron a Dybala, que rechazó la invitación porque «una camiseta como esa requiere mucho respeto y responsabilidad. Yo todavía la veo como la camiseta de Totti». Nadie la ha vuelto a vestir desde su retirada.
La Real se quedó sin final de la Copa de Europa por culpa de un linier alemán en Hamburgo en 1983. La Roma perdió la Copa de Europa un año más tarde ante el Liverpool en el Olímpico, en circunstancias que se acabarían por tornar dramáticas. Aquella noche del 30 de mayo de 1984 la camiseta con el 10 la llevaba Agostino di Bartolomei, romano y romanista como Totti.
Roma y Liverpool empataron a uno y la final se fue a los penaltis. Di Bartolomei, que había sido el héroe de las semifinales guiando a su equipo a remontar el 2-0 de la ida ante el Dundee United y anotando con maestría el penalti que puso el 3-0 definitivo, asumió la responsabilidad. Con el 10 a la espalda lanzó el primer penalti. Cogió dos pasos de carrera y batió por alto a Grobbelaar, que se haría famoso en esa tanda por sus payasadas bajo la portería que distrajeron a Bruno Conti y a Francesco Graziani y acabrían por dar el título a los ingleses.
Bartolomei secundó una protesta contra el Mundial del 1978 por los derechos humanos en Argentina
En el vestuario, Di Bartolomei se enfrentó a Falcao, al que acusó de borrarse. La derrota quebró algo en su interior y la decisión del club de prescindir de sus servicios lo hizo trizas. Aun tuvo tiempo de ganar la Copa en su último partido con la Roma: «Te quitaron la Roma, pero no a tu tribuna», se leyó en una pancarta en la grada.
Di Bartolomei no era Totti ni Giannini, más 'regista' que 'fantasista'. Gobernaba el juego de cara escoltado por Falcao, Graziani y Ancelotti y lanzaba a sus hombres de ataque. Jugaba de líbero y hasta de central le llegó a poner Liedholm, que se lo llevaría consigo al Milan.
Nacido en 1955 en el barrio de Garbatella, era un futbolista de 'cortile' –los patios interiores de las casas del desarrollismo– y 'oratorio' –los campitos de las iglesias de los que surgieron tantas figuras en toda Italia–. Secundó una protesta contra el Mundial de 1978 por la situación de los derechos humanos en Argentina, manifiesto que en todo el fútbol italiano solo suscribieron el padre del catenaccio, Nereo Rocco, el milanista Aldo Matera y él.
Se retiró en la Salernitana y se quedó a vivir en el sur. Fue comentarista de la RAI, pero sus credenciales no eran las mejores para ponerse ante un micrófono: «Hablo poco porque es mejor que hablar mucho». Solo se soltó un día, conversando con el exjuventinista Roberto Bettega en una retransmisión del Mundial de Italia 90. «La única cosa que paga en la vida, para mí, es el trabajo, hecho 'con sangre', con dolor. Al final, eso siempre se nota. Uno debe siempre, un poco, tratar de resistir, contar con uno mismo... Probablemente, tengan más felicidad aquellos que pueden reírse un poco de todo».
El 30 de mayo de 1994, justo diez años después de la final perdida contra el Liverpool en el Olímpico, Agostino di Bartolomei se pegaba un tiro en el pecho. En los bolsillos, una carta para su mujer – «me siento encerrado en un agujero. Te adoro y adoro a nuestros espléndidos hijos, pero no veo la salida del túnel»–, una estampita de un santo romano y una foto de la curva sur del estadio olímpico.
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