Lo que nadie cuenta del caso Koldo
Roberto Uriarte Torrealday
Profesor de Derecho Constitucional de la UPV/EHU
Miércoles, 18 de junio 2025, 02:00
La historia se repite una y otra vez, y la corrupción irrumpe insistentemente en la agenda política. Al caso del enriquecimiento de la pareja de ... Díaz Ayuso con las comisiones y sobreprecios en la compraventa de mascarillas en pandemia, se une el caso Koldo, el entramado de mordidas organizado por Koldo García Izaguirre, el militante vizcaíno del PSOE, de mutuo acuerdo con Acciona, la antigua Entrecanales, y con los últimos secretarios de Organización de su partido. Para entender por qué la corrupción aflora una y otra vez, es preciso entender que no se trata de casos aislados, y comprender su naturaleza estructural y su compleja relación con la democracia. Y entender, también, que el caso Koldo es, a su vez, el caso Acciona, y que cualquier análisis de la corrupción se queda cojo si ilumina al corrupto, mientras oculta al corruptor.
Desde los orígenes de la democracia en la antigua Grecia, ésta se concibió básicamente como un régimen de separación de lo público y lo privado, en el que el espacio doméstico es importante, porque es la base de la vida en la Polis y del bienestar de los ciudadanos, pero el cuidado del espacio público constituye una actividad más elevada, al estar sometida al bien común y no al interés particular. En consecuencia, el ciudadano normal debe dedicarse a cuidar de la economía doméstica, mientras que las personas más nobles y desinteresadas deben gestionar los intereses colectivos de la Polis.
La corrupción política consiste en lo contrario, en la no separación de ambos espacios. O por decirlo en otras palabras, en los vasos comunicantes, en las puertas giratorias, entre el espacio de la economía y el de la política. No se trata, por tanto, sólo de conductas individuales, como les gusta plantear a los generadores de opinión 'mainstream', que se empeñan en hablar de los corruptos, exagerando los casos de partidos con ideas distintas a las suyas; y, sobre todo, obviando a los corruptores, a las grandes empresas que compran de los políticos condiciones de ventaja. Por eso es imprescindible salirse de esos marcos interesados, y entender que la corrupción constituye un elemento estructural, que se da en todos los espacios que se mueven en el filo entre la política y la economía, en todos los espacios susceptibles de interferencias entre el interés general y el interés particular.
Tampoco puede entenderse la corrupción prescindiendo del ecosistema en que se desarrolla, lo que se conoce como 'crony capitalism'; capitalismo clientelar o capitalismo de amiguetes, en el que las grandes empresas consiguen condiciones de ventaja en el mercado –especialmente, adjudicaciones de contratos públicos–, a cambio de sobornar a gestores políticos. Pero, como explica Chomsky, hablar de capitalismo clientelar es una redundancia, porque el capitalismo es desde sus orígenes en el siglo XVI un régimen clientelar, en el que la concentración de riqueza en pocas manos sólo es posible gracias a los tentáculos que siempre poseen en la política las grandes empresas; de forma que el mercado competitivo sólo funciona como tal para las empresas pequeñas, mientras que las muy grandes consiguen obviar las duras reglas de la competencia. Los Villarejo de turno aceptan por igual encargos de las cloacas del Estado y de los lujosos despachos del BBVA o Iberdrola.
El clientelismo tiene una entidad tan grande y un carácter tan estructural que no sólo caracteriza al modelo económico, sino que trasciende al político. Igual que podemos definir nuestro modelo económico de 'capitalismo clientelar', podemos definir el político como 'democracia de las grandes empresas', siguiendo al politólogo norteamericano Robert Dahl. Por eso, nuestra salud democrática no va a mejorar si los medios siguen abordando el fenómeno de la corrupción apuntando sólo a los políticos que se venden y no a los empresarios que los compran. Por eso mismo, alguien debe decir que el caso Koldo es también el caso Acciona, la antigua Entrecanales, que sigue presidiendo José Manuel Entrecanales; y que no es más que otro caso de apaño de la competencia para acceder en condiciones de ventaja a contratos públicos por parte de una constructora que creció y creció de la mano del régimen franquista, con prácticas empresariales tan 'virtuosas' como la utilización de mano de obra esclava de los prisioneros de la dictadura militar y que sigue a día de hoy corrompiendo el sistema democrático y pervirtiendo el mercado.
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