Buena parte de los nativos digitales no tienen ni idea de lo que es. Saben lo que son unas pilas o unas baterías porque las ... necesitan para su «play station», el teclado del ordenador o algunos otros artilugios tecnológicos que forman parte de su existencia a los que están encadenados y sin los que no saben vivir.
No me sorprendieron los comentarios que he oído estos días a madres jóvenes acerca del apagón eléctrico. Todas, coincidían en lo duro que fue gestionar los hijos. «Cuando se fue la luz pensé: '¿Qué voy a hacer ahora con ellos sin móviles?'» No fueron una ni dos, era el sentir general. Da pena.
Ser analógico, entre otras cosas, puede significar observar la vida de otro modo
Más aturdida me quedé todavía, cuando escuché a la que fuera diputada catalana en el congreso Pilar Rahola en un programa de televisión donde participa habitualmente como tertuliana. Es ya una señora entrada en años. Con lo cual, no es una nativa digital sino todo lo contrario. Contó que el día del apagón había llegado a casa una de sus hijas que estudia en Vancouver y también estaba en el domicilio materno su otro hijo que vive con ella, bastante mayor que ésta. Sin teléfonos móviles y como ella misma confesó. «¿Qué vamos a hacer sin Netflix esta noche?». A falta de luz, con velas por toda la casa según dijo, se dispusieron a cenar los cuatro juntos.
«He descubierto cosas de mis hijos que no sabía». «Hemos hablado y ha sido fantástico, una experiencia magnífica». Es que acaso ¿Nunca cenaban en familia? ¿Es posible que la adicción a la tecnología llegue hasta el extremo de que ya no se cene de forma conjunta en los hogares? A juzgar por las palabras de la señora Rahola, es evidente.
Con la falta de luz las ferreterías han hecho su agosto. Todo el mundo corrió desaforado a comprar linternas, cocinas de camping gas, y pilas. Montañas de pilas. Tantas que en un establecimiento de la calle Francisco Silvela en Madrid, vendieron en un día, ¡todo el pedido de un año! Así declaraba su propietario a un medio de comunicación.
El deseo irrefrenable de estar informado, en realidad la necesidad de estar conectado a algo, hizo que la venta de radios disparara su precio hasta un 63% en pocas horas. También la demanda de generadores de electricidad y cocina portátiles a gas se incrementó, en nada menos en un 639% tras el apagón. Evidentemente hay quien aprovecha cualquier circunstancia para hacer caja.
Es curioso. Parece que la mayor parte de ciudadanía se ha dado cuenta ahora de la dependencia que tiene de la energía eléctrica. Que no sabe hacer nada sin un dispositivo conectado a la luz. Terrible. Todo, gira en torno a enchufes de uno u otro tipo. A conexiones a la red que cuando colapsa parece que ha llegado el fin de mundo. Entonces masivamente la gente de cierta edad, se da cuenta de que existía una vida en la que había radios a pilas. Esa pieza de museo que cuesta encontrar en las tiendas. Lo sé por experiencia propia. Crecí oyendo la radio en familia. Y siempre me acompaña una radio a pilas. A pesar de los problemas que me ocasiona en los aeropuertos. Lo que significa que he tenido que soportar con buen humor comentarios jocosos sobre mi conducta analógica. En mi vida personal trato de serlo, a pesar de que trabajo con tecnología de última generación. Ser analógico, entre otras cosas, puede significar observar la vida de otro modo. Cocinar a fuego lento con gas para controlar la temperatura del guiso, oír música sin cascos, pagar con dinero para controlar mejor el gasto, o simplemente oír la radio mediante un transistor. Esos que ahora van a ponerse de moda.
El apagón eléctrico nos ha hecho ver que ese viejo aparato en el que se sintonizan las emisoras por medio de un dial, es el único que nos conecta con el mundo sin necesidad de electricidad. Que podemos oír la radio sin cable alguno, cascos o enchufes, porque funciona como antaño. Cuando nuestros aitonas oían Radio París en tiempos de clandestinidad.
Estamos en una sociedad absolutamente dependiente de trastos innecesarios donde las grandes empresas manejan a su antojo las emociones de millones de personas en todo el mundo. Tener que bajar una aplicación para oír la radio no es algo imprescindible, sino una necesidad artificial creada por quienes desean dominar y tener todo tipo de información sobre nosotros. Como otras tantas necesidades artificiales creadas para sucumbir en sus manos.
Con el apagón hemos visto que lo que realmente ha funcionado han sido las radios a pilas, la cocina a gas y las emisoras de radioaficionados de un puñado de nostálgicos que durante todas esas horas hicieron una labor encomiable informando a una sociedad histérica sin electricidad. En la madrileña calle Goya, esquina con Núñez de Balboa, donde se encuentra un punto de venta de Ikea, era impresionante ver cómo la gente corría para agolparse en torno a la tienda porque había algo de wifi en el establecimiento. Tal fue la masa que tuvo que acercarse la policía a poner orden. La esclavitud de la tecnología es enfermiza. Algo ocurre en esta sociedad, donde ya nadie se para a sentir el olor de la hierba recién cortada.
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