Desde el estrecho e inquieto asiento de una moto recorría la sinuosa carretera. La tarde me acompañaba, al igual que lo hacían miles de cadáveres vegetales apilados, esperando su ataúd. El humo y el horripilante fuego habían dejado de ser
Publicidad
protagonistas, sin embargo, un intenso olor a parca se extendía. Laderas amarronadas, naturaleza arrasada. Muerte por doquier, sustituyendo a una vida que no volvería. Resultaba tan tenebroso, que incluso desdeñé una puesta de sol que hubiera supuesto paz y dicha para mí. Acumulé tanto dolor que, alma abrazada a cuerpo comenzaron, en desconsuelo, a llorar.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión