
¿Cuánto es ir demasiado lejos en el feminismo?
Santiago Eraso
Jueves, 17 de abril 2025, 02:00
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Santiago Eraso
Jueves, 17 de abril 2025, 02:00
No sé si por casualidad o con cierta intención torticera, recientemente se han publicado diversas encuestas y análisis sociológicos sobre lo que los hombres pensamos ... acerca del feminismo. Los resultados no dejan de sorprenderme; sobre todo los referidos a los datos de los más jóvenes. Una de las conclusiones más llamativas de estos estudios es que, para un alto porcentaje creciente (según la encuesta del CIS más de la mitad de los varones entre 16 y 24 años), el movimiento feminista ha llegado demasiado lejos en sus reivindicaciones, así como en sus actitudes discriminatorias hacia el género masculino.
No entiendo cómo la percepción de la realidad de todas esas personas se ha vuelto tan difusa y confusa. Por mucho que se empeñen en pensar lo contrario, no hay duda de que siguen siendo hombres casi todos los que gobiernan el mundo –en el sentido más extenso del término–, los que dominan las finanzas, ordenan las guerras, forman ejércitos y rigen la mayor parte de las estructuras de poder. Además, por supuesto, siguen siendo abrumadora mayoría los que llenan las cárceles por empleo de violencia, brutalidad machista y asesinatos de mujeres, y minoría vergonzante los que se dedican a los cuidados: la última cifra reciente del INE habla de un 7% de hombres que trabajan a tiempo parcial para el cuidado de sus familias. Es evidente que este porcentaje también explica por sí solo porqué a las mujeres les cuesta mucho más romper el techo de cristal de acceso a los altos cargos directivos. Diríase que, en esa percepción distorsionada de la realidad que tienen todos esos hombres amenazados por las feministas, se produce una disonancia cognitiva.
Más aún. Si ponemos el foco en otros lugares del mundo, veremos que las mujeres son personas subalternas en casi todos los aspectos de su existencia, personas cuyas vidas resultan insoportables e invivibles hasta el punto de que, como diría Gayatri Spivak, autora de '¿Puede hablar el subalterno?'. En sentido literal o simbólico sienten amenazada la posibilidad misma de vida. Para esta filósofa india, si en el contexto de la producción colonial el subalterno no tiene historia y no puede hablar, el subalterno como mujer se encuentra más profundamente en la sombra. Es decir, la construcción ideológica del género mantiene una indiscutible dominante masculina, de clase y racial, y es constitutiva de una relación de poder estructural que determina la concepción del mundo.
Como dice Judith Butler, en su reciente '¿Quién teme al género?', hacer circular el fantasma del 'género' y del feminismo es también la forma que tienen los poderes fácticos (Estados, Iglesias, movimientos políticos) de atemorizar a la gente para que vuelque su miedo y su odio sobre las comunidades más vulnerables. Por ejemplo, el gobierno de Orban en Hungría ha prohibido «las reuniones que promuevan el cambio de sexo de nacimiento o la homosexualidad». Esta y más medidas en otros países son recursos autoritarios de las ideologías más reactivas que intentan hacer retroceder la legislación progresista conseguida a largo de estas últimas décadas gracias al movimiento feminista: la justicia reproductiva, la ampliación de derechos para mujeres, trans y personas no binarias, la igualdad de género y sexual, la libertad de expresión en el ámbito escolar y académico, etc. Digo últimas décadas porque, aunque parezca mentira y todos esos antifeministas no se lo crean, el avance de los derechos de las mujeres es un logro mucho reciente de lo que piensan sus mentes retrógradas y sin duda nos concierne a todas.
Avivar el deseo de una restauración del privilegio masculino sirve a muchas formas de poder. Ese fantasma o sueño melancólico de un pasado ideal solo pretende que no olvidemos el lugar que le corresponde a la autoridad patriarcal, concebida como un orden natural o religioso.
Detrás de esa furia antifeminista, que en cierto modo es la misma que se opone a la «teoría crítica de la raza», se encuentra una agenda política que trata de destruir libertades y poderes que los movimientos sociales han luchado por consolidar durante décadas o de desmantelar prácticas institucionales y políticas que se han dedicado a revisar y ampliar la libertad y la igualdad. Es decir, que nos han otorgado la posibilidad de sentir que las personas, sea cual sea nuestra condición, ocupamos un lugar equivalente en la sociedad.
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