El presente da miedo
Mikel Labastida
Jueves, 27 de octubre 2016, 15:52
Es curioso comprobar cómo antes cuando veíamos alguna película o serie de corte futurista lo hacíamos con cierta fascinación y sorpresa. Observábamos asombrados los robots de 'Blade Runner', deseábamos que los diferentes elementos con los que se topa Marty McFly en 'Regreso al futuro' se incorporasen a nuestra realidad, y sentíamos recelo ante el universo de 'Matrix'. En los últimos años todo ha ido muy deprisa: nos hemos convertido en zombis que deambulamos por las calles con un móvil pegado a nuestras manos, tenemos el mundo al alcance de un click, nos relacionamos a través de redes sociales... Las cartas ahora son mails; los amigos, seguidores; los negocios, aplicaciones; los encuentros, videollamadas; las pancartas, tuits...
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Todo va tan deprisa que cualquier atisbo de lo que pueda suceder en un futuro más que admiración nos causa turbación. Antes lo que nos proponía la pantalla nos resultaba lejano, casi imposible. Ahora sabemos que nada es imposible, es más, somos conscientes de que todo puede ir más allá de lo que jamás imaginábamos. Por ello una propuesta como Black Mirror principalmente asusta. Habla de un futuro en el que nos sentimos perfectamente representados.
La producción fue estrenada en la británica Channel 4 en diciembre de 2011. Estaba creada por Charlie Brooker, al que hasta entonces se le conocía por Dead Set, una fantástica miniserie de cinco episodios que se ambientaba en una hipotética casa de Gran Hermano donde los habitantes conviven ajenos a los disturbios que asolan la ciudad. En realidad los causantes de estas movilizaciones son zombis y los concursantes no van a tardar en tener que enfrentarse a ellos. Pese a que la serie pasó algo inadvertida, demostró el talento del escritor y propuso un concepto de serie que se enclava en el género de la ciencia ficción pero que analiza temas y propone situaciones que nos resultan cercanas.
El primer episodio emitido que vimos de Black Mirror planteaba al espectador que un miembro de la Casa Real británica había sido secuestrado. Se trat de una figura muy querida por la sociedad civil y, conscientes de ellos, los captores ponen en circulación un vídeo en el que explican las condiciones para que sea liberada. Su única exigencia es que el presidente del Gobierno mantenga sexo con un cerdo y que esta acción sea retransmitida por televisión. Como es lógico en un primer momento el mandatario se niega. El problema llega cuando el vídeo se hace viral y comienza a sentirse presionado no sólo por parte de los ciudadanos sino también por su equipo. Las redes sociales arden con el tema y el yugo al dirigente político cada vez aprieta más.
Black Mirror nos hace cuestionarnos si llegará un día en que esa tecnología que hemos creado para hacernos la vida más sencilla pueda volverse en nuestra contra. Provocadora, arriesgada, directa. Esta serie sorprendió por su tono y por sus argumentos en una primera temporada con tres capítulos independientes en los que disecciona la influencia y el uso de las redes sociales, critica los excesos de los programas de entretenimiento y plantea la posibilidad de que todos tuviésemos un chip que nos permitiese recuperar y mostrar cualquier recuerdo pasado. En esa misma línea indagó en una segunda temporada que se compuso de tres capítulos y un especial navideño. Mantuvo el pulso, con las irregularidades que ya se manifestaban en la primera tanda. De nuevo se ponía en el punto de mira la tecnología y reflexionaba sobre la justicia, la política y sobre nuestra relación con la muerte.
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La serie se detuvo y no volvimos a saber de ella hasta que el gigante Netflix anunció que se había hecho con los derechos y que produciría 12 episodios nuevos. Nada menos. Hasta el momento se habían estrenado 7. La plataforma proponía en una temporada doblar ese número. Eran lógicos los temores de muchos seguidores que creyeron que este exceso de historias unido al modelo de creación de Netflix echarían por tierra una de las joyas seriéfilas de los últimos años.
Los primeros seis episodios se estrenaron hace una semana. Ya están disponibles en todos el mundo. Conserven la calma. Black Mirror sigue viva y goza de buena salud. Como en temporadas anteriores tiene momentos capaces de entusiasmarnos y otros en los que se pierde y no mantiene el pulso. En cualquier caso continúa turbadora, inquietante.
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Hay episodios soberbios. El primero lo es. El cuarto también. Recuerden que cada uno de ellos es independiente y plantea una trama y unos personajes diferentes. Al otro al que nos referíamos era San Junipero, en el que se plantea una bonita historia de amor que las dos protagonistas viven cuando menos la esperan, cuando no la esperaban, cuando creían que estaban en tiempo de descuento. No se puede hablar de este capítulo sin desvelar datos. Y no lo haremos aquí. Black Mirror trata con esta entrega el tema de la muerte, la eutanasia y el más allá de un modo emotivo, bello y sorprendente. Eso es lo mejor de esta serie. Y por ello se le perdona que después plantee otras historias más simplonas o con un desarrollo errático, como sucede también en esta tanda. Faltan otros seis episodios, que Netflix tiene previsto poner a disposición de sus suscriptores el año que viene.
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