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Las vallas que nos aprisionan

Hace mucho tiempo que esos muros no sirven para detener las ansias de libertad de quienes vienen huyendo de aquellos lugares que antes colonizamos

jesús prieto mendaza

Martes, 31 de julio 2018, 08:56

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La ciudadanía de toda España se ha sentido impresionada por las imágenes de 600 subsaharianos corriendo, después de atravesar 'el perímetro' ceutí, mientras gritaban «boza» (victoria). Ríos de tinta correrán por todo el país comentando la noticia y la sociedad se verá conmocionada por este hecho y por la desconocida violencia con la que se ha producido el asalto. Les voy a decir una cosa, a mí no me ha impresionado demasiado. ¿Por qué afirmo esto? Simplemente, no me impresiona porque esta llegada 'masiva' no es sino una más en el ya largo goteo de personas que, bien de forma individual, bien a través de redes que trafican con seres humanos, buscan huir de situaciones de pobreza o de violencia en ese continente herido, a la par que fascinante, que es África. Mi último trabajo de campo, a caballo entre Ceuta y el norte de Marruecos, me ha hecho convivir a diario con situaciones tan duras como las vividas el lunes en Ceuta. Y es este un elemento a tener en cuenta, pues la excepcionalidad, en términos de gestión de contingentes humanos, se está convirtiendo en lo cotidiano en esta frontera sur de la Unión Europea, en la que resulta insostenible para una ciudad autónoma de 80.000 habitantes acoger a contingentes que suponen un cuarto de su población.

El propio director del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (Ceti) ceutí me reconocía que las situaciones en las que se han visto desbordados han sido constantes. Los 600 migrantes y refugiados que llegaron al puerto de Valencia a bordo del 'Aquarius' fueron acogidos por un dispositivo de 2.000 personas. El personal del Ceti de la carretera del Jaral, recibe 400, 500 o más migrantes en un tiempo récord y con un dispositivo, avalado por los protocolos de Naciones Unidas, conformado por una docena de personas a las que se une, cuando es necesaria, la ayuda inmediata concedida por la Comandancia Militar General de Ceuta, habitualmente a través del Grupo de Regulares nº54 del acuartelamiento González Tablas. El Ceti, con una capacidad para 500 internos/as está siempre muy por encima de este número. Tan sólo revisando las estadísticas de 2017 se puede comprobar que la ocupación media anual era de 720 personas, con numerosos días (incluso meses, como el caso de marzo) en los que se superan las 1.200, o casos en los que se ha llegado las 1.400. Esta situación provoca que los plazos de estancia deban ajustarse, por un imperativo evidente, y a muchos jóvenes se les page el billete de ferry para darles paso a la Península. A esta realidad hay que sumarle la de los centros de acogida de menores, conocidos como Menas, centros como La Esperanza en el barrio de Hadú, se encuentran también por encima de sus posibilidades.

Pero la realidad de Ceuta presenta también a un número nada desdeñable de jóvenes que no se encuentran alojados en ninguno de estos centros, pues se sitúan fuera de todo registro oficial. Son los que pasean por la de la escollera, cerca de la estación marítima o en las inmediaciones del puerto. Jóvenes que intentan colarse en los bajos de un camión, en el maletero de un autobús o en una furgoneta de turistas, con objeto de acceder a un ferry que les pueda llevar hacia su ansiada meta europea. Jóvenes que, inhalando pegamento, duermen en los jardines o en el suelo de un polígono, chicos que se agolpan en la puerta de un centro comercial intentando conseguir una bolsa de comida de algún cliente despistado o que provocan peleas que terminan con heridos por arma blanca, como el ocurrido el 24 de julio. Este tipo de presencia, conflictiva, constante en algunas calles de Ceuta hace que el sentimiento de inseguridad haya experimentado un notable incremento y con él los discursos que piden endurecer la política migratoria. De hecho, Ceuta es una ciudad, además de atractiva por muchos motivos, absolutamente vallada. Las vallas y alambres de espino, con concertinas o no, están presentes no solo en la doble valla que separa Marruecos de territorio español desde la frontera de Benzú hasta la de Tarajal, sino en centros comerciales, colegios, empresas, puerto, comunidades de vecinos, piscinas… la ciudad entera, desbordada, parece querer blindarse contra algo que se percibe como problemático y peligroso.

Tan sólo en un día, el 23 de junio, llegaron a nuestro sur Mediterráneo 800 personas y en lo que va de año han llegado a través de la frontera sur, según la OIM, cerca de 15.000 migrantes. Si seguimos con esta tendencia, España podría recibir este año a más de 30.000 inmigrantes irregulares, acercándonos a las cifras de 2006, en el que Canarias se vio absolutamente sobrepasada. A pesar del encomiable trabajo de numerosos funcionarios y de voluntarios de organizaciones como Digmund, Elín, Accem, Cruz Roja, Cruz Blanca, Andalucía Acoge y un largo etcétera, la realidad es que la presión migratoria en la frontera entre Marruecos y Ceuta está acabando no sólo con la vida o las ilusiones de muchos jóvenes de piel oscura, sino que también puede terminar con nuestra capacidad para acoger y esa es una posibilidad terrible a la que se ha de hacer frente desde la realidad diaria de las calles del Sur, no desde un despacho en Madrid. Decía el presidente Sánchez, en su reunión con su homólogo francés, Macron, que es necesario apostar por la cooperación. No creo que sea tan fácil, incluso para una UE que estuviera realmente unida. En muchas instancias se empieza a hablar de la necesidad de una intervención global, algo así como un 'Plan Marshall' para África. Pero ¿cuándo será el momento para ello?

Hace mucho tiempo que las vallas coronadas de concertinas no sirven para detener las ansias de libertad y vida de quienes acuden huyendo de aquellos lugares que antes colonizamos, y eso es preocupante, pero mucho más terrible es comprobar como esas mismas vallas nos están poco a poco, aprisionando a nosotros mismos.

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