La aparición de la figura de un relator en la mesa de partidos catalana, con el aval del Gobierno de Sánchez, ha provocado una nueva ... vuelta de tuerca en el beligerante lenguaje que está utilizando el líder del PP, Pablo Casado, para desacreditar al inquilino de la Moncloa. Los términos de trazo grueso -como «felón», «traidor», «irresponsable», «mentiroso compulsivo», «incompetente», «mediocre» y «okupa», entre otros improperios- que está empleando el líder popular para descalificar a Sánchez no pueden ser el mejor ejemplo de la cortesía con la que la política debería desenvolverse en todos sus casos, por muy enervantes que pudieran ser. El ejemplo que se está dando a la sociedad en la escenificación de la crítica está siendo pésimo. La discrepancia y la crítica entre quienes son máximos dirigentes del panorama político no debería traspasar las líneas rojas del respeto y de la consideración. En los últimos días, principalmente desde la derecha española, el diapasón de las gruesas palabras sube de intensidad al mismo tiempo que se observa con inquietud una preocupante ausencia de propuestas para resolver el problema catalán que, al margen de lo que el juicio del procés sentencie, tiene un innegable origen político. Como también es necesario utilizar con prudencia el legítimo recurso de la movilización callejera para exhibir el rechazo a cualquier acción de gobierno. Puede ser peligroso 'venezuelizar' la pugna política y trasladarla a la calle porque, sencillamente, no cabe la comparación.
El presidente Sánchez -no olvidemos que sólo una moción de censura le podría desalojar de la Moncloa- está buscando a través del diálogo una deseable distensión en el eléctrico terreno catalán. Está cometiendo errores -la figura del relator la tenían que haber promovido los partidos catalanes-, pero legítimamente busca la estabilidad de su gobierno a través de unos Presupuestos que cada vez está más lejos de conseguirlos, a través de una siempre arriesgada negociación con los soberanistas catalanes en vísperas del comienzo del juicio del procés. El insulto nunca puede sustituir al diálogo entre diferentes.
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