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Empezó mordiendo al rival en campo contrario y acabó, casi con la misma frescura, achicando balones en área propia. En medio le dio para ... organizar juego, frenar transiciones rivales y hasta sumarse al ataque como un valioso efectivo, tanto para asistir como para disparar. Beñat Turrientes fue un chico para todo en la oficina.
Conocido sobradamente por su elegancia e inteligencia con balón, este miércoles fue el descomunal despliegue físico lo que asombró al realzale. Llegó a tapar transiciones imparables con carreras portentosas y no dudó a la hora de lanzarse al suelo para barrer balones con agresividad y un punto de riesgo que supo medir con acierto. Interceptó líneas de pase e intimidó con su presión. El equipo agradeció sus robos y, sobre todo, la bombona de oxígeno que portaba.
Pero su labor no se limitó a labores defensivas. Hizo algo más que arrimar el hombro cuando de llegar arriba se trataba. Aunque eso le costara unos cuantos metros más de recorrido. Se ofreció en las combinaciones y atacó el área luciendo instinto depredador. Como en el minuto 17 cuando se disponía a rematar ese centro de Odriozola, demasiado alto como para enlazar una buena volea. Como en el minuto 33 cuando llegó a recortar dentro del área, con temple de delantero centro, para terminar lanzándola fuera. Como en el minuto 64 cuando apareció en el punto de penalti para cabecear el centro de Cho, cuyo rechace generaría la ocasión de gol de Zakharyan.
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Estuvo asimismo en el origen de algunas de las acciones ofensivas mejor tejidas. Valga como ejemplo para valorar su capacidad de entender el juego y ejecutarlo el pase filtrado a Zubimendi en el minuto 60. Un servicio para superar líneas que posteriormente derivaría en una buena ocasión de Brais desde la frontal.
El disparo fue la otra gran cualidad que exhibió. Corría el minuto 43 cuando se vio con el balón a pocos metros de la frontal del área y poco se lo pensó. Lo justo para proyectar en la mente el envío a la escuadra y colocar el cuerpo para acompañar el lanzamiento. Un par de segundos. El chut fue otro indicador de su calidad futbolística. La intensidad y la trayectoria del balón, desviado a pocos centímetros de la cruceta, denotaron un golpeo de futbolista con clase. Repitió el gesto en el 86, sin tanta finura en el resultado, pero allí había que aparecer, cerca del área, a esas alturas de partido.
El catálogo fue tan amplio que hasta lo hizo bien llegando a la lejanía de la esquina de córner. Tanto por banda izquierda como por la derecha. Daba igual que le fueran dos a presionar. Sacaba el balón. Vale para todo el chico.
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