Trump vuelve a ser presidente de EE UU con un programa repleto de clichés patrióticos, machistas, supremacistas y antisociales mezclados con negacionismo climático y científico. Cada día es más evidente que la nación, la raza y el género constituyen la estructura ideológica sobre la que ... se está organizando gran parte de la política de extrema derecha en el mundo. También de determinada izquierda patriótica, nada pudorosa al expresarse abiertamente anti migratoria. En el comité de acción política del Partido Republicano de EE UU, celebrado en agosto de 2022, el presidente de Hungría, Viktor Orbán, dejó claro que el peligro de la «ideología de género» debía recibir el mismo tratamiento que la amenaza de la migración no deseada. Según Judith Butler, en su reciente '¿Quién teme al género?', para este líder ultraconservador el futuro de Europa y su legado de raza blanca se ve amenazado no solo por quienes llegan del norte de África y Oriente Medio sino también por una tasa de natalidad en descenso que debe aumentar sobre la base exclusiva de la familia heterosexual y «natural». En cierto modo, sería el mismo discurso trinitario «Dios, Patria, Familia» que enarbolan Meloni en Italia o Abascal en España. Una agenda política que va contra el feminismo y el antirracismo, acompañada por una defensa a ultranza del Estado nacional autoritario –militar y policial– al servicio de políticas económicas ultraliberales con apariencia proteccionista, como las propuestas arancelarias de Trump.
Según Butler, esas mismas premisas empeñadas en poner el foco en el género y en la inmigración desvían la atención de las verdaderas políticas que están destruyendo el mundo: degradación del medio ambiente, guerras geoestratégicas, aumento de la desigualdad social y económica, mayor explotación laboral, intensificación de la precariedad, abandono de barrios marginales, dificultades de acceso a vivienda, desregulación fiscal, globalismo financiero, acumulación capitalista, autoritarismos de todo tipo junto a nuevas formas de fascismo, como la expansión de campos de detención y otros métodos sistémicos de racismo institucional y exclusión social.
Para esta filósofa, señalada y amenazada por fuerzas de extrema derecha, es fundamental que la política de género se oponga al neoliberalismo y a otros modos de devastación capitalista, y no se convierta en su instrumento, como algunas veces ocurre en la agenda política de ciertas élites de izquierda. Según ella, no hay razón para calificar de 'identitaria' la política de género –como hacen los que quieren desprestigiarla– si su objetivo último es crear el planeta en el que todas queramos vivir, porque –añade–, cuando queda restringida a la esfera liberal de las libertades individuales no puede abordar los derechos básicos a la vivienda, la alimentación, los entornos no tóxicos o la atención sanitaria, cuestiones que deberían formar parte de cualquier lucha por la justicia social y económica.
Del mismo modo, Butler propugna una política de género que se enfrente a las consecuencias de la colonización y a todas las formas de racismo. Defiende un feminismo que desarrolle alianzas interseccionales e internacionales y refleje la interdependencia de la vida humana y no humana; alianzas que se opongan a la destrucción del clima y sustenten una democracia radical basada en ideales socialistas.
Butler escribe que la única forma de salir de este laberinto es unir la lucha por las libertades, formuladas como colectivas, y los derechos de género a la crítica del capitalismo; dejar que el género forme parte de una demanda más amplia, por un mundo social y económico que acabe con la precariedad y proporcione dignamente las necesidades básicas en todas las zonas del mundo. Todo esto significaría aceptar que, como criaturas humanas, solo perduramos en la medida en que existen vínculos que nos unen.
En el último párrafo de su ensayo, Butler concluye: «Podemos detener ese impulso fascista, pero solo si intervenimos como una alianza que no destruye sus propios vínculos, porque eso sería reiterar la lógica a la que nos oponemos, o a la que deberíamos oponernos. Por el contrario, liberar los potenciales democráticos radicales de nuestras propias alianzas en expansión puede demostrar que estamos del lado de una vida vivible, del amor con todas sus complicaciones y de la libertad, haciendo que esos ideales sean tan convincentes que nadie pueda mirar hacia otro lado, haciendo que el deseo vuelva a ser deseable, de manera que la gente quiera vivir y quiera que otros vivan, en el mundo que imaginamos, donde el género y el deseo pertenecen a lo que entendemos por libertad e igualdad. ¿Y si convirtiéramos la libertad en el aire que respiramos juntos? Al fin y al cabo, es el aire que nos pertenece a todos el que sustenta nuestras vidas, a menos, claro está, que la atmósfera esté cargada de toxinas. Y toxinas, hay muchas».
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.