Y si además también marca goles...
El donostiarra mandó en la medular, se impuso en la zona ancha, sujetó al equipo en los momentos más críticos y rubricó su partidazo con un tanto
Normal que lo quiera el Barcelona. Y el Bayern de Múnich. Y media Europa. Y que prácticamente le salga una novia, futbolísticamente hablando, cada ... mes. No hay mapa de calor que haga justicia al área de influencia de Martin Zubimendi en un partido. Ni estadística que pueda resumir su aportación cada vez que se viste de corto. El calificativo de todocampista también se le queda corto. Porque una cosa es estar en una zona del campo y otra, dejar huella, como lo hace él, en forma de robo, conducción, combinación o asistencia. Y si además de todo eso también marca goles...
El donostiarra es el mejor amigo que cualquier futbolista querría tener sobre un terreno de juego. La consigna es bien sencilla. Si alguien tiene problemas, balones a Zubimendi. Porque es el que lleva la bombona de oxígeno en la zona ancha del campo, el que bascula de un lado a otro auxiliando siempre a los suyos. El que se incrusta entre Aritz y Zubeldia para que el equipo se abra y comience a construir la jugada desde atrás. El que salta a campo contrario para anticiparse a Capoue y filtrar un pase preciso a las botas de Sadiq rompiendo dos líneas defensivas en un abrir y cerrar de ojos. Y todo con naturalidad y autenticidad. Como si de un día más en la oficina se tratase.
En el aspecto defensivo, capaz de hacer la cobertura atrás a Aritz si el beasaindarra tiene que perseguir a Baena hasta la frontal del área del Villarreal o de cargarse con una amarilla para frenar un contraataque cuando el almeriense enfilaba ya la portería de Álex Remiro. Experimentado también para darle pausa al juego cuando más apretaba el Villarreal. Reteniendo el balón y esperando a que el equipo se estirase. Por arriba, no es que defienda. Es que deja seco en el juego aéreo a Raúl Albiol, curtido en una y mil batallas.
Hasta cuando parece que no está, cuando la Real más está sufriendo, su mera presencia hace que los Merino, Brais, Kubo, Turrientes, Pacheco y compañía sean mejores. Tienen en quién descargar el juego cuando el rival les aprieta. Se sienten respaldados. Saben que sus errores serán subsanados por el portento donostiarra.
Y no es que se incorpore al ataque. Es que además lo hace con una presencia y una elegancia que ya la firmaba el mismísimo Beckenbauer. Con el balón cosido en el pie derecho, la cabeza alta y rompiendo líneas en conducción hasta plantarse en la zona de tres cuartos rival. Capaz de zafarse de su par, Parejo, si la línea de pase no está lo suficientemente clara.
La rúbrica a su partidazo ayer en La Cerámica la puso Zubimendi al borde del descanso, metiendo la pierna en el primer palo en un saque de esquina botado en corto entre Kubo y Zakharyan. Si a todo eso le sumamos su aporte goleador... Se puede afirmar, sin margen para equivocarse, que estamos ante un futbolista mayúsculo.
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