Obligados a huir por culpa de ETA

Exiliados. Hijos de cuatro asesinados por la banda terrorista y de una víctima de persecución rememoran los días en que el terror rompió su vida para siempre y les obligó a abandonar Euskadi

A. González Egaña

San Sebastián

Domingo, 24 de enero 2021, 07:03

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Ana Velasco | Hija de Jesús Velasco Zuazola

«No se podía vivir con quienes decían: '¡Qué bien, uno menos!'»

Ana Velasco, en su casa de Madrid, la ciudad que le acogió en 1980. Guillermo Navarro

La madre de Ana Velasco, Ana María Vidal-Abarca tomó muy deprisa la decisión de abandonar Vitoria tras el asesinato de su marido, el comandante ... del Ejército Jesús Velasco, a manos de ETA, el 10 de enero de 1980. No fue la única. No existe un número oficial de exiliados por culpa del terrorismo, pero algunas fuentes los cifran en miles.

«Siempre le escuché decir que quería alejarse del ambiente tóxico que vivía», recuerda Velasco cuando echa la vista atrás y regresa a los difíciles días tras el atentado. «A mi madre le dolía muchísimo la cobardía, todos los que se callaban, los que se doblegaban, aquellos silencios, el clima tan opresivo... No quería que viviéramos rodeados de nacionalistas, de los que decían: '¡Qué bien, uno menos!', como me dijeron a mí», repasa.

La mayor de los Velasco Vidal-Abarca no olvida esas palabras de un chico de su propia cuadrilla. «Fue a los dos o tres días del atentado. No se atrevió a decírmelo a la cara, lo hizo cuando pasaba por delante», cuenta para explicar que siempre pensó que «era mejor dejar de vivir en un lugar en el que te pueden pasar esas cosas».

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Ana María Vidal-Abarca -fundadora de la AVT, asociación que cumplirá 40 años el próximo 4 de febrero- tenía una hermana en Madrid y esa circunstancia les ayudó a tomar la decisión. «Pero fue muy difícil y muy duro porque su madre era muy vitoriana. En el fondo fue un exilio», describe mientras reflexiona que «lo que menos te importa es que te tengas que ir, en ese momento la tragedia es otra. Irte es casi un alivio, es una huida», expresa.

-¿Cómo les dijo su madre que se iban a marchar?

-Nos dijo directamente: 'Nos vamos a Madrid'. Lo tuvo clarísimo. Esperó a que mis hermanas terminaran el colegio y se tomó un tiempo para organizarse. Toda la familia se volcó con nosotros. Nuestra madre vendió la casa de Vitoria y compró una en Madrid.

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Los detalles del traslado son un capítulo casi borrado de su memoria. «No soy capaz de recordar cómo se vació la casa, de qué modo recogimos las cosas..., no me acuerdo de nada. Lo que sí tengo grabado es el viaje en coche a Madrid y la sensación de dejar atrás tu vida. Los amigos es una parte, pero es que lo que dejas es tu vida. Fue dramático porque éramos conscientes de que dejábamos atrás todo», relata, aún sin poder contener la emoción.

Ya instalados en Madrid, Ana Velasco entró en la Universidad, pero nunca contó nada a ningún compañero. «No porque fueran aquellos tiempos, sino porque no tienes el ánimo. Es tan duro que no puedes hablar de ello», evoca.

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-¿Cuándo pudo comenzar a hablarlo con sus amigos?

-Nunca he hablado. En una conversación normal, nunca. Yo hablo con los medios porque lo considero una obligación moral para luchar contra el terrorismo. Es una manera de pelear. Pero hablar por hablar, no. Es una obviedad tan tremenda, qué vas a decir.

-¿Se pregunta cómo sería su vida si hubiera podido seguir en Vitoria o ni siquiera lo piensa?

-Creo que hicimos lo correcto. Para mí Vitoria es mi padre, hoy por hoy. Me hubiera encantado seguir allí, pero si él hubiera estado. Es muy doloroso porque asocio la ciudad al recuerdo de mi padre.

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-¿Les ha contado a sus hijos cómo fue su vida en Euskadi?

-Se fueron enterando poco a poco. También tenían una abuela que era conocida y lo fueron descubriendo, pero tampoco hablamos mucho de la cuestión. Ahora con el libro que se ha publicado sobre mi madre -falleció en 2015- se han enterado de muchas cosas.

