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Ya es miércoles. Amanece. Bonjour, tristesse. Buenos días, tristeza. Un equipo venido del pasado, de los cuentos de las mil y una noches, con todo su oro, incienso y mirra, ha expulsado a la Real de su casa, de la vieja Europa. De un sueño inmenso, de una trayectoria magnífica que hoy es el día de poner en valor y aplaudir. Una hazaña pese a la derrota. El Paris Saint-Germain de todos los lujos parece haber aprendido a convertir el dinero en fútbol y no dio la más mínima oportunidad, en una exhibición técnica. Todos los pases, bien; todos los controles, bien. Aunque el oro del PSG viene de Oriente, su juego no es recargado. Es frío, imponente como la fachada de un rascacielos en medio del desierto. Letal. De demoler el sueño se encargó Mbappé. Le costó un cuarto de hora.
La última semana ha sido iniciática en la experiencia de la derrota. Parte de la afición realista conocía otras sensaciones, el triunfo, la euforia, hasta el aburrimiento ocasional, pero de la tristeza no había tenido experiencia alguna. En siete días le han caído encima dos derrotas, una brutal, en Copa, y otra por el orden natural de las cosas.
El PSG se hizo cargo del partido desde el primer momento con un despliegue de todos sus recursos. El fútbol es un relato, un continuo, no puede parcelarse en una serie de acciones sucesivas, sino que exige la improvisación de soluciones a situaciones en constante cambio. Sin embargo, el equipo parisino ha conseguido injertar en ese esquema tradicional, colectivo, europeo, las inmensas capacidades técnicas individuales de sus futbolistas de lujo y armar una estructura. El resultado es frío, pero de factura impecable.
La Real no tuvo posibilidades ante un equipo que fue mejor en todo. El PSG se desplegó en el campo de forma extraordinaria, con una ocupación de los espacios solo al alcance de quien está en posesión de unas cualidades sobresalientes, de alguien consciente de que cada pase y cada control va a ser perfecto, de alguien que, sabiendo que cuenta con esa ventaja, puede permitirse el lujo de pensar siempre en la jugada siguiente a la que se está disputando. Mientras los realistas solo podían ocuparse del problema inmediato –y no sin apuros– los futbolistas de Luis Enrique ya se deplegaban para la acción posterior, seguros de que el compañero no fallaría. A la Real no le llegaba el aire a los pulmones ni la camiseta al cuerpo. Es lo que la tropa de Imanol hacía a sus rivales hasta diciembre.
El PSG gana, pero no convence porque su modelo de club es extraño a la tradición deportiva europea, de origen francés, de la que la Real forma parte desde hace 125 años. En ese sentido el Paris Saint-Germain es un equipo antieuropeo con su modelo de dinero sin límite, lejos de la idea de la Francia eterna de las libertades. El PSG representa la nueva hegemonía.
Todo perdido en una semana, pero la Real acabó leyendo bien el momento. El gol de Merino es trascendental. Recuperó Anoeta y espantó la mayor amenaza que pendía sobre el club y el equipo: caer en un pesimismo prestigioso intelectualmente pero inútil. Alertó Françoise Sagan en su 'Buenos días, Tristeza' que «la gente desconfía de la felicidad. Para mí, se trata de lo contrario. La desgracia no nos enseña nada, nos deja cojos, nos pone contra la pared». A la Real se le escapa Europa, pero no la alegría, la materia prima de la vida buena, la única que merece la pena.
Hoy, aún en la cama, al alba, con el único ruido de los coches que circulan por la ciudad, el realismo se levanta.
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