Una legislatura moribunda
La mirada ·
Lo anormal intenta asimilarse como normal: que el Gobierno discuta sobre algo tan nuclear como el rechazo a la violencia y que no exista hoy una alternativa creíble en la oposiciónLa España de la pandemia es hoy un país roto que se sostiene en pie poco menos que por inercia. El diagnóstico sonará agorero a ... oídos del inquebrantable optimismo del Gobierno, pese al cainita empeño desde que nació por devorarse a sí mismo y que hace que la legislatura, moribunda, no salga de la UCI ni aprobando los Presupuestos ni dotando a la Moncloa de un poder desconocido bajo un estado de alarma de seis meses con el control parlamentario difuminado. En el lado opuesto, ese mismo diagnóstico será recibido como la confirmación de lo mal que lo hace el 'Gobierno Frankenstein', pese a la evidencia de que las tribulaciones le llegan al presidente Sánchez desde el Consejo de Ministros y no desde la bancada de una oposición de centro-derecha que no encarna hoy una alternativa ni viable ni creíble. Así las cosas, con el independentismo catalán negociando su propio Gobierno para seguir zancadilleándose al día siguiente y el soberanismo vasco enzarzado con la influencia en Madrid, los últimos días han sido un prodigio de trances anormales. De una anormalidad que trata de asimilarse como lo normal en medio de un contexto crítico.
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Veamos. Tras haber desvestido un santo de Estado -el Ministerio de Sanidad en plena pandemia- para vestir otro de partido -la candidatura del PSC a la Generalitat-, la alegría por el exitoso 'efecto Illa' le ha durado a la Moncloa lo que un mal verso rapeado de Pablo Hasél. Los socialistas han hecho como que no escuchaban la recurrente aseveración de Pablo Iglesias de que España «no es una democracia plena», a pesar de que la sentencia cuestione el papel histórico del PSOE; y a pesar del significado que adquiere cuando quien la pronuncia es, nada menos, que el vicepresidente del Gobierno. Pero lo ocurrido ahora, con Podemos buscando aliados para tumbar la 'ley Zerolo' y, sobre todo, con la discrepancia sobre algo tan nuclear como la condena del vandalismo callejero, inocula una inyección letal para la consistencia de un bipartito que ha de gestionar una crisis titánica. Porque es posible disentir de muchas cosas. Pero no hay alianza cuya coherencia resista unas diferencias tan de calado sobre la calidad de la democracia y el recurso a la violencia.
Habituado a olfatear los cambios de viento, el PNV ha advertido al Ejecutivo de queno siga por ahí
La política, y en especial la partidaria, siempre encuentra justificación para casi todo. En este caso, que Iglesias y los suyos necesitan marcar terreno para no verse fagocitados por Sánchez y que a éste puede beneficiarle, en la búsqueda del centro, el extremismo de sus coaligados. Pero la imagen de un Gobierno que se asemeja a la 'guerra de los Rose' desgasta la necesaria confianza de la ciudadanía en las instituciones ante un trance histórico tan doloroso como el presente. Si el estado terminal en el que avanza la legislatura -aunque eso parezca un oxímoron- no implosiona es porque no existe una mayoría alternativa capaz de amenazar con una moción de censura contra Sánchez. En realidad, ni capaz tan siquiera de ponerle en aprietos, como ha quedado de manifiesto con el movimiento a la desesperada de Casado tratando de blindarse por la vía de vender el cuartel general de Génova 13.
PD: Deseoso de recordar quién es él en Madrid frente a EH Bildu y habituado a olfatear los cambios de viento, el PNV ha advertido estos días a los dos socios de Gobierno de que no sigan por ahí mientras se desmarcaba del decreto sobre el Ingreso Mínimo Vital.
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