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Carmelo Bernaola.
La cara más popular de un compositor de vanguardia

La cara más popular de un compositor de vanguardia

Carmelo Bernaola escribió la banda sonora de casi un centenar de filmes y la de varios programas de televisión, entre ellas las de 'Verano azul' y 'La clave'

César Coca

Miércoles, 21 de octubre 2015, 16:59

Carmelo Bernaola (1929-2002) fue uno de los grandes representantes de la vanguardia musical española, un compositor exigente, con una obra acorde con su tiempo. Lo hizo a despecho de un público con frecuencia anclado en el pasado, que consideraba que lo suyo, como lo de toda la Generación del 51, era solo ruido. En el sentido literal del término. Lo pensaron muchos de quienes acudieron al estreno de 'Espacios Variados' en el Palau de la Música de Barcelona, en 1962. Fue un escándalo mayúsculo. Una provocación, aseguraron quienes estaban acostumbrados a escuchar únicamente a Bach, Beethoven y Schubert. Solo una minoría culta, atenta a lo que se movía en el escenario internacional y con una mente abierta para los experimentos sonoros, entendió su obra en los complejos años sesenta y setenta.

Esa era la cara exquisita y minoritaria del compositor vizcaíno. Pero tenía otra: una que logró una popularidad extraordinaria gracias a trabajos que en algunos casos eran meramente alimenticios y en otros estaban cargados de sentimiento. El Himno del Athletic corresponde a esa parte afectiva. Y también 'El cocherito leré'. Su trabajo para el cine y la TV entra en el capítulo alimenticio. De la música de vanguardia no se vive y Bernaola tuvo que dedicar una parte no pequeña de su tiempo a atender encargos que le permitieran escribir esa otra música por la que ha entrado en la historia de la cultura española. La paradoja reside en que esos trabajos rápidos, en los que tiraba de oficio, le proporcionaron una enorme popularidad. Porque ¿quién no ha tarareado alguna vez la sintonía de 'Verano azul'?

El compositor vizcaíno escribió alrededor de un centenar de obras para el cine, sobre todo, y la televisión. A eso hay que añadir unas decenas de trabajos para la escena, en su mayoría piezas para obras teatrales. Aquí su música era muy distinta a la destinada a los auditorios, pero siempre mostraba una enorme versatilidad, una capacidad sorprendente para 'meterse' en el tema. No hay más que escuchar las sintonías de 'Verano azul', con su alegre marcha, o la de 'La Clave', en un tono de reconcentrada abstracción que se asemeja mucho más a sus trabajos 'clásicos' y que tan bien acompañaba aquel debate de personas que dejaban hablar, escuchaban y aportaban argumentos solventes.

En el cine, hay dos directores con quienes trabajó especialmente a gusto. Uno de ellos, su paisano Pedro Olea, con quien colaboró en un buen puñado de filmes: 'Días de viejo color' (1967), 'Tormento' (1974), 'Pim Pam Pum Fuego' (1975), 'Un hombre llamado Flor de Otoño' (1978) y 'Akelarre' (1984) son los mejores ejemplos. Aquí Bernaola se muestra como un compositor de aire castizo, capaz de subrayar con toda intensidad la peripecia vital de personajes que en muchos casos viven oprimidos en el franquismo.

El segundo director con quien mejor se identificó fue Basilio Martín Patino. Con seguridad, conceptualmente se sentía más próximo a la narrativa de este director salmantino, autor de un cine complejo, cargado de símbolos. Su primer trabajo fue en 'Nueve cartas a Berta' (1966), uno de los filmes fundamentales de la historia del cine español. Aún hoy, cuando se escucha esa melodía interpretada por el viento o el clave, que parece imitar el ambiente de las coplas de ciego, el efecto es de una sorprendente modernidad. Pasean por el casco antiguo de la capital charra los personajes en una fría noche, y la música densa, no muy generosa en melodías, subraya la sensación de que están fuera del tiempo, en todos los sentidos. También sucede con un fondo sonoro muy distinto en otras escenas en las que se escuchan amortiguados diálogos a los que el espectador resulta ajeno.

Suena asimismo muy moderna y conceptual la BSO de 'Del amor y otras soledades' (1969) y algo parecido puede decirse de 'Los paraísos perdidos' (1985), que para muchos es la mejor de sus obras cinematográficas.

Con Giménez Rico ('Jarrapellejos' de 1987, 'Soldadito español' de 1988 y otras) tuvo también interesantes colaboraciones, así como con Drove ('Tocata y fuga de Lolita' fue un gran éxito de taquilla, igual que 'Vida conyugal sana', ambas de 1974) y sobre todo García Sánchez, para quien escribió un maravilloso pasodoble para la película del mismo título (1988). Esa banda sonora fue premiada con un Goya. Dos décadas antes había recibido el Nacional de Música Cinematográfica, que junto a las tres ocasiones en que fue distinguido con el galardón que otorga el Círculo de Escritores Cinematográficos completa la lista de premios otorgados a su obra para la pantalla.

Esa música demuestra que Bernaola, pese a lo que pensaban muchos de quienes asistieron a aquel célebre estreno del Palau no hacía música de vanguardia porque no supiera componer otra cosa: dominaba todos los géneros, era popular cuando deseaba serlo y experimental cuando quería explorar los límites de la creación. En su música para la sala de conciertos no está presente ese contraste entre estilos compositivos, pero sí aparece en el cine. Entre ese pasodoble para la película de García Sánchez y la banda sonora de 'Nueve cartas a Berta' cabe todo el talento de un compositor que también dejó magníficas partituras en el subgénero de cine de terror que tuvo un momento de gloria (en taquilla, y solo en eso) en los setenta con títulos como 'El gran amor del conde Drácula', 'El jorobado de la morgue' y 'El espanto surge de la tumba', filmes que hoy ni siquiera se emitirían en Cine de Barrio. De ellos solo se salva su música.

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