Ni autoritarios ni golpistas
Análisis ·
Hay que practicar el desarme de la singladura política para que el boquete abierto en la cubierta del sistema no vaya a mayores. En un naufragio de esta envergadura perdemos todosEl choque se veía venir aunque no por previsible resulta menos preocupante. El Tribunal Constitucional, con una mayoría conservadora que no es reflejo de la ... voluntad de las actuales Cortes Generales, ha paralizado una reforma aprobada por el Congreso para, precisamente, evitar una situación de bloqueo que se ha convertido en una amenaza tóxica para la división de poderes.
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En esta gran polémica –que seguramente la mayoría ciudadana sigue con indiferencia en estas fechas prenavideñas– confluyen dos inquietantes variables. Por un lado, la oposición de centroderecha ha construido desde el inicio de la legislatura un discurso de deslegitimación democrática del Ejecutivo de coalición PSOE-Unidas Podemos, al que se le ha negado el pan y la sal desde el comienzo, con una demonización autoritaria del presidente Sánchez que resulta una desmesura en el fondo y en la forma. Y Núñez Feijóo, que presumíamos que venía con otro talante y otro talento periférico no ha querido superar este relato apocalíptico, atronador y tremendista de la derecha más dura. Con esa retórica hiperbólica el PP va a tener bastante difícil conectar con esos socialistas moderados desencantados con el sanchismo. Y sin esa franja de centroizquierda crítica le va a resultar muy difícil regresar al poder.
Pero el PP lo ha fiado todo al cambio de ciclo político. Lo hizo al comienzo de la legislatura con el convencimiento de que la entente entre socialistas y morados tenía plomo en las alas y no duraría ni dos telediarios. La consigna era el desgaste a toda costa. Contra el 'gabinete Frankenstein' valía casi todo. La derecha confirmaba una sensación, que siente el poder como algo que le pertenece en propiedad, un prejuicio que democráticamente no tiene un pase.
Pero Sánchez ha aguantado los temporales mejor que lo que quizá en su fuero más íntimo pensaban sus adversarios. La pandemia, la inflación o la crisis catalana han formado parte de la agenda en un clima viciado por una perniciosa dinámica de bloques.
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Todo esto no quiere decir que Sánchez no haya cometido errores. Algunos han sido serios patinazos. En concreto, esta reforma del Código Penal exprés ha sido criticada, y con razones de peso, por su precipitación y sus prisas. El presidente ha sentido la necesidad de meter el turbo ante un bloqueo en la renovación de los órganos constitucionales. Y lo ha metido todo en una propuesta-ómnibus que ha terminado por darle al PP un flanco débil por el que atacar. Y el PP ha metido gol.
¿Quiere decir esto que Feijóo va terminar ganando el partido? Obviamente no, pero no hay nada escrito, y la batalla de poder se avecina correosa, larga, dura y difícil.
Lo que ahora hace falta es calmar los ánimos. El Gobierno de Sánchez podrá ahora reformular su iniciativa como proposición de ley y subsanar así los defectos que la oposición ve en la norma, aunque todo esto retrase los planes y se acerque a las elecciones de mayo, que era lo que el Ejecutivo central precisamente no quería.
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Sánchez, no obstante, puede capitalizar este episodio para galvanizar su mayoría y convertirse en la 'víctima' de toda una operación de acoso y derribo diseñada desde las telarañas de sectores del Estado. En ese marco los más 'hoolligans' acusarán a las derechas de 'golpistas'. Tampoco cuela para nada caer en esta desproporción, aunque la imagen del TC queda seriamente comprometida en su solvencia e imparcialidad. Que no se le exige que lo sea, por supuesto, sino que también lo parezca.
El choque de trenes no beneficia al PP en su apuesta por atraer a los socialistas moderadosSánchez puede capitalizar este episodio y galvanizar su actual mayoría de cara al futuro
En este contexto se enmarca la hipertensión que sufre la política española, sumida en una goyesca guerra de garrotazos. Si Blas de Otero, que en sus poemas denunció la intransigencia en la historia de España, levantase la cabeza y viera esta realidad, quedaría desolado. Por eso, además de la indignación, lo que ha ocurrido produce una profunda tristeza.
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Es hora pues del desarme verbal, de huir de retóricas incendiarias, y de decir basta ya a negar por principio el reconocimiento al 'otro'. De nuestro pasado más reciente podemos extraer lecciones útiles. Las palabras se han convertido muchas veces en puños. El daño al sistema político español está ya hecho. Ahora solo falta que nadie agrave más el boquete. En el naufragio perdemos todos.
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