Podemos, en busca de la identidad perdida
Errejón acertó al advertir que era un error cambiar el discurso original de la formación morada por el eje tradicional izquierda-derecha
Alberto Surio
Jueves, 30 de junio 2016, 06:33
El fracaso de Unidos Podemos en sus expectativas de dar el 'sorpasso' al Partido Socialista y convertirse en el referente del centro-izquierda en España ... ha reabierto el debate sobre las causas del retroceso, no detectado en las encuestas y que ha confirmado un significativo repliegue del electorado que votó la opción morada en las elecciones de 2015, tanto en las municipales de mayo como en las generales de diciembre (un millón de votantes menos el pasado domingo), así como en las europeas de 2014.
La reflexión ha reabierto las hostilidades internas y tiene una vertiente organizativa que, además, afecta al tipo de campaña desarrollada con un lema central 'La sonrisa de un país' que pretendía una fotografía más amable de la coalición para limar sus aristas externas y corregir, así, el deterioro en la imagen pública de Pablo Iglesias que detectaban en los últimos meses todos los sondeos. El objetivo pasaba por perforar en el electorado de los mayores, el más reacio y más temeroso al cambio social.
La discusión postelectoral es estratégica, y ya fue apuntada por el número dos de Podemos, Iñigo Erregón, una de las cabezas mejor amuebladas de la escena política española, y teórico fundacional de esta formación, que recelaba antes de la confluencia entre Podemos e IU de los efectos reales de la misma. Errejón ha discrepado con Iglesias sobre la eficacia de esta alianza, aunque por lealtad la ha aceptado y defendido como director de campaña.
La tesis de Errejón, y de sus seguidores, que ahora pueden reabrir el debate con argumentos sólidos, es que la confluencia no ha servido para activar el voto, más bien lo ha apagado, ha enfriado sensiblemente la movilización y no ha conservado cierto sector de abstencionistas que sí decidieron participar en los últimos comicios.
Si algo ha quedado claro del resultado electoral es que el exceso de triunfalismo de Unidos Podemos -tocando el cielo con la punta de los dedos- ha sido una baza capitalizada por el Partido Popular para reagrupar el voto mediante el clásico recurso al miedo a 'los radicales'. El temor hunde sus raíces en la traumática memoria contemporánea de España. Los nietos de los protagonistas de la Guerra Civil han pasado afortunadamente la página, pero hay algunas heridas en el subconsciente colectivo que aún no han terminado de cicatrizar del todo. Quienes abogan por enterrar el 'régimen del 78', en alusión a la Constitución, sin haber vivido como adultos la Transición, quizá no son conscientes de este peso de la historia y los prejuicios que conlleva.
La confluencia no ha servido tampoco para atraer el voto de Izquierda Unida, que ha visto en el tacticismo de Iglesias -me acuesto comunista y me levanto socialdemócrata- un brusco giro oportunista sin suficiente credibilidad que, además, ha vaciado la potente identidad histórica de Izquierda Unida, el último paraguas que le queda al Partido Comunista de España y que ahora entra en un peligroso proceso de desdibujamiento.
El problema de fondo, ya criticado por Errejón, tiene que ver con la propia estrategia de la confluencia Unidos Podemos, basada en la recuperación de la idea de la 'Unidad Popular' y en la puesta en marcha de un frente renovado de izquierdas. Una fórmula que volvía a situar su discurso político sobre las coordenadas tradicionales de la derecha y la izquierda. Y ese ha sido el mayor error estratégico, porque el mensaje original de Podemos, lo que le aportaba la mayor frescura y originalidad, era precisamente que superaba ese convencional eje cultural, tan instalado en la memoria política pero que también genera contradicciones. Y es que tanto el centro-derecha liberal conservador como el centro-izquierda socialdemócrata europeos han aproximado sus posiciones en los últimos años de forma muy significativa en Europa y no terminan de acertar en la reinvención de un relato alternativo de esta confrontación de modelos.
El vacío que han dejado lo han cubierto los nuevos partidos populistas más extremos, que capitalizan el descontento social de las clases perdedores frente a las élites dirigentes.
