La sociedad de la ficción
¿Quién dice qué es o quién es el pueblo? ¿Dónde está el pueblo? ¿Dónde la gente?¿Dónde la sociedad?
Dicen que cuando un dedo indica la luna no hay que quedarse mirando al dedo. Políticos y comentaristas lo parafrasean al defender que no nos ... perdamos en lazos, torras, repúblicas ficticias, propuestas políticas absurdas, para preocuparnos por las cosas de comer: la sanidad, la financiación casi imposible del Estado de bienestar, la educación, la evolución demográfica, las pensiones y su futuro.
Para ello hace falta una dosis básica de realismo. Pero la civilización que hemos creado -unos produciéndola, otros consumiéndola- es una civilización de ficción en la que nada es lo que parece; ni las fotos, ni las noticias, ni los personajes de cualquier ámbito -personajes en su acepción griega, máscaras-. Trump es una máscara cuyo mayor engaño puede ser el de hacernos creer que él es el problema y nada más.
En esta civilización las noticias falsas son inevitables, ya que surgen de un horizonte de ficción. ¿Cuál es la verdad de los políticos fabricados por supuestos expertos en vender productos que cumplen las exigencias de la ficción comunicativa? ¿Era un hecho o una ficción cuando el 'New York Times' declaraba que los miembros de ETA eran luchadores por la libertad? ¿O cuando la BBC explicaba que no los llamaba terroristas porque el término no era neutral? ¿Y no utilizarlo era neutral? ¿Dónde está el dedo y dónde la luna?
Hannah Arendt escribe que la novedad y la mentira surgen de la misma fuente: la contingencia de todo lo que sucede. Si nada de lo que sucede en la historia puede ser absoluto, si todo es contingente y no necesario, entonces es posible que surja algo nuevo en la historia. Y si lo que sucede en la historia no es necesario, pudiera ser o haber sido de otra manera, también es posible la mentira. Si la novedad, lo nuevo y la mentira proceden de la misma fuente nada es necesaria o absolutamente verdad, nada es absolutamente mentira; no es nada fácil trazar la linde entre el hecho, el dato, y la ficción.
Se grita 'pueblo', 'gente', 'sociedad', 'mayoría', 'nosotros', como si fueran datos ineludibles de la realidad, sustraídos de la ambigüedad de todo lo humano e histórico. Pero la única realidad es que de esos gritos surgen las confrontaciones sociales, los conflictos, las luchas, las incomprensiones, la dificultad para entenderse, la casi imposibilidad de ponerse de acuerdo.
Pierre Rosanvallon, historiador francés de las ideas, habla del «pueblo inencontrable». Dice que ese pueblo hace su aparición solo con ocasión de las elecciones y luego se dispersa, cada uno a su vida diaria. ¿Quién dice qué es o quién es el pueblo? ¿Dónde está el pueblo, dónde la gente, dónde la sociedad? Con ocasión del 'Brexit', Theresa May ha pretendido dar cumplimiento al mandato del pueblo que votó por mayoría salir de la UE, a pesar de que ella estaba en contra. Ahora cientos de miles de británicos reclaman la permanencia en la UE apelando al 'people's vote', al voto del pueblo. ¿Cuál de los dos 'pueblos' es 'el pueblo'?
Si se confunde un plebiscito, que es lo que fue el referéndum convocado por Cameron, con el refrendo que el voto popular da a un acuerdo previo existente, el resultado es que este último no encuentra su camino en el Parlamento. Y surge el caos en el que nos encontramos. Caos para el que probablemente ni el recurso al voto popular consiga encontrar un camino de salida sin dejar tras de sí divisiones, heridas, incomprensiones y problemas de calado.
La Junta Electoral Central prohíbe a Torra colgar de los edificios públicos en Cataluña lazos amarillos y pancartas sobre «presos políticos» basándose en la necesaria neutralidad partidaria de las instituciones. Torra los quita, pero pone otras en defensa de la libertad de expresión. Es cierto: la ley garantiza la libertad de expresión. Pero si en este caso es preciso cumplir la ley, también lo es cuando cuando se prohíbe la exhibición de lemas o símbolos partidistas en los edificios públicos. En base a la ley contra la ley. ¿Cómo es posible esta paradoja?
La paradoja es posible porque en la civilización de la ficción solo hay un rey, solo hay una voluntad soberana: la de la subjetividad de cada uno que decide qué, cuándo y cómo algo es realidad o ficción. Y si la subjetividad es mayoría, o totalidad hipostasiada, mejor pues nadie lo podrá discutir; solo otras subjetividades omnipotentes, también colectivas mayoritarias o totalidades hipostasiadas, momento en el que la violencia está cerca.
Afirmar que vivimos en una sociedad de ficción que lo engulle todo no implica que las ficciones no tengan consecuencias. Éstas son muchas veces muy graves precisamente porque la ficción está gobernada por su subjetividades irresponsables, no limitadas por ninguna objetividad real. Si en la ficción gobierna el sujeto rey, el sujeto soberano como subjetividad encapsulada en sí misma, lo máximo a lo que puede aspirar la realidad es a ser escenario en el que se manifiesta la omnipotencia del sujeto, la subjetividad todopoderosa.
Salir del carácter de ficción que vivimos reclama la responsabilidad de todos los actores de la civilización, productores y consumidores. Para decirlo con palabras del judío Emmanuel Levinas, como lo recuerda su alumno Derrida en su oración fúnebre, ¿de qué sirve la tierra, por muy santa que sea, ante la ofensa al hermano, ante la herida inflingida al otro en el que se transciende el sujeto? Valen también las palabras de un rabino recogidas por el mismo Levinas en una de sus 'Lecciones talmúdicas': «Los derechos humanos son siempre primero los derechos humanos del otro».
Es siempre el otro, el hermano, el prójimo, los otros en su concreción y particularidad, los que nos arrebatan de nuestra subjetividad que tanta comodidad nos proporciona porque nos permite vivir cual sujetos omnipotentes que pueden hacer y deshacer los escenarios arbitrariamente, vivir como nos da la gana, para pasar al campo de la responsabilidad por el otro, por el respeto al otro, para encontrar el campo real del camino hacia el bien común con todas las limitaciones que ello implica para la libertad arbitraria de cada uno.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión