Turismo antisocial
La conversión de cascos históricos en parques temáticos expulsa a los residentes y los negocios de barrio con alquileres desorbitados y genera un cóctel envenenado
El gigantesco sistema de valor añadido del turismo engloba no solo los servicios y productos que se venden a los visitantes; también afecta a bienes ... de dominio público, como la seguridad, el medio ambiente, el patrimonio histórico, la justicia social y el paisaje, entre otros. Y comienza a haber conciencia de que algunas modalidades turísticas provocan consecuencias antisociales que menoscaban la reputación de este enorme sector productivo. Como en otros casos (polución, incendios, coste de rescates...), la Administración debe asegurarse de que los daños colaterales son repercutidos en quienes los causan.
El monocultivo turístico de cascos históricos se ha convertido en un grave problema. Al resultar más rentable dedicar las viviendas al alquiler vacacional, sus propietarios les aumentan a los inquilinos las rentas hasta que estas les resultan inasumibles. El fenómeno se repite en los locales comerciales: los propietarios de lonjas situadas en calles turísticas tratan de maximizar su beneficio alquilándolas a los negocios de hostelería, souvenirs y otros servicios turísticos. Por lo que los autónomos y pequeños empresarios (fontaneros, electricistas, mecánicos...) acaban mudándose y dejando a los vecinos sin servicios de proximidad. Si a la conjunción de alquileres más altos y menos servicios añadimos las incomodidades de una población flotante exagerada (ruidos, actos incívicos en la vía pública, prostitución, hurtos...), tenemos el cóctel envenenado de las zonas monumentales.
El éxodo de los residentes resulta singularmente antisocial en el caso de los ancianos jubilados y las familias con menores recursos económicos (inmigrantes y jóvenes). Estos colectivos ocuparon esas casas por ser las más asequibles y por resultar céntricas. Se trata de personas que se suelen desplazar a pie o en transporte público por carecer de vehículo propio, por lo que sus dificultades de subsistencia se ven atenuadas por una residencia céntrica. Desde la perspectiva sociológica e histórica, la pérdida de residentes y negocios de barrio representa un perjuicio colectivo para el conjunto de la población, pues los cascos históricos recogen el 'alma', el imaginario colectivo del lugar. Y esto lo constituyen no solo los edificios y las vistas panorámicas; también lo integran los residentes. Su marcha transforma esas zonas en parques temáticos en los que los propios turistas hacen de figurantes del espectáculo turístico, paradójicamente acaparado por los visitantes.
Opuesta es la situación de los residentes de los pueblos en proceso de despoblación. Estos necesitan visitantes que se dejen dinero allí. Que desembolsen más dinero que el aumento de gastos que provocan (limpieza, tráfico, aparcamiento, primeros auxilios). Y para atraer a esos turistas que permiten subsistir a los vecinos que viven de la casa rural, el restaurante y la tienda, los pueblos solo cuentan con tres atractivos que les resultan vitales para sobrevivir: su singular y relajado ritmo de vida, las vistas panorámicas y la gastronomía local. Un ambiente atractivo para los urbanistas en busca de un cambio, pero que es degradado cuando es invadido por dos tipos de visitantes: los excursionistas 'de día' que acuden en coche con sus tarteras y bocadillos para hacer picnic en espacios públicos, y los de las autocaravanas. Estos turistas no solo no generan ingresos en unos negocios locales que dependen del fin de semana para subsistir, sino que no se llevan de vuelta la basura que generan, pudiendo llegar a saturar las calles céntricas y los miradores (donde acampan, aunque no estén autorizados). Especialmente molestas son las autocaravanas, que puede estar varios días ocupando el equivalente a varias plazas de aparcamiento con todo su bagaje de mesas, sillas, bicis... y que disuaden a los visitantes que pernoctan en las casas rurales y a quienes van a comer al restaurante, pero se encuentran que el aparcamiento está lleno.
Vamos a evitar mencionar la creciente lista de destinos turísticos cuya degradación del 'ambiente local' los ha convertido en desagradables, lo que ha derivado en cierres de hoteles y restaurantes de calidad, sustituidos por habitaciones de alquiler y tenderetes que venden bebidas y bocadillos. Los negocios que pagaban sus impuestos son relevados por otros de economía sumergida sin inversión ni control de calidad. Teniendo España el mayor parque de casas rurales, restaurantes y bares de Europa, choca la moda de la autocaravana, vehículo a gasoil que poluciona el medio ambiente y cuyo gran volumen resulta una agresión paisajística para el lugar donde para. Éste plan consiste en traerse la compra del hipermercado para hacerse la comida en su propia cocina y sentarse en sus sillas plegables bajo la sombrilla de su vehículo. No solo no gastan en el pueblo; lo que dejan es basura, ruido de sus equipos de música y comportamientos poco cívicos (como hacer sus necesidades al aire libre para evitar el coste de vaciar los detritus de sus WC).
Las autoridades tienen la obligación de protegernos de esos turismos tóxicos. Regulando la apertura de negocios para asegurar el equilibrio poblacional y de negocios de las zonas monumentales. También debe de recuperarse los gastos que generan en los pequeños pueblos los turistas 'gratis total' que molestan a los que pagan (y les permiten subsistir). Esto se puede conseguir mediante precios adecuados para los aparcamientos, y devolver su importe a quienes entreguen facturas de hoteles y restaurantes. También debe de limitarse las zonas de estacionamiento de las autocaravanas, prohibiéndose en los miradores y lugares céntricos, y cobrándoseles por aparcar. Asegurémonos de que el turismo no perjudica a la comunidad local.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión