«Va a ser un baño de sangre»
El descarnado vaticinio sobre las primarias del PSOE se dirime hoy. Esta es la crónica de las afinidades y de las desafecciones que ha cruzado el exlehendakari López con Díaz y Sánchez en los últimos años
Lourdes Pérez
Domingo, 21 de mayo 2017, 08:29
10 de junio de 2014. Palacio de San Telmo, el imponente edificio barroco levantado hace tres siglos en Sevilla que acoge la Presidencia de la Junta de Andalucía. Susana Díaz ejerce de anfitriona en un almuerzo con Patxi López que, pese a su discreción, tarda apenas unas horas en filtrarse. Díaz acaba de echar un jarro de agua fría sobre los suyos al descartarse de nuevo para competir en unas inciertas primarias por la secretaría general del PSOE que ha abandonado Alfredo Pérez Rubalcaba, tras el revés en las elecciones europeas marcadas por la irrupción con coleta y camisa blanca de Podemos. Eduardo Madina ya se ha postulado para la carrera interna. Madina es el ahijado político de López. Pérez Rubalcaba es el líder que logra serlo gracias en buena medida a que el entonces lehendakari coloca junto a él su ascendiente moral para hacer frente a la candidatura de la fallecida Carme Chacón en el congreso federal -otra vez en Sevilla- de 2012. Díaz avala entonces a la dirigente catalana, mientras comienzan a aflorar ahí los agravios entre López y Madina por la pugna soterrada en el seno de los socialistas. Todo este cruce de intereses políticos y afinidades sentimentales hay muchos otros- se detiene en la comida de San Telmo de hace tres años. Son los tiempos en los que la presidenta andaluza y el exlehendakari aún se entienden.
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Sobre la escena sobrevuela la convicción de que si Patxi López se hubiera decidido en ese preciso instante a disputar el liderazgo del partido, lo habría alcanzado con el poderoso respaldo de Andalucía. El eje norte-sur, la memoria del obrerismo fundacional que da coherencia histórica al socialismo español. Pero ni Díaz quiere arriesgarse a unas primarias con Madina ni López termina de decantarse, después de que quien parecía destinado a ser su delfín en Euskadi les haya retado a él y a buena parte del aparato socialista con la consulta directa a las bases. Sí se lanza a la carrera, porque en su constatada ambición no tiene nada que perder, el desconocido Pedro Sánchez, quien empieza a patearse España en coche y acaba convertido en inesperado secretario general porque Andalucía propulsa su candidatura. Madina pierde definitivamente su condición de eterna esperanza blanca del socialismo vasco al salir derrotado también en Euskadi, después de que Gipuzkoa decante la balanza hacia Sánchez.
La ruta de afectos y desafecciones que se va trazando a partir de ese momento es difícil de seguir incluso para quienes son observadores aventajados de los conciliábulos del PSOE. El eventual triunvirato Díaz-Sánchez-López nunca llega a operar, porque casi desde el principio la baronesa del Sur se percata de su error al pensar que el nuevo secretario general va a sentirse preso del favor que le debe. El PSE, como siempre, cierra filas con el líder del partido, que en los momentos en los cree tocar con los dedos la Moncloa confía a López la Presidencia del Congreso y a Rodolfo Ares una manija esencial en las negociaciones que median entre las generales del 20-D y del 26-J. Son los meses en los que Sánchez y el PSE de Idoia Mendia sintonizan de manera inversamente proporcional a la paulatina cercanía que va labrándose entre Díaz y Madina, antes rivales. Los socialistas vascos se mantienen fieles a su secretario general y al no es no a Mariano Rajoy hasta el desgraciado comité federal del pasado 1 de octubre.
López asume la decisión mayoritaria de abstenerse en la investidura del líder del PP y es uno de los que recomienda a Sánchez que renuncie a su escaño para no violentar la disciplina hacia los órganos del partido que los socialistas honran en el altar de sus valores. Prende en Sánchez la insidiosa sospecha de la traición, que el exlehendakari termina de encender al adelantarse a todos y formalizar su candidatura a las nuevas primarias que se resolverán esta noche. Para entonces, Mendia y los suyos ya han tomado distancia con su antiguo secretario general, al que han dejado de percibir como la opción de unidad y rearme político que necesita un PSOE abierto en canal. En Navidad, alguien aconseja a López que no se meta en la refriega interna. Va a ser un baño de sangre, vaticina su interlocutor.
Pero a tercera va la vencida y, esta vez sí, en el trance aparentemente menos propicio, López se postula para capitanear el PSOE. Es una verdad inconfesada, pero entre los suyos late la perspectiva de que Sánchez tire la toalla y el exlehendakari pueda concitar los apoyos suficientes -los suyos, los afines al destronado secretario general, los descontentos con el modo apabullante de hacer las cosas del susanismo...- para disputar con garantías el mando del PSOE. Ese PSOE que es el segundo hogar de López. La casa común que le dio cobijo desde niño, sentado en las rodillas de las luminarias socialistas que visitaban a sus padres, represaliados por el franquismo, en su modesto domicilio en Portugalete. Los meses de intenso viaje con Sánchez han restado al dirigente vasco parte del brillo de su ascendiente entre la militancia y el modo imprevisto en que formaliza su candidatura lleva a torcer el morro a algunos de sus correligionarios. Pero su opción no inquieta en el PSOE de siempre: López no va a romper el partido y puede hacer ticket con Díaz el día después de verse las caras en las urnas. Y permite al PSE, que mantiene una neutralidad formal en los procesos internos, reacomodarse en el colchón de su cartel electoral, porque el exlehendakari continúa siendo un referente de primer orden entre los suyos. La enrabietada decisión de Sánchez de plantar batalla revienta el plan de unas primarias si no pacificadas, sí por lo menos alejadas del riesgo de un divorcio irreversible.
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Desvanecido el entusiasmo original sobre sus posibilidades -las ha arruinado Sánchez con su campaña-, pero con la gasolina final de haber ganado el debate del lunes, López tiene ante sí dos objetivos en la decisiva jornada de hoy: que sus votos finales no se queden por debajo de los 10.800 avales presentados, por efecto de la polarización a muerte entre Díaz y Sánchez; y que su porcentaje resulte lo suficientemente airoso como para hacerse visible en un día después que, salvo triunfo holgado y contra pronóstico de alguno de los contendientes, sigue presentándose muy cuesta arriba para los socialistas. Nadie parece dudar de que, sea cual sea el resultado, el expresidente vasco será invitado a sentarse en la futura ejecutiva del PSOE con independencia de que se imponga el susanismo o el sanchismo, por su pedigrí interno y su defensa de la unidad interna por encima de casi todo. Pero la integración no va a resultar sencilla, aventuran en el PSE. Sobre todo si gana Sánchez, apuntan algunas voces, distantes hoy de los posicionamientos de quien fue su líder y a quien ven capaz de sacar la guillotina pese a su promesa de que no lo hará.
El partido tampoco ha restañado en esta campaña las heridas abiertas con la presidenta andaluza en estos años no ha habido química entre ella e Idoia Mendia-, aunque la candidata está trabajándose voto a voto también en un territorio que le es desafecto como Euskadi. Engrasado en baja frecuencia, el eje norte-sur no ha llegado a quebrarse del todo. En cualquier caso, habrá fidelidad al nuevo secretario general, salga el sol por donde salga. Somos así vienen a zanjar los socialistas vascos, con el PNV mirando de reojo a ver cómo acaba el destripamiento de sus socios. ¿Susana? Ella es el PSOE que conocemos de siempre, sostenía un relevante cargo peneuvista tras las generales del 20 de diciembre de 2015. Luego, Ortuzar y los suyos establecieron un hilo de complicidad con Sánchez que el convulso escenario político acabó truncando. Lo que ocurra a partir de esta noche está sembrado de interrogantes.
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