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Luz sobre la bahía de Santoña

Luz sobre la bahía de Santoña

Unos presos lo edificaron y otros lo renovaron. El faro del Caballo es el destino de una ruta circular que garantiza unas vistas excepcionales sobre el Cantábrico

IRATXE LÓPEZ

Viernes, 29 de marzo 2019, 08:31

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Aguarda escondido entre rocas, como un secreto inconfesable o el amante cuidado con celo. Sobre la costa recortada, encima de aguas turquesas que rompen monótonas su espuma contra la piedra. El Faro del Caballo es la peca que salió un buen día a los acantilados del monte Buciero. Esa mota traviesa que adorna el rostro de la bahía de Santoña con su peculiaridad. Setecientos escalones dan acceso a este símbolo de luz. Setecientos para bajar primero y otros tantos que subir después.

El graderío funciona de embudo por donde filtrar los pasos, hacia un paraíso de vistas excelentes, un enclave donde dejarse llevar por sueños y añoranzas, horizontes que descubrir. Su historia es similar a la de muchos ingenios parecidos. Nació con la idea de salvaguardar de la muerte a marineros enfrentados con la costa. Nadie ha querido nunca perecer de regreso a casa, tras jornadas olvidado del mundo en el océano. Quien se enrola en un barco ansía llegar a su destino, arribar a puerto, descargar sobre la tierra la humedad amarrada a los huesos durante la travesía.

Faro del Caballo (Santoña)

  • Accesos: Por el Mirador de la Peña del Fraile: 3,86 kmts. 476 metros de desnivel acumulado. 80 minutos. Por el Faro del Pescador, playa de Berria y El Dueso: 7 kmts. 735 metros de desnivel acumulado. 165 minutos.

  • Web. farodelcaballo.es

El Faro del Caballo emitió su primer brillo allá por 1863, un 31 de agosto. Sus escaleras fueron modeladas por presos del Cuartel del Presidio de Santoña, activo entre 1824 y 1924. El edificio quedó dividido en dos bloques. El primero, desaparecido, hogar del farero, era una superficie rectangular a dos alturas con fachada de mampostería revocada, cubierta de cal y sillería. El segundo, ocupado por la torre cilíndrica presente hoy día, es habitación de la linterna que un día fue y ya no existe. Era ese hueco la corona superior, presa dentro de la estructura prismática acrisolada con cubierta semiesférica. Remataba sus formas el estrecho corredor exterior con una barandilla metálica. La altura del plano focal: 24 metros sobre el nivel del agua, 13,36 sobre el terreno.

Visita de la playa de Berria, con el monte Buciero al fondo. /
Visita de la playa de Berria, con el monte Buciero al fondo. / DANIEL FERNÁNDEZ

Ciento treinta años forjaron el carácter de este inmueble, hasta que en 1993 la ceguera acabara con su operatividad. Ya abandonado debió sufrir las malas artes de quienes se empeñaban en atacar lo que no es suyo, hasta que en 2013 otros reclusos, los del Centro Penitenciario El Dueso, adecentaran el entorno y los escalones. Ahora, si lo admiras desde lejos simula la proa de un navío. Parece avanzar sin miedo hacia el Cantábrico, desafiándolo con su embestida. En cambio, si te colocas encima de su planta regala una panorámica amplia del mundo, de una parte del planeta mecida con el vaivén las olas. Por algo fue reconocido como 'Mejor rincón 2014' por la Guía Repsol.

Ruta circular

Para llegar a la península de seiscientas hectáreas que lo acoge puedes emprender dos rutas, la que parte desde Santoña y accede al faro del Caballo por el fuerte San Martín y el mirador de la Peña del Fraile, o la que saliendo de nuevo de Santoña pasa por El Dueso, la playa de Berria y el faro del Pescador. Unidas ambas completan un recorrido circular a través del monte Buciero, la Ruta de los Faros.

Una vez allí, si la mar reposa y susurra nanas al oído, podrás tocar el agua salvando otra escalera con 111 peldaños. Aprovecha para darte un baño, está permitido. Eso a pie. Si no quieres andar se puede conocer la maravilla en barco, navegando desde el Pasaje de Santoña que cuenta con excursiones marítimas (no dejan desembarcar). En piragua, tras fortalecer los brazos remando por la bahía. O haciendo stand up paddle, con la ayuda de nuevo de tu fuerza y una tabla en la que mantenerte de pie y atento. Dispuesto a la conquista. Hacia esta antigua antorcha destinada a salvar a los marinos del canto de sirenas.

Pistas

Dos plataformas dan cuerpo a la batería de San Felipe, levantada en 1741 sobre un emplazamiento de ensueño. Conserva el trazado original del XVIII, sobre el que hacían guardia veinte soldados alojados en un edificio del que todavía se conserva la plataforma y restos de muros. Algunos de sus cañones se perdieron en el mar, al que fueron arrojados. Muy cerca se encuentra la batería de Galvanes, construida entre 1859 y 1863 sobre una superficie de 8.060 metros cuadrados. Bien de Interés Cultural, completaba la defensa de los fuertes de San Carlos y San Martín. Tiene una cortina para artillería de 60 metros. Antaño disponía de repuesto y cuarto de pertrechos. Remata el paseo la iglesia de Santa María del Puerto. Cuentan viejas historias que fue fundada por Santiago Apóstol, en el año 37. Que la consagró a Arcadio y que hacia el siglo VIII los benedictinos fundaron allí un monasterio. Pudo nacer debido a la repoblación que el rey Alfonso I desplegó en Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Karrantza y Vardulia, a mediados del siglo VIII.

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