Lo que Ana María no entiende es que en su «querida» Vitoria aún haya gente que se atreva a insultarle como le ocurrió hace dos años en plena calle Postas. «Me marchaba de casa de una prima cuando pasaba una manifestación de apoyo a los presos. A uno de ellos le pregunté: «¿Y qué pasa con los muertos? ¿Los resucitamos? De repente, me empezaron a insultar a grito pelado», relata. Velasco desea que episodios como ese no tengan que volver a pasarle a nadie. «Me gustaría que no hubiera tantos corazones envenenados y tanto odio, y que al final prevaleciera el respeto hacia los que hemos sufrido tanto. Que una víctima del terrorismo se paseara por el País Vasco sintiéndose querida, arropada y comprendida», reivindica.

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Jesús Velasco Zuazola | Jefe del Cuerpo de Miñones

El 10 de enero de 1980, un etarra disparó en Vitoria contra el vehículo de Velasco, hiriéndolo de muerte.

Maite Araluce | Hija de Juan María Araluce villar

«Mi madre no quería que creciéramos en un ambiente de odio»

Maite Araluce, en la Avenida de la Libertad, al lado de la que fue su casa. Félix Morquecho

Cuando ETA mató a su padre, Maite Araluce tenía solo 15 años. La hija de Juan María Araluce Villar, asesinado en San Sebastián el 4 de octubre de 1976, reconoce que no tiene recuerdos nítidos del día en que su madre, Maite Letamendía, y sus ocho hermanos dejaron Donostia definitivamente. «La mente muchas veces borra lo que hace daño, es una amnesia selectiva», repasa. Lo que sí tiene grabado en su memoria son los primeros días de la vuelta al colegio tras el atentado. Pensaba que iba a ser acogida «con cariño», que le iban a «arropar» y se encontró con todo lo contrario. «Fue muy desagradable, una situación de soledad. Las pocas niñas que se atrevían a ser más cariñosas solo lo demostraban fuera del colegio», rememora. Entre los muros de aquel centro «el ambiente era helador, poca gente se me acercaba», cita Araluce, hoy presidenta de la AVT.

Recuerda también el vacío en la calle. «Solo nos miraban, nadie decía nada. Poca gente le hablaba a mi madre ni siquiera para darle el pésame. Al final, irnos de allí fue la mejor solución. Sobre todo cuando al año siguiente llegó la amnistía. Los que estaban en Francia volvieron, los que estaban en la cárcel salieron y se vivía un continuo ambiente de recibimiento en el que parecía que las víctimas éramos los malos de la película», resume. Su madre decidió que ya no les ataba «nada» a Donostia y que lo mejor era marcharse a Madrid. Lo hicieron pasado un año del atentado. «No quería que creciéramos en un ambiente de odio. Su deseo era que pudiéramos ser libres».

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Para una niña de 15 años y para sus hermanos «cambiar de ciudad, de amigos, aparecer en una ciudad nueva, un colegio nuevo..., fue muy duro». Tampoco fue fácil dejar la ciudad para su madre, «una donostiarra como ella». «Pero le habían destrozado la vida y lo único que quería era sacar a sus hijos adelante. Creyó que lo mejor era salir de aquel ambiente. Y yo se lo agradezco», expone.

Tuvieron que pasar años para que en San Sebastián la gente diera un paso adelante. «En algunas ocasiones se me ha acercado bastante gente, algunos incluso para pedirme perdón por no haberme dado una abrazo en su día. Y eso se agradece mucho», reconoce. En marzo de 2019, cuando el Ayuntamiento de San Sebastián inauguró en la Avenida de la Libertad las placas en memoria de su padre, del chófer y de los escoltas asesinados, se le acercó un señor. Sin saberlo se había encontrado con el homenaje y le confesó que sus padres conocían a su familia y que «siempre comentaban lo cobardes que habían sido por no abrazarnos ni arroparnos. Me decía medio llorando que se sentía en la obligación de contármelo, en su nombre, porque murieron con la pena de no haber estado a la altura».

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Juan María Araluce | Presidente de la Diputación

Ametrallado por ETA el 4 de octubre de 1976. Iba a abrir la puerta del coche, junto al portal de su casa.

Antonio Recio | Hijo de Antonio Recio Claver

«Fue un exilio. Tuve que dejar mi tierra por pensar diferente»

Antonio Recio sigue residiendo en Zaragoza. EFE

Mi madre no tuvo siquiera la opción de decidir mi marcha. Mi padre, miembro del Cesid, fue asesinado el 23 de marzo de 1979 por ETA. Al día siguiente, y tras el funeral, compañeros de mi padre me esperaban para trasladarme de Vitoria a Zaragoza». Antonio Recio evoca así su exilio. Fue el primer miembro de la familia en dejar Euskadi. Su madre y el resto de la familia se trasladaron meses después a Zaragoza. «No fue una opción, fue una imposición del sector nacionalista que se servía de métodos violentos para controlar a la sociedad», relata aún con pesar.

