'Objetivo Birmania'
El 50 aniversario de la muerte de Franco coincide con el auge de la ultraderecha y nos obliga a reforzar la defensa de la memoria democrática
Alberto Surio
Domingo, 2 de noviembre 2025, 00:01
Hace 50 años, el 20 de noviembre de 1975, el dictador Francisco Franco fallecía en una cama del hospital La Paz de Madrid después de ... una larga agonía. La víspera, la Primera Cadena de TVE incluía por sorpresa en su programación de noche 'Objetivo Birmania', una clásica película de la posguerra en la que se reflejaba el acoso a un grupo de paracaidistas norteamericanos por parte del Ejército japonés. La emisión del filme ya presagiaba el final. El franquismo moría en la cama y parte de la explicación de su duración es el apoyo que recibió de una parte de la sociedad española a pesar de la brutalidad con la que impuso un régimen totalitario a sangre y fuego y durante décadas.
La fecha permite poner en valor lo que ha cambiado la España democrática. A la vez coincide con un alarmante crecimiento de la extrema derecha, que se ha apoderado del descontento social contra el sistema y proyecta su discurso de odio en un momento en el que la falta de certezas genera miedo al futuro. El populismo extremista el que capitaliza en toda Europa ese estado de ánimo. España no es una excepción en esta ofensiva. Y en Euskadi, en donde el antifranquismo cuajó con fuerza, se mira todo esto a veces con la misma expectación que tendríamos si nos pusiéramos de nuevo a ver 'Objetivo Birmania'.
Lo más inquietante es la conexión de esta extrema derecha cada vez más empoderada con las nuevas generaciones. Algo se ha hecho rematadamente mal desde el inicio de la Transición para que se haya despertado ese monstruo totalitario en las entrañas. Que jóvenes educados en democracia se envuelvan ahora en los 'contravalores' de la dictadura resulta un ejemplo devastador de un fracaso que nos tiene que hacer recapacitar. Que esa distancia sideral entre los jóvenes y la política sea al final un producto tóxico para nuestra convivencia nos obliga a seguir dando la batalla de los valores. La Transición no fue tan idílica como se nos hizo ver, y fue seguramente no solo un lógico fruto de la relación de fuerzas sino también de debilidades como decía Manuel Vázquez Montalbán. Pero tenía un compromiso inclusivo colectivo que fue posible por el miedo a volver a perder la libertad y a repetir la tragedia de nuestra historia contemporánea. Ese pegamento se ha evaporado.
En este contexto la actual política española no termina de entender el flaco favor que le hace a la causa democrática mantener la feroz polarización por el poder. El PP, que intentaba tumbar en la lona al presidente Sánchez, en su última comparecencia del Senado, ha visto desbaratada su estrategia, que está sobre todo sustentada en una permanente crisis de ansiedad. Los populares se muestran cada vez más impacientes en su apuesta por desplazar a Sánchez del poder ante la resistencia que muestra. El PP se dispone ahora a soltar el lastre de Mazón, que amenaza con quemar a Feijóo, pero si compite en catastrofismo con Vox va a terminar engullido por esta espiral.
Puede que a Sánchez le interese como líder del PSOE fomentar este discurso de confrontación para erigirse en el único de dique de contención de la ultraderecha. Al hacerlo también corre riesgos. Desde las elecciones ha jugado este rol para intentar movilizar al electorado progresista y puede que en el actual contexto internacional le siga funcionando la táctica. Al menos en el corto plazo.
Puede que el próximo golpe de efecto de Sánchez sea una visita sorpresa a Puigdemont con el objetivo de salvar in extremis los Presupuestos y la legislatura. La bronca subirá muchos decibelios. El problema no es tanto el desgaste de un gobierno en minoría parlamentaria, sino que esta erosión sea muy corrosiva para el sistema. Llegará el momento de que todos se asustarán. Por eso, banalizar con la memoria de lo que fue el nazismo, por ejemplo, resulta un ejercicio de sarcasmo hiriente. Por si fuera poco, Juan Carlos, el rey emérito, se ha colado en escena en un intento desesperado de colocar su propio relato, que ha perdido por goleada. Llega tarde y es un asunto muy poco oportuno para su hijo el rey Felipe VI. Voviendo a la historia, hay que reconocer que la capacidad histórica de algunos Borbones de contribuir a la causa republicana es indiscutible.
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