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Puyol, Cesc y Xavi, a su llegada al tanatorio de La Paz en Tres Cantos. / Efe
El fútbol devuelve el cariño al genio de Luis
adiós al 'sabio de hortaleza'

El fútbol devuelve el cariño al genio de Luis

Aragonés es enterrado en la intimidad, no sin antes recibir el afecto del deporte que adoró y que defendió hasta las últimas consecuencias

LUISMI CÁMARA

Lunes, 3 de febrero 2014, 14:05

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Le perdían las formas. Este fue el único reproche entre múltiples halagos y alabanzas que pudieron achacar algunos a Luis Aragonés como contrapunto a tanta loa en el día de su adiós. Pero a Zapatones estas cosas le daban igual. No tenía ni mano izquierda... ni derecha. Siempre de frente. Decía tener «el culo pelao» en una profesión que le había ocupado desde que era un chaval como para que le afectaran más de la cuenta las críticas y monsergas de aquellos ajenos a su círculo de confianza futbolístico, ése que formaban los miembros del equipo técnico y sus jugadores. Si había que tenerlas tiesas con periodistas o presidentes de clubes se ponía su careta de tipo arisco, elevaba su potente tono de voz hasta el punto de resultar desagradable y afilaba su verbo al límite (o más allá) de la ofensa. Eso sí. Se encaraba con tanta rotundidad como claridad, y con su verdad por delante (aunque ya se sabe que en una misma historia puede haber varias verdades distintas sin necesidad de que exista una mentira).

No quería hacer más amigos -«Yo no necesito más amigos; ya conozco a mucha gente», decía el mismo que presumía de tener un camarada japonés que era «sexador de pollos»-. Sólo le importaba su gente. El problema es que ese carácter hosco pero directo y honesto le granjeó muchos incondicionales entre los que trabajaban a su lado y a los que defendía hasta las últimas consecuencias, y entre una afición colchonera y un club que le veneraba y que en el partido liguero ante la Real Sociedad le rindió un emotivo homenaje.

Antes del choque, la puerta 8 (el número que llevó el Sabio de Hortaleza como jugador) del Vicente Calderón se llenó de mensajes, recordatorios y velas de recuerdo al ídolo fallecido. Dentro del estadio, un solo canto. ¡Luis Aragonés!, entonaba la hinchada, dos palabras que se repitieron durante todo el choque y que resonaron con especial contundencia en el minuto ocho. Los veteranos rojiblancos, algunos de ellos con lágrimas en los ojos, desplegaron una camiseta gigante con su nombre y su dorsal y en la grada apareció una gran pancarta de recuerdo. Mientras, por las pantallas un vídeo mostró distintos momentos de la trayectoria de Zapatones a orillas del Manzanares entre un mutismo reverencial de los presentes. Los jugadores de la actual plantilla y los del rival se sumaron para el emocionante minuto de silencio.

También Andoni Zubizarreta, al que enseñó a «ser persona», recordaba conmovido y con una sonrisa al técnico que le dirigió en el Barça y en el Valencia. «Luis era de esos tipos a los que era difícil darle cariño, porque te contestaba con un gruñido. Ésa era su forma de devolverlo», evocaba con afecto el director deportivo culé. Zubi acudió a la capilla ardiente como parte de la comitiva azulgrana que se desplazó la mañana de este domingo desde la Ciudad Condal para rendir homenaje al exseleccionador. Le acompañaban Carles Rexach, Cesc Fàbregas, Andrés Iniesta, Carles Puyol y Xavi Hernández. Después de que el sábado pasaran por el tanatorio de La Paz de la localidad madrileña de Tres Cantos buena parte de las autoridades políticas y deportivas españolas, muchos otros se acercaron el domingo para dar el pésame a la familia y asistir al funeral. Emilio Butragueño volvió junto al presidente del Real Madrid, Florentino Pérez; también estuvieron presentes otros máximos dirigentes de Primera como el del Getafe, Ángel Torres, el del Sevilla, José Castro, o el de su Atlético, Enrique Cerezo; y otros nombres conocidos como Bernd Schuster, Fernando Hierro, Amancio Amaro, Miguel Reina, Carlos Marchena, José Manuel Ochotorena, Andrés Palop, Pedja Mijatovic o Rafael Gordillo.

Todos antes del entierro, un momento reservado para los más allegados, para aquellos que vivieron en primera persona y en silencio, en un entorno de hermetismo absoluto, la leucemia que acabó con Luis a los 75 años. Porque Aragonés nunca quiso mostrar un resquicio de duda ni de debilidad que permitiera al posible enemigo avistar el mínimo hueco sobre el que ahondar para atacar a los suyos, en un terreno de juego o fuera de él. Por eso, guardó para los indispensables su enfermedad y la ocultó al resto hasta el final. No quería convertir en popular y populista un drama personal, un trago fatal que no debía traspasar los muros de su intimidad. Protector hasta el último instante. Y así se va, rodeado de los suyos, sin estridencias ni florituras superficiales para la galería.

Fue un día para que Pepa pudiera despedir al compañero amado de viaje, para decir adiós al padre, al abuelo, al amigo. Fuera del recogimiento de los íntimos, el fútbol elevaba a los altares a uno de los suyos, a su modo, con un sincero y silencioso homenaje sobre el césped, en ese lugar en el que era feliz. «Sólo con pisar un campo me encandila el olor a hierba», reconocía en uno de sus escasos momentos de debilidad pública que se permitía el ya mito del balompié mundial.

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