En su caso es «imposible» olvidar aquellos días. Acababa de enterrar a su padre, asesinado a tiros en la entrada al almacén de fontanería que regentaba junto a su esposa en Vitoria. De hecho, cuando Antonio llegó al funeral, ni siquiera sabía que se tenía que marchar. «Recuerdo cada detalle, cada reacción, cada palabra. En ese momento, tienes una sensación que, en mi caso, con 17 años, no llegas a comprender, y que el tiempo te la define: Exilio, iba al exilio. Es decir, dejaba mi tierra por pensar diferente».

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Con la huella de una herida de más de cuarenta años, Antonio Recio remarca que «al margen de la cuestión personal y humana, obviamente traumática», el problema fue que después de su padre «fueron cientos los asesinados y miles los que tuvieron que abandonar el País Vasco». «Ante ello lo que sientes es pura impotencia y una sola pregunta: ¿cómo es posible que una sociedad que se dice democrática permita que parte de sus miembros sean asesinados o desterrados para la imposición de un programa político, el programa de un nacionalismo independentista y excluyente?», cuestiona.

Reconoce que no ha echado ni echa de menos Euskadi, pero sí a las personas que han tenido «el coraje de quedarse, que es lo mismo que echar de menos a mi tierra. Son las personas las que hacen la tierra y no el lugar en sí mismo; y yo echo de menos a todas aquellas personas que han sido capaces de no mimetizarse en la sociedad nacionalista y han seguido diciendo no al pensamiento único».

-¿Qué fue lo que más le dolió dejar atrás?

-Mi gente, mi gente. Hablo de ahora, no del momento del asesinato de mi padre, cuando estaba formando mi escala de valores. Hoy me duele no ver a mi gente todo lo que yo quisiera. Personas que he conocido, antes o después del asesinato, y que viven en Vitoria o San Sebastián, y con las que me une un vínculo de amistad y resistencia.

Han pasado muchos años, más de 41, pero aún duele intensamente pensar en aquel 23 de marzo. «Aquel día marcó mi vida para siempre, pero eso es una obviedad», repasa, mientras prefiere reservar los detalles para su esfera personal. «Lo que me duele es ver cómo sectores de la sociedad vasca se pliegan y consienten el blanqueo de la banda terrorista y cómo el sector de siempre trata de tergiversar la historia», lamenta.

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A Zaragoza, la ciudad que le acogió, la define como «entrañable, con gente noble y fundamentalmente libre».

Antonio Recio Claver | Miembro del Cesid

El 23 de marzo de 1979, antes de ir a la comisaría, pasó por la empresa familiar y tres etarras le mataron a balazos.

Montserrat Romeo | hija de Ramón Romeo Rotaeche

«Te vas forzado porque te echan de tu ciudad, de tu casa...»

Montse Romeo, hija de Ramón Romeo, en una fotografía de su álbum personal.

Un disparo en la nuca efectuado por una etarra dejó en coma profundo al teniente coronel Ramón Romeo Rotaeche cuando cruzaba el umbral de la basílica de Begoña en Bilbao. Salía de misa de 9.30. Era el 19 de marzo de 1981 y se acababa de producir el primer atentado contra un miembro del Ejército tras el intento de golpe de Estado del 23-F. Falleció dos días después.

Algo más de un año después del atentado, la familia del teniente coronel decidió dejar Bilbao. Montserrat Romeo reconoce casi 40 años después que en aquellos días a toda la familia le abordó un doble sentimiento, «de tristeza», por dejar la ciudad donde siempre habían vivido, «nuestro ambiente y amigos», pero sobre todo sentir que «te vas forzado por la situación, porque realmente te echan de tu ciudad, de tu casa y de tu ambiente...». El destino fue Madrid. Allí tenían muchos amigos y familiares que les acogieron y les dieron «todo su cariño». Los hermanos, de entre 22 y 16 años, se tuvieron que enfrentar a una mudanza obligada. «Cualquier traslado es triste, pero más si lo haces obligado por estas circunstancias».

Han regresado a su «querido» Bilbao en ocasiones. Montse reconoce que «los años no lo curan todo». En la familia pesa aún la tristeza de ver que a pesar del sacrificio de tantas familias, «se ha intentado por parte de las instituciones blanquear lo ocurrido e incluso igualar a los asesinados con sus asesinos». Lamenta que se trate de «pasar página». «Cada vez que se conceden ventajas penitenciarias o jurídicas a los asesinos, cada vez que se trata de limpiar la imagen de los asesinos, cada vez que se celebran 'ongi etorris' y nadie los desautoriza, todo eso nos sigue provocando una gran tristeza», cita.

-¿Recuerda la última vez que habló con su padre?

-El día antes de su asesinato, durante la cena. Aún hoy le hablo para pedirle ayuda, para presentarle a sus nietos o para contarle cosas que ocurren... Han pasado muchos años, pero aún duele intensamente pensar en aquel día. Duele más de lo que muchos se imaginan, sobre todo cuando vemos la actuación del Gobierno español, que con tal de seguir en el poder sigue acercando y soltando a etarras para contentar a quienes les mantienen en el Gobierno.

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Los Romeo Rotaeche no han dejado de pelear por hacer justicia. El pasado noviembre, después de 30 años huida, Natividad Jauregi, presunta responsable del asesinato, fue entregada a España por Bélgica y encarcelada para ser juzgada por este caso.

Ramón Romeo Rotaeche | Teniente coronel del Ejército

Salía de misa de 9.30 en Begoña y apenas traspasó el umbral cuando una etarra le disparó en la nuca.

Alicia Portillo | hija de Txema Portillo

«Mis padres huyeron porque literalmente temían por su vida»

Alicia Portillo, a la salida del instituto en -Vitoria. Blanca Castillo

Alicia es la hija mayor del gasteiztarra Txema Portillo, el profesor de Historia Contemporánea de la UPV que sufrió durante años la amenaza de ETA y de su entorno por enfrentarse ideológicamente a la banda terrorista. El acoso continuo y dos atentados contra su vehículo dentro del recinto universitario acabaron llevándole al exilio. La Policía le dijo directamente que tenía que «evaporarse» de Euskadi. Se fue para unos meses y no pudo regresar hasta que pasaron 13 años. Alicia Portillo Bragado es justamente hija del exilio. Nació en Estados Unidos, el país al que sus padres huyeron porque, «literalmente, temían por su vida», relata Alicia. Txema Portillo logró una beca para estudiar los procesos independentistas en Latinoamérica y su exilio se sumó al continuo goteo de intelectuales, empresarios y artistas vascos que se vieron obligados a huir para garantizar su seguridad.

A Alicia y a su hermano Daniel, su padre siempre les contó la verdad. Su historia frente a ETA «nunca fue un tema tabú», asegura. «Nos ha contado que le pusieron dos veces una bomba en el coche, que nunca le pasó nada porque no estaba dentro, pero perfectamente podía haberle ocurrido algo irreparable», evoca. No es que a su padre le guste hablar del asunto, pero «quiere que la gente sepa qué le hicieron», apunta Alicia, estudiante de segundo de Bachiller en un instituto de Vitoria, la que debió haber sido su ciudad natal.

De Estados Unidos decidieron regresar a España, a Galicia, lo más cerca que pudieron estar de Euskadi en 13 años de exilio. Pero aún no era seguro volver a Vitoria y una nueva oportunidad laboral les llevó a México y a Colombia. «En 2013, cuando la cosa se empezaba a tranquilizar pudimos volver a Euskadi», rememora. Lejos quedaban las dianas con el nombre de su padre, o los anónimos por debajo de la puerta del despacho que junto a las bombas le obligaron a apartarse de la docencia presencial y a recluirse en su despacho.

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A sus 17 años Alicia mira la vida desde el lado positivo y reconoce que el hecho de estar fuera de Euskadi fue, por una parte, «enriquecedor para toda la familia» porque les permitió conocer «muchas culturas diferentes», pero lamenta que «todo ese tiempo fuera no podíamos ver a nuestra familia, mis abuelas, mis tíos... Todo eso nos lo hemos perdido. Mis tíos casi no nos han conocido en esos años. Nos ha faltado ese contacto familiar directo».

Alicia llegó a Vitoria cuando tenía 10 años. Sus nuevos compañeros de 5º de Primaria, le preguntaron por qué se había mudado y nunca dudó en contar la verdad: «Nos fuimos porque había un grupo terrorista que quería matar a mi padre». Con algunos años más, supo que le amenazaban «simplemente por pensar diferente» y llegó a la conclusión de que «quien actúa de ese modo tiene que ser gente bastante cobarde». «Unos ideales se deben defender con la palabra. Y si decides actuar con violencia contra alguien que piensa de otro modo, igual es que tus ideas no son tan fuertes como pensabas», remarca.

Txema Portillo | Profesor de Historia de la UPV

Recibió múltiples amenazas y sufrió dos atentados contra su vehículo dentro del recinto universitario.

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