Errejón recalca que Podemos no es un partido más, ni tampoco es un a fuerza de 'resistencia', y reivindica que es un movimiento popular de base, patriótico -sobre la base de que 'la patria es la gente'- que marca culturalmente el cambio político en España.
El mayor éxito de Podemos es, precisamente, haber dado una potente patada al tablero político hasta sacudir todas las piezas, y no tanto su empeño en reinventar una socialdemocracia de nuevo cuño o en refundar la izquierda del sur de Europa. Sobre todo cuando sus compañeros de Syriza en Grecia han tenido que capitular ante las presión de la Troika, generando una profunda decepción en su base social.
Es por eso que el eje izquierda-derecha, tan válido para las generaciones más ideologizadas, resulta insuficiente, según el análisis de Errejón, y no es eficaz hoy para garantizar una apuesta de Podemos por lograr una hegemonía. Porque la verdadera dinámica del cambio social no se cimenta ya en este enfrentamiento entre 'significantes culturales'.
La apuesta de Errejón
A partir de este diagnóstico, la apuesta de Errejón -que ahora recuperará peso en el debate interno- pasaba antes de las elecciones por recuperar el espíritu original de Podemos y articular en ese sentido una nueva identidad política transversal para la mayoría, abierta también a la clase media que en un momento dado puede decantarse por el PP en función de una tradición ideológica determinada, que que es también víctima del desplome en sus expectativas económicas, al igaul que sus hijos, y no se sienten identificados con la simbología progresista. Su paradoja es que les asusta la escenografía 'Quilapayún', y no se sienten nada conmovidos por las referencias del Chile de Allende, pero, sin embargo, se sienten atraidos por la crítica a la casta corrupta.
Uno de los ejemplos del alcance de esta reflexión proviene estos días del Reino Unido, tras el reciente referéndum en el que ha vencido el Brexit. La salida de la UE ha sido posibles en esencia por el voto de los clásicos electores del Partido Laborista, los sectores de clase media y obrera más afectados por la crisis y la globalización, con menos formación y estudios universitarios. Son los perdedores de la globalización, compiten en el trabajo y en los servicios sociales con los inmigrantes, ha visto que su calidad de vida ha descendido y han encontrado refugio en el nacionalismo xenófobo. Son los derrotados frente a las élites pero eso no quiere decir que no formen parte de un futuro proceso de cambio social y que hay que luchar por atraerlos hacia esa dinámica de transformación para que no se enroquen en el victimismo ni en el resentimiento.
Es decir, si el error del Labour ha sido precisamente el divorcio entre su base social y su clase dirigente, el error de Podemos
ha sido situarse en las coordenadas de un clásico debate ideológico izquierda-derecha que empieza a resquebrajarse en Europa, en lugar de mantener el debate entre 'la casta' y 'el pueblo', que es una discusión mucho más simplista pero muy eficaz, ya que conecta con la actual desafección hacia el sistema y con las raíces del 15-M.
Unidos Podemos ha sustituido aquel modelo fresco que implicaba aquel movimiento, con sus lagunas y contradicciones, por jugar en el terreno de 'las izquierdas', negándose a ser una fuerza auxiliar de los socialistas. Ese giro no ha resultado creíble ni para los más 'cafeteros' de la tradición de izquierdas, pero tampoco para otros sectores desideologizados que están culturalmente en otra onda.
El segundo error de Podemos es haber minusvalorado a la socialdemocracia clásica y pensar que el PSOE estaba más cerca del hundimiento del Pasok griego, es decir, de su progresiva marginalización o plena subordinación, sin tener en cuenta el papel desempeñado por los socialistas en la construcción del modelo de bienestar español y en el propio asentamiento del sistema democrático. El PSOE, pese a atravesar una situación muy difícil, conserva una evidente base social -de entrada sus cuadros internos son una estructura que no se ha venido abajo en estos comicios- que se ha sentido agredida por el discurso arrogante y adanista de esa 'nueva izquierda', que parece ahora que descubre el mundo cuando lleva ya tiempo inventado.
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