Apoteosis en Anduva entre afición y equipo
La afición y el equipo se entregan en la celebración de la final que el club txuri-urdin debía a toda esa generación menor de 40 años
El descenso en Mestalla, el palo de Mendizorrotza, las mil y una eliminaciones coperas. Cada una de esas noches blanquiazules fundidas a negro mereció la ... pena solo por llegar a Anduva y disfrutar esos veinte minutos largos que aficionados y futbolistas se regalaron anoche en Anduva nada más sonar el pitido final que significó el billete para opositar a la Copa en La Cartuja. La Real Sociedad estaba en la final, a la espera de Athletic o Granada: «Sevilla, entzun, Reala txapeldun!». La tribuna norte del campo mirandés rugió e hizo saltar una y otra vez a los héroes de Imanol.
Los futbolistas estaban contentos como niños. Como son. Saben de las gestas de la Real porque se las han contado o las han leído. El beso de Aihen a su novia tras encaramarse a la tribuna en plan a lo Zamora en Gijón. Los regalos de camiseta a los aficionados por parte del propio navarro, de Portu -la entregó a unos aficionados con una pancarta con su nombre- o de Oyarzabal al grito de «Mi-kel, Mi-kel, Mi-kel Oyar-zabal!». El cansancio tras los 90 minutos ya estaba olvidado. No puede haber mejor recuperante que una final, aunque Isak debiera estirar los gemelos a un Januzaj acalambrado en la fiesta.
Daba gusto ver saltar como adolescentes a tanto canterano, o a todo un excapitán del Arsenal como Monreal o a un desatado Odegaard que probablemente ganará títulos con el Real Madrid pero nunca tanto cariño.
«Hemos hecho el peor partido del año», coincidieron varios mirandeses. Como la Real en la ida de Anoeta, pero el 18 de abril estará en la final. «Estuve en las de La Romareda y el Bernabéu, y confío en poder ir a La Cartuja si la Real cuida al socio», deseó Jon Barandiaran tras el partido. El beasaindarra logró la entrada de ayer gracias a «unos amigos de Miranda de Ebro», igual que el donostiarra Juan Mendizabal: «Un gran día para ser de la Real».
Durante la apoteosis txuri-urdin, la afición interpretó todo el repertorio y recordó a Aitor Zabaleta. Fue una de esas noches que en los 80 no fueron tan esporádicas en Atotxa. Pero la generación de Anoeta, esa que nunca ha vivido un título con la Real y que ha empezado a vibrar en un campo de fútbol ahora que el Reale Arena retumba sin pistas de atletismo, pudo sentir ayer, aunque fuera mínimamente y salvando las distancias, el espíritu de Atotxa. No había que hacer un gran ejercicio de imaginación para ver reflejado el viejo campo de Duque de Mandas en Anduva. Con las gradas tan pegadas al campo que desde megafonía debieron ordenar a sus seguidores que dejaran de agitar la red de la portería defendida por Limones.
Teniendo en cuenta que el fondo sur de Anduva solo tiene seis filas y que Januzaj fue capaz de echar el balón a la calle por encima de la cubierta, que no se ofendan las puristas. Pero así era el viejo campo que vio a su equipo ganar dos Ligas y una Copa en los años 80. Una olla a presión. Y en ella la Real cocinó la que será su séptima final de la historia.
Bajaron a Imanol del autobús
Esta vez el equipo metió el lubricante en el autocar. Nadie jugó agarrotado. Nadie vestido de blanco y azul se sintió intimidado ni cuando a los dos perros de presa que se comieron a la Real en Anoeta, Malsa y Guridi, los presentaron por megafonía como «el pulmón del equipo» y «el delineante del balón». Agua.
La semifinal suponía saldar una deuda histórica con varias generaciones. La de los años 80, la de los 90, la de este siglo. Y por todos estos realzales y los más de mil de Anduva, algunos mezclados entre los hinchas mirandeses. Bien pasada la medianoche, el autobús de la Real logró arrancar, pero nada más meter primera, tuvo que parar. Los aficionados seguían animando y obligaron a bajar a Imanol. Que bajó, saludó, se hizo selfis y se volvió a subir al bus como un campeón.
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