Resucita 'el gran hombre'
Si aquellos tiranos de los años treinta y cuarenta provocaron la mayor tragedia de la historia, ya empezamos a comprobar los efectos de los Maduro, Trump, Orban, Salvini o Bolsonaro
Aunque sepamos a ciencia cierta que la historia no se puede repetir -porque idénticas circunstancias resultan irrepetibles- a veces lo parece demasiado. Y es que ... cuando un mismo tipo de personas alcanza el poder, sus teatrales estilos de liderazgo, los diagnósticos simplistas y las soluciones contundentes nos resultan tan familiares como inquietantes. Se trata de los líderes mesiánicos, reconocibles por sus proclamas vistosas, demagógicas e intolerantes. A la reiteración en el error a la hora de conceder el poder a inadecuados protagonistas de la historia, se le aplica una de las sentencias más célebres de Karl Marx: «la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa». Popularmente, sus protagonistas son los llamados 'grandes hombres'.
El 'crack' financiero de 1929 y la depresión económica que le sucedió propiciaron que en muchos países europeos obtuvieran el poder unos líderes expresivos en el gesto, exaltados en el discurso y radicales en las soluciones. Los de derechas adoptaron la parafernalia que emplearon los fascistas italianos en su revolución de 1922, en tanto que los de izquierdas se inspiraron en los revolucionarios comunistas de 1917. En casi todos los países, la polarización ideológica la protagonizaron fascistas y comunistas, que aun siendo cuantitativamente minoritarios, consiguieron exacerbar el debate político. Un ambiente que acabó arrastrando a los partidos democráticos a posiciones de un maximalismo nunca visto hasta entonces; desde España a Noruega y desde Reino Unido a Rumanía. Dirigentes conservadores como José Antonio Primo de Rivera o el austriaco Engellbert Dolfuss, el socialista inglés Oswald Mosley y el líder comunista francés Jacques Doriot se convirtieron en los fundadores del fascismo en sus respectivos países. Incluso dentro de los partidos democráticos, socialistas como Francisco Largo Caballero y republicanos autonomistas como Lluis Companys organizaron milicias armadas para dar un golpe de Estado contra un Gobierno español democráticamente elegido. Todos ellos contribuyeron de alguna forma a la terrible carnicería que tuvo lugar entre 1936 y 1945.
De nuevo, a raíz de una terrible crisis financiera -la de 2008- han 'resucitado' los 'grandes hombres'; esta vez sin uniformes ni charreteras. Y si aquellos histriónicos tiranos de los años treinta y cuarenta provocaron la mayor tragedia de la historia, ya empezamos a comprobar los efectos de los Maduro, Trump, Orban, Duterte, Salvini o Bolsonaro. La duda es ¿se quedarán 'solo' en farsantes? A tenor de la trayectoria de los más veteranos en el poder, me temo que no. En este nuevo ciclo van por delante los tiranos venezolanos, que ya han causado el éxodo de tres millones de conciudadanos; solo esperamos a que la violencia, hasta ahora intermitente, se generalice en Venezuela.
Lo cierto es que la tentación de creerse un 'gran hombre' -actuando de forma mesiánica- acaba por contaminar el buen juicio del más inteligente y sincero demócrata. Ese fue el caso de Winston Churchill -al que la historiografía de su país denomina The great man ('el gran hombre')-. Su intrepidez y exceso de confianza propiciaron la peor decisión de los aliados durante la Primera Guerra Mundial, ganándose el sobrenombre de 'el carnicero de Galípoli'. A pesar de ello, su tenacidad y carisma le procuraron una segunda oportunidad, siendo el gran primer ministro que lideró a Reino Unido en la guerra contra los países totalitarios. Éxito que ha minimizado su egocéntrica e irresponsable actuación en los días previos al desembarco de Normandía (que casi consiguió abortar).
Parecidos delirios de grandeza -y sus consiguientes extralimitaciones en el ejercicio del poder- sufrieron sus contemporáneos Attatürk y de Gaulle, dos generales que refundaron sus respectivos países tras gravísimas crisis internas. Personajes de grandes luces y no pequeñas sombras. Actualmente el 'gran hombre' por excelencia es el liberal francés Emmanuel Macron; tras fundar un partido político personalista y arrasar en las elecciones presidenciales y legislativas, no ha culminado ninguna de las grandes trasformaciones prometidas. Como otros líderes carismáticos, le ha podido la megalomanía; muchas ideas atractivas, gran currículum, pero le han bastado unas cuantas chulerías para ponerse a la mayoría del país en contra.
El culto a la personalidad de los líderes se basa en la teoría de que nacen 'grandes': predestinados a protagonizar la historia y a marcar una época. Lógicamente, esa tesis no fue resultado de una investigación sino de algo tan endeble como unas conferencias del escocés Thomas Carlyle: 'De los héroes, el culto a los héroes y lo heroico en la historia'. Entretenido relato sobre la épica de unas biografías. El hecho de ser un texto precursor de los populares libros sobre líderes actuales nos recuerda que no cambiamos. Y que la demanda de 'grandes hombres' no cesa; incluso de los que ya demostraron que no lo son. Las positivas encuestas sobre el regreso a la política de Silvio Berlusconi -una vez cumpla su condena- recuerdan la veneración de la gente hacia sus líderes; a pesar de sus extralimitaciones y fracasos. Mucho menos recordado que Carlyle es un contemporáneo suyo, el sociólogo Herbert Spencer; éste argumentó que los líderes son producto de unas condiciones ambientales. Tiene razón. Pero cada vez que surgen grandes retos y nerviosismos, muchos siguen comprando los atajos que les ofrecen los 'grandes hombres'; sean de izquierdas, de derechas o de centro, centralistas o periféricos. Todos necesitados de que alguien les recuerde -como a los generales romanos en el paseo triunfal- el memento mori (los peligros de la soberbia y del poder sin control).
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión