Brais Mendez, ante Osasuna. AFP

Decíamos ayer...

En el momento más incierto de la Liga, la vuelta tras el Mundial, la Real hizo lo de siempre

Habían pasado 52 días desde el último partido de Liga. Antes de recibir a Osasuna, la Real no jugaba desde el 8 de noviembre (salvo ... dos entremeses coperos), cuando visitó al Sevilla en el Sánchez Pizjuán. Y el último día de 2022 el pueblo blanquiazul comprobó con alborozo que todo sigue igual: victoria y goles de Sorloth y Brais Méndez.

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En el momento más incierto de la temporada, en la reanudación de la Liga tras la interrupción por el Mundial –una situación sin precedentes que alentaba las dudas de todo tipo–, la Real se vistió con los hábitos de Fray Luis de León y sentó cátedra, como hizo el humanista agustino a su regreso a la Universidad de Salamanca después de cuatro años en la cárcel de Valladolid, gentileza de la Inquisición. El fraile, que era de Cuenca a pesar de su nombre, volvió a su estrado en 1576 y retomó la clase donde la había dejado en 1572. 'Dicebamus hesterna die'. Como decíamos ayer...

La victoria de la Real sobre Osasuna y el regreso de ese juego solvente y desmoralizador para el rival llevaron la tranquilidad a los despachos de Zubieta, donde había la lógica inquietud por un momento tan atípico. Nunca se había parado una Liga después de 14 jornadas y todo lo que puede pasar a partir de la reanudación es 'terra incognita', territorio sin cartografiar. El equipo de Imanol respondió con un desenlace asombrosamente similar al de su última aparición. Volvió a ganar y lo hizo con dos goles de Sorloth y Brais Méndez que casi calcaron los que habían logrado 52 días antes en Sevilla: una vaselina del noruego y un remate raso cruzado al segundo palo del gallego.

La Real es tercera, líder en Europa, ¿qué más podría hacer? La respuesta da vértigo pero es la realidad

Por supuesto, todos los partidos son distintos y aquel de Sevilla no dejó el mejor sabor de boca ya que la Real jugó contra nueve una hora, pero si bien esos detalles preocupan y ocupan en los despachos de los profesionales, en la grada se viven con una ligereza festiva que está mucho más cerca de la realidad que cualquier consideración estratégica del cuartel general. Hoy, la fiesta es el estado natural de las cosas. La Real no jugaba en mes y medio, el parón más que para vaciar la enfermería había servido para llenarla y había enfrente un rival de cuidado, pero el realismo llegó a Anoeta tan seguro de la victoria como el osasunismo de la derrota. Ambos bandos iban bien aprovisionados para la celebración, tan irremediable era el desenlace. Y el pueblo tenía razón. Festejo, abrazos, hermandad y buenos deseos para el nuevo año. Nos vemos en Europa, se decía la gente al final.

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Casi cuatro siglos después de Fray Luis, otro intelectual rescató aquella frase suya al verse en una tesitura similar. Al ser restituido como rector en Salamanca en 1930 tras el exilio al que le desterró la dictadura de Primo de Rivera, Unamuno inició su primer discurso con aquel decíamos ayer... Un Unamuno, por cierto, gran admirador del olimpismo –por entonces aún escrupulosamente amateur– pero furibundo opositor al fútbol, pese a que era tío de Pichichi. No convenció a su sobrino de dedicarse a la filatelia. «El aficionado footbalístico no da patadas al pelotón pero acaba por convertir en un pelotón su cabeza».

La clave del renacimiento de la Real es que se ha liberado de su pasado. Que su razón de ser ya no es la foto de Gijón sino el futuro. De hecho, este equipo parece haber soltado amarras incluso con el título de Copa de Sevilla, del que aún no han pasado dos años. Sin embargo, esta renuncia a mirar atrás para poder volar, esta convicción casi fanática en que su paraíso es el futuro, no da licencia para caer en el adanismo, para creer que el mundo comienza aquí y ahora.

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Regresar a la competición como ha hecho la Real con un 'Dicebamus hesterna die' de libro no contradice esta mirada al frente del equipo blanquiazul, sino que le da sentido. Porque aunque el cambio es lo que conduce a ese futuro y es necesario, hay que poder defender lo que decíamos ayer. Un hilo conductor, una coherencia. O, dicho de otra forma, la importancia de la palabra dada.

El regreso de Mikel Oyarzabal nueve meses después también estableció esa conexión. Vuelve a un equipo que sigue haciendo las cosas que hacía cuando cayó. Vuelve sin la capa de héroe. En los equipos que no funcionan del todo, un lesionado es mejor cada día que pasa, su ausencia se convierte en un socavón y cuando vuelve parece que está reapareciendo Pelé (goian bego). No ha sido el caso. La Real es tercera, líder en Europa y en octavos de final. ¿Qué más podría hacer? La respuesta da vértigo, pero es la realidad.

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Para celebrar su octavo centenario, la Universidad de Salamanca eligió en 2018 un lema brillante –para algo está aquello lleno de sabios–, una belleza de frase de la que puede apropiarse la Real para este reto enorme que afronta en los próximos cinco años: «Decíamos ayer, diremos mañana